DEBATE EDUCATIVO

El laberinto de las extraescolares

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Carlos Márquez Daniel

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Los lunes y los miércoles tiene danza. Los jueves, piano. Y el martes va a francés. Tiene ocho años y su jornada empieza poco después de las siete de la mañana, cuando su madre la despierta. A las ocho y cuarto ya está en el patio del colegio. A papá apenas lo ve porque se marcha a la oficina cuando sus ojos aún están borrosos. La pequeña Núria regresa a casa sobre las siete y media de la tarde, normalmente de la mano de su canguro, tras un día en el que apenas ha podido perder el tiempo; tras un día en el que le ha sido imposible, ni que sea un momento, hacer lo que le diera la gana, aunque sea algo tan poco contemporáneo como no hacer nada. Baño, cena, unos cuentos y a dormir. Y volver a empezar. Los niños viven inmersos en un ritmo vital frenético en el que las actividades extraescolares juegan un papel principal, bajo una rueda que les es ajena pero que condiciona su creatividad, su aprendizaje, su capacidad de relacionarse de manera espontanea. Si no se gestiona bien, sostienen los expertos, esta situación puede degenerar en estrés, en tics psicológicos que hasta hace algunos años solo eran detectables en seres humanos adultos. A todo ello hay que sumarle los horarios y la necesidad de adaptarlos, de avanzarlos para que su salud no se vea alterada. Amén de una Administración pública que intenta evitar otro efecto colateral: la desigualdad creciente entre los que pueden pagar la oferta formativa fuera del aula y los que no se la pueden permitir.

Las actividades extraescolares han existido siempre y no son objeto de debate porque suponen un complemento educativo ideal, sobre todo en campos que la escuela toca de manera más tangencial, como la música, las manualidades, los idiomas o el deporte. El problema, como con todo, es gestionarlas de manera correcta. ¿Cuál es entonces el límite recomendable? Primero hay que bucear en las raíces del asunto; entender por qué hay niños con una agenda tan apretada. Puede que sea porque sus padres quieren para sus vástagos lo que ellos no pudieron tener. "Proyectan en los hijos sus frustraciones, buscan crear versiones mejoradas de su propia existencia", advierte la psicóloga infantil Alexandra Sierra. También juega la obsesión por ocupar las horas, como si estar en casa o en el parque fuera un tiempo inerte, inservible. Como si jugar sin un objetivo concreto no bastara. En muchos casos, son los propios chavales los que piden ese plus de actividad cuando ven que sus amigos se han apuntado y ellos no, y al igual que el adolescente quiere un móvil para no quedarse a un lado, ellos quieren un kimono o una guitarra para mantenerse en el rebaño. La razón, la que sea, tiene mucho ver con la velocidad a la que vive la ciudadanía, mucho más deprisa que en el siglo pasado. Aprender a aburrirse ya no se estila. Sierra explica que un niño sin tiempo libre "no desarrolla habilidades emocionales muy importantes para el mundo laboral". "Son chavales con poca capacidad de decisión, que no explotan la creatividad y que pueden sufrir problemas de estrés y de falta de concentración", resume.  

Viene el desmadre

Ismael Palacín, director de la Fundació Jaume Bofill, advierte de que el tema de las extraescolares vive un momento de "cierto desmadre", aunque a su modo de ver, forman "parte fundamental del ecosistema de aprendizaje".  Están generando, prosigue, "una creciente desigualdad educativa más allá de la formación reglada". "Es un derecho emergente no reconocido como política pública, por ello es necesario que la escuela incorpore esta oferta de actividades que ayuden a reforzar y complementar la enseñanza", sostiene. Para ello, receta que el Govern impulse "un sistema de becas y tarificación social que garantice el acceso universal a estas actividades", y el rescate "de los planes de entorno que, recuerda, se abandonaron en los tiempos de la consellera Irene Rigau. Todo ello, acompañado de una reordenación horaria que permita que la tarde empiece antes.

Los nuevos institutos-escuela ya <strong>han incorporado la comida a la una del mediodía</strong>, pero casi el 90% de los centros de la ESO siguen con una jornada compactada que sitúa a los jóvenes ante el plato pasadas las tres y media. Eso lo retrasa todo. No solo el fútbol o el inglés, también la llegada a casa, la cena, la hora de ir a dormir y, cómo no, el tiempo en familia. Buen ejemplo de ello es el joven Nico, de 12 años. Los miércoles tiene entreno de fútbol en un campo del Eixample. A él le toca patear el balón a partir de las 20 horas. Llega a casa pasadas las diez y media de la noche, se ducha, come algo y se mete en la cama sobre la medianoche. "Al día siguiente es un auténtico zombi, pero no tenemos alternativa", reza su padre. Palacín tiene claro que un niño sin tiempo libre es un chaval "que no desarrollará el gusto por la lectura, que no aprenderá a gestionar su aprendizaje y, por lo tanto, no sabrá qué le interesa". Por no hablar de los ratos de "convivencia familiar, de un valor educativo, personal y colectivo, muy importante". 

Todo a su hora

Trinitat Cambras, profesora de Fisiología en la Universitat de Barcelona y estudiosa de los ritmos circadianos (el reloj biológico que regula las funciones de nuestro organismo), recuerda que el cuerpo "está estructurado en el tiempo", es decir, que el rendimiento está programado, y si se modifica, el resultado no será el esperado. "El día es una cuenta atrás. Resta primero las horas de sueño, 10 en el caso de un niño. La cena, una o dos horas antes de ir a la cama. Las extraescolares, para ir bien, deberían terminar como muy tarde a las 19 horas, por salud y porque necesitan actividades no programadas para hacer lo que quieran". Tiempo libre para, como asegura Sierra, "aprender a tolerar la frustración y no convertirla en agresividad". Eso se resume, a su modo de ver, en dos extraescolares como máximo a la semana, "combinando una deportiva no competitiva con una más intelectual". Y en ningún caso, defiende, "convertir la hora del patio en un nuevo espacio para actividades académicas", como sucede con los idiomas o el ajedrez. 

Carles Martínez, secretario de Polítiques Educatives del Departament d'Educació, aborda el tema desde cuatro vertientes: "El bienestar de los alumnos, la cohesión social en el sentido de no incrementar la segregación escolar, la eficacia educativa de no ofrecer lo mismo que en las aulas y la necesidad de incrementar las horas de convivencia familiar". Sobre los horarios considera que la colaboración de los ayuntamientos y las entidades es fundamental para que las extraescolares terminen a una hora decente. Pero más allá del liderazgo municipal y de la autonomía de cada escuela pública, asegura que se están recuperando los planes de entorno, cinco para ser exactos, que abordan la etapa 0-20. La idea, concreta, es "educar más allá de la escuela, también con las extraescolares". Por eso, revela, la conselleria pasó de llamarse Ensenyament Educació