Balance tras cinco años

El Eixample prepara ya la versión 2.0 de la 'superilla' de Sant Antoni

Colau despide el mandato en ese barrio con la que debería ser la última capa de pintura táctica en el asfalto

Carles Cols

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Chapa, aún no, pero pintura, sí. El gobierno municipal de Barcelona ha decidido despedir el actual mandato con toda una declaración de intenciones. Se está remozando la ‘superilla’ de Sant Antoni (bancos, papeleras, jardineras, mesas de ajedrez…), pero, sobre todo, se ha procedido a renovar la pintura de la calzada que tanto pareció molestar a una parte de la opinión pública, como mínimo en las redes sociales. Con los ejes verdes del resto de la ciudad en obras (bautizados también como ‘superilles' aunque el nombre realmente no les encaje), el equipo de Ada Colau ha querido con esa nueva capa de pintura llevar a cabo lo que en términos de liturgia católica sería la ceremonia de la confirmación pasados unos años ya desde el bautismo, en este caso, cinco. La cosa, no obstante, no acaba aquí. A falta de que las elecciones de mayo decanten quién gobernará la ciudad los próximos cuatro años, el Ayuntamiento de Barcelona ha encargado ya un anteproyecto para poner al día la ‘superilla’ de Sant Antoni, esta vez sí, la chapa.

A su manera, Sant Antoni fue en su origen, al menos en parte, un laboratorio del que se pretendían sacar conclusiones o, dicho de otro modo, una oportunidad de practicar la técnica de la prueba y el error. Ha sido útil a la hora de diseñar ahora lo que se pretende, por ejemplo, en Consell de Cent, Rocafort, Borrell, Girona y Pi i Margall, que visualmente quede claro que la máxima prioridad de paso la tiene el peatón, no el coche. El anteproyecto recién encargado para reformar Sant Antoni tiene como motor principal eliminar esa diferencia estética aún existente entre lo que un día fue acera y lo que era calzada para los vehículos.

Errores pasados

El urbanismo tiene a menudo un elevado componente de imprevisibilidad. Antecedentes conocidos hay varios. Con motivo de los Juegos Olímpicos se pusieron entusiastas esperanzas en algunos proyectos que terminaron por ser rotundos fiascos. El propósito de convertir el Moll de la Fusta en una zona de ocio fiel a la eclosión del diseño de entonces terminó tremendamente mal. Los locales cerraron y sirvieron de refugio a menores marroquís que malvivían entre suciedad y ratas. En parte por eso fueron derribados. Es solo un ejemplo de que no es fácil prever qué saldrá mal.

Sant Antoni no es, ni de lejos, ese fracaso, pero lo que los urbanistas diseñaron no tuvo presente (por decirlo de algún modo y sin ánimo de ofender) el reflejo condicionado del viandante. Como en un experimento de Pávlov, tantos años de caminar por las aceras y no por las calzadas han generado más que un hábito. A modo de apunte histórico, cuando el coche se popularizó en Estados Unidos en los años 20 del siglo XX, hubo encendidos enfrentamientos porque quienes iban a pie no entendían porque no podía transitar por cualquier lugar de la calle como había sido común desde los inicios de la civilización. El siguiente paso que costó imponer fue el respeto al semáforo. Todo eso viene al caso porque en Sant Antoni, aunque con excepciones frecuentes, son muchos los peatones que usan las antiguas aceras para caminar, en lugar de ocupar todo el espacio que urbanísticamente les pertenece.

La primera teniente de alcalde, Janet Sanz, acompañada por una representante de la asociación vecinal de Sant Antoni, Roser Vilaró, ha anunciado que se ha encargado el anteproyecto de mejora de la 'superilla', para pasar de lo llamado táctico (la pintura, por ejemplo) a lo estructural, como convertir la intersección de Borrell con Parlament en una verdadera plaza. Ha hecho se anuncio y, sobre todo, ha querido hacer un balance de lo que, en su opinión, es "un éxito".

Sant Antoni (y Vilaró ha asentido en todo momento) se recuperó comercialmente tras la pandemia más rápido que el resto de la ciudad. "El valor económico de las transacciones en Sant Antoni entre 2018 y 2022 ha aumentado un 38,8%, mientras que en mismo periodo, n el conjunto de la ciudad, lo ha hecho un 18,5%", ha explicado Sanz. Eso, en cualquier caso, ha sido el plus, porque el propósito inicial de la reforma completada en 2018 era pacificar la zona en tráfico, ruido y contaminación. En cada una de esas categorías se ha cumplido el objetivo. El tráfico en el conjunto del barrio ha disminuido un 17%, la contaminación por NO2 en algunos cruces, un 40% y las noches en algunas calles son cuatro decibelios más tranquilas.