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José Ignacio Conde-Ruiz (economista): "El desprecio de los políticos hacia los jóvenes nos saldrá caro"

El Gobierno ha subido dos veces más el gasto para la tercera edad que para los jóvenes

Brecha generacional: la vivienda y los salarios agrandan la distancia entre jóvenes y mayores

Cómo evitar que los hijos vivan peor que sus padres

José Ignacio Conde-Ruiz, economista.

José Ignacio Conde-Ruiz, economista. / José Luis Roca

Juan Fernández

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El economista José Ignacio Conde-Ruiz -catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA)- ha analizado las cuentas nacionales en términos generacionales y ha detectado lo que describe sin eufemismos como “el atraco perfecto”: el gasto público está fluyendo de forma masiva hacia los grupos de mayor edad y está dejando desasistidos a los más jóvenes, que son quienes más ayuda necesitan pero solo heredarán deudas. Lo explica con cifras, argumentos y gráficos en ‘La juventud atracada’ (Península), el ensayo que ha escrito junto a su hija Carlota, a la que ve afrontar un panorama muy distinto al que él encontró cuando tenía su edad (19 años): lo que entonces eran continuos mensajes de confianza, hoy son sombríos presagios ante el incierto futuro que les espera. No es un clima social, son números.

-Si uno mira la publicidad, los medios, las redes…, diría que el culto a la juventud pervive, que lo joven sigue vendiendo. ¿Es una percepción errónea?

-La juventud vende en términos de marketing, pero los productos que tiran de la economía son los que compramos los de la generación más adulta, que además somos los grandes mimados del sistema y los beneficiarios del gasto público. Es una verdad incómoda y tiene expresiones visibles. En los últimos 30 años, las pensiones han mejorado notablemente; sin embargo, la pobreza infantil sigue entre nosotros, los jóvenes no pueden acceder a la vivienda y nuestro sistema educativo arrastra déficits históricos.

-En su libro señala un culpable: la demografía política. ¿Qué es eso?

-Vamos camino de ser el país más envejecido de Europa y esto ha llevado a los jóvenes a perder peso demográfico, y también electoral. Cuando yo tenía la edad de mi hija, los jóvenes éramos el 35% del electorado, pero ahora apenas llegan al 20%. Además, votan menos, y lo único que preocupa a los políticos es ganar elecciones. Para ellos es más rentable tener contentos a los mayores, que son más y acuden más a las urnas. También es más fácil: las pensiones se suben de un día para otro, pero el resultado de mejorar la inversión en jóvenes tarda más de una legislatura en notarse.

-Muchos de esos mayores también somos padres y queremos lo mejor para nuestros hijos.

-En España somos muy generosos dentro de la familia. Lo daríamos todo por nuestros hijos, padres o hermanos. Sin embargo, no confiamos en el sistema público para reclamar esa protección. En los países nórdicos, donde los lazos familiares cuentan menos, el estado ayuda más a los jóvenes y dedica más dinero para que se formen y se emancipen. Aquí preferimos que sea el abuelo el que le pague el carné de conducir al nieto con el dinero de su pensión.

Somos el país más envejecido de Europa y esto ha llevado a los jóvenes a perder peso demográfico, y también electoral

-Los jóvenes de hoy saben más idiomas, han viajado más y están mejor formados que usted y yo a su edad. ¿Cómo es posble que estén peor?

-Porque lo tienen más difícil que nosotros. Han vivido tres eventos globales inéditos desde la segunda guerra mundial: una crisis financiera, una pandemia y una guerra en Europa. Y la renta per cápita no crece desde 2007. Cuando esto ocurre, la movilidad social se para y los hijos acaban viviendo peor que sus padres. Encima, les llaman ‘generación de cristal’ y les acusan de quedarse en casa de sus padres viendo series. ¿Cómo se van a ir, si no pueden pagarse una vivienda? La edad de emancipación se ha retrasado cinco años en dos décadas, pero no es porque ellos no quieran irse, es que no pueden.

-¿Dónde conduce esa situación?

-Nos estamos comiendo el futuro, porque está comprobado que las políticas que ayudan a los jóvenes son las más efectivas para mejorar la productividad de un país. El modelo actual es un desastre hasta para los mayores, porque cuanto mejor les vaya a los jóvenes, sus pensiones van a estar más garantizadas. No hay nada más rentable para un país que sacar a un niño de la pobreza y que pueda desarrollarse, o aumentar la inversión en educación, que es el ascensor social más eficaz que existe. El desinterés de los políticos por los jóvenes nos saldrá caro, y lo pagaremos. Porque ellos votan con los pies, y si aquí no les apoyamos, acabarán yéndose. Esta generación es global y sabe que puede ser igual de feliz aquí que en otro país.

