Historia

La huelga que dio a luz la jornada de ocho horas

Este 5 de febrero se cumplen 100 años de los 44 días de paros de la Canadenca, un episodio tras el que España se convirtió en el segundo país en instaurar la jornada laboral de ocho horas

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Gabriel Ubieto

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Lo que hoy es uno de los epicentros del ocio barcelonés fue el escenario hace 100 años de una de las mayores conquistas sociales de la clase obrera en España. El parque de las tres chimeneas, ubicado en el Paral·lel de Barcelona, entre salas de fiesta, icónicos cabarets y teatros, acogió en su día la fábrica conocida popularmente como la Canadenca. Un pequeño conflicto laboral iniciado por el despido de ocho oficinistas que terminó con más de 3.000 detenidos, 44 días de huelga, los militares tomando una Barcelona a oscuras y el conde de Romanones, entonces presidente del Gobierno, firmando un decreto que convertía a España en el segundo país del mundo que aprobaba por decreto la jornada laboral de ocho horas.

Si hoy el debate gira entorno al control efectivo de la jornada para evitar el exceso de horas extras, principalmente las no pagadas, las condiciones laborales del momento estaban marcadas por maratones de lunes a sábado de entre 10 y 12 diarias. La temporalidad era muy elevada, con una patronal defendiendo contratos de un día, y con una gran dualidad entre aquellos que sabían leer y escribir y los que únicamente podían aportar sus manos. Todo ello en un contexto, el de una España neutral al poco de acabar la primera guerra mundial, en el que la riqueza se creaba a espuertas, pero que los obreros veían como esta no redundaba en mayores salarios para ellos. "En algunos aspectos no hemos cambiado demasiado", opina el presidente de la Fundación Salvador Seguí, Emili Cortavitarte.

"Por aquellos días de 1919, Barcelona vivió momentos de inquietud y de oscuridad", escribió años después en el exilio mexicano el anarquista Joan García Oliver, uno de los reyes del pistolerismo obrera de la década de los 20. "Se trataba de una prueba de fuerza entre los sindicalistas y los capitalistas", resumió. Y los historiadores consultados en ello coinciden, pues la huelga de la Canadenca, iniciada el 5 de febrero del 1919, se convirtió en la prueba de fuego de los métodos del sindicalismo moderno para la CNT.

Primera batalla del sindicalismo moderno

La huelga de la Canadenca no se entiende sin el Congreso de Sants de la CNT en el 1918, cuando la central cambia su modo de organización de los sindicatos de oficio al sindicato único, el antepasado directo de los actuales sindicatos. Es decir, los trabajadores pasan a organizarse según profesiones a hacerlo según sectores productivos, siempre agrupