SERVICIO FERROVIARIO

El adiós definitivo al estrés

Los usuarios valoran el tiempo, la comodidad y la huella medioambiental al escoger el tren de alta velocidad

La espera en los mostradores de facturación y seguridad incomodan a la mayoría de viajeros

La espera en los mostradores de facturación y seguridad incomodan a la mayoría de viajeros

LLUÍS MUÑOZ / BARCELONA

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Júlia trabaja como investigadora científica y tiene que viajar a Madrid desde Barcelona, cada semana, para coordinar un proyecto en un laboratorio de la capital.

Hasta hace unos meses solía ir en avión. Cogía el primero del día a las 6.30 de la mañana, para llegar a las 10.00 a la reunión. Vive en el centro de Barcelona, por lo que los días de viaje tenía que despertarse a las 4.30 para coger un taxi a las 5.15 y estar a las 5.45 en el aeropuerto. Y en cada trayecto reconoce que se repetía un patrón común: “Es inevitable cuando viajas en avión sentir ansiedad. Es el miedo a llegar tarde y tener que quedarte en tierra”.

Una vez en el aeropuerto, se repetía un proceso que le causaba más fatiga que el propio madrugón: pasar el control y, todo lo que conlleva: que si quitarse el cinturón, que si sacar el ordenador portátil, que si ahora pita y se ponen a revisar.

Superado, era momento de caminar por el aeropuerto en busca de la puerta de embarque. Después, una espera corta, siempre pendiente de llevar encima el billete y la documentación, donde apenas tenía tiempo ni para leer ni para echar una cabezada. “Puede parecer una tontería, pero una de las cosas que más me angustia de ir en avión es el momento de entrar, pasar por ese pasillo tan estrecho, encontrar tu plaza, hacer levantar al pasajero de al lado, sentarte y esperar otra vez”, confiesa Júlia, que en contadas ocasiones pudo leer o dormir, debido a los nervios que le causa volar. Una sensación que le angustiaba: “Al principio, la noche que me tocaba volar no dormía. Terminé por acostumbrarme, pero tanto al despegar como al aterrizar, no podía evitar sentir un nudo en la garganta y alguna vez tuve que recurrir a medicamentos”.

El avión aterrizaba a las 7.55 y otra vez se repetía la angustia de esperar a que abriesen las puertas, salir del asiento, coger la maleta y abandonar el avión. Tras tanto protocolo, terminaba subiéndose al taxi a las 8.20 para desplazarse al centro de Madrid. “Solía llegar a tiempo. Pero en alguna ocasión había atasco y llegaba tarde, causándome una gran angustia”, explica Júlia, quien reconoce que el resto del día lo pasaba con mucha tensión. Los días en Madrid se hacían eternos y cuando llegaba a casa, no podía hacer otra cosa que meterse en la cama por culpa del cansancio: “El estrés del viaje sumado a pensar que al final del día me esperaba otro avión, no me hacían concentrarme de la mejor manera en mi trabajo”.

Calidad de vida

Es noche cerrada y Júlia llega a la estación de Sants. Ha salido a las 5.15 de casa. Son las 5.30 y en 20 minutos sale el primer AVE del día Barcelona-Madrid. Tras pasar rápidamente el control de seguridad se ha sentado en la sala de espera. “A las 8.20 llegaré a Madrid, por lo que a las 9.00 estaré en el laboratorio y podré resolver asuntos antes de la reunión. Después comeré con una amiga y a las 15.25 tomaré el AVE de vuelta, llegando a las 17.55 a Sants. De este modo, acabaré incluso antes de lo habitual mi jornada laboral”, explica Júlia, ya en su vagón.

Desde su inauguración, el AVE Barcelona-Madrid ha tenido más de 25 millones de pasajeros

Desde que planteó a su empresa poder ir en AVE confiesa que su calidad de vida ha incrementado considerablemente. También ha ganado en tiempo: aunque el trayecto en avión es más corto que las 2 horas y 30 minutos del tren de alta velocidad, las esperas, los controles de seguridad y los desplazamientos hasta las afueras que requieren los aeropuertos, hacen que el viaje en tren sea incluso un poco más rápido. Por este motivo, más de 35 millones de pasajeros, igual que Júlia, han escogido el AVE Barcelona-Madrid, desde que fue inaugurado hace 10 años. Se trata del segundo tren más rápido de Europa, capaz de alcanzar los 310 km/h.

Cuando Júlia sube al tren, se va a la cafetería, se come un cruasán tranquilamente, y a continuación se dirige al vagón silencioso para dormir dos horas: “Ahora llego tranquila a Madrid. Puedo descansar y no tengo que estar en constante tensión. La verdad es que cuando iba en avión los días se me hacían cuesta arriba”.

Tras haber podido cumplir con todo lo previsto para el día, Júlia vuelve con tiempo a la estación de Atocha. Allí espera hasta que se sube en su vagón. Una vez a bordo, depende del día, aprovecha para resolver algún trabajo pendiente en su ordenador portátil, o bien, para leer o mirar la película de la semana. Hoy ha decidido desconectar y mirar la película del Cine a Bordo, 'Isla de Perros' de Wes Anderson. “Qué lejos quedan el estrés y los nervios en mi vida”, concluye Júlia, quien llegará a casa, y a diferencia de los tiempos de avión, podrá continuar con su día.