-¿Cómo se revierte ese desequilibrio?

-De entrada, yo impondría la norma de no invertir ni un solo euro de más para los mayores si no se invierte a la vez otro euro que vaya para los jóvenes. En la práctica, está ocurriendo lo contrario y el desequilibrio se sigue acentuando. Lo hemos visto con la última revalorización de las pensiones. Subirlas todas por igual un 8,5% es un disparate, pero nadie se atrevió a señalarlo, ni siquiera la oposición, porque le habría supuesto perder las elecciones. Se deberían haber subido las pensiones bajas un 11%, pero las altas solo un 3%, como los salarios. Eso habría permitido ahorrar 7.000 millones de euros que podrían haberse dedicado a mejorar el sistema educativo o facilitar el acceso de los jóvenes a la vivienda.

No hay nada más rentable para un país que sacar a un niño de la pobreza y que pueda desarrollarse, o aumentar la inversión en educación, que es el ascensor social más eficaz que existe

-En la última campaña electoral, Sumar propuso dar 20.000 euros a cada joven al cumplir 23 años para facilitar su emancipación. ¿Qué le pareció?

-Me sorprendió que el debate se centró en su coste: 11.000 millones. La revalorización de las pensiones costó 16.500 y nadie protestó. La medida busca corregir la desigualdad de riqueza de los jóvenes cuando están empezando sus vidas y acercar la igualdad de oportunidades entre ellos, pero sus carencias son tantas que ese dinero sería más útil si se dedicase a mejorar la educación o facilitarles la vivienda. Bueno, al menos vimos a un partido político proponiendo algo para los jóvenes con coste al erario público.

-Propone bajar la edad para poder votar. ¿Eso mejoraría la situación de los jóvenes?

-No lograría compensar el exceso de influencia que tienen los mayores en los Presupuestos Generales del Estado, pero ayudaría a empoderar a los jóvenes. No entiendo que un chico de 16 años pueda ser responsable para trabajar y no para votar. Tampoco tiene sentido que los jóvenes estén ausentes de debates que condicionarán sus vidas. Como el del Pacto de Toledo: la deuda que estamos generando, la tendrán que pagar ellos, pero su opinión no cuenta. Es el atraco perfecto.

-Usted es experto en pensiones. ¿El actual sistema es sostenible?

-El problema es que este debate se suele plantear pensando en el panorama de hoy, no en el de dentro de 10 o 20 años, que será distinto. Donde hoy hay tres trabajadores para pagar una pensión, pronto habrá solo uno y medio. La nueva longevidad nos obligará a avanzar hacia modelos flexibles de jubilación. Habrá quien llegue a los 67 años y desee trabajar unas horas a la semana y cobrar una parte de salario y otra de la pensión, y quien necesite jubilarse antes, pero en el futuro saldremos del mercado laboral de forma gradual, no tan drásticamente como lo hacemos ahora. Tendremos jubilaciones flexibles. Esto obligará a hacer reformas.

-Muchas de las medidas que propone para ayudar a los jóvenes cuestan dinero. ¿Esto quién lo paga?

-El problema es que aquí queremos vivir como en los países nórdicos pagando los impuestos de Estados Unidos, y eso no puede ser. Tampoco podemos seguir acumulando déficit estructural durante años, porque esa deuda se las estamos pasando a las generaciones futuras. Para mantener el estado del bienestar hay que aumentar la recaudación.

-¿Subiendo impuestos?

-No necesariamente. Se trata de mejorar la eficiencia del sistema tributario. El problema es que la ideología suele entrometerse en el diseño del modelo de recaudación, y no debería. Está bien que influya en la forma de distribuir, pero a la hora de recaudar, ahí se debería ser lo más eficiente posible, y no siempre ocurre. Si ponemos impuestos súper altos a los ricos, se irán a otro país y la recaudación bajará. Nuestro problema es que tenemos tipos muy elevados, pero las bases imponibles están llenas de excepciones, bonificaciones y tipos especiales reducidos, y al final recaudamos poco. Hay margen para aumentar la recaudación sin subir los tipos marginales en todos los impuestos. 

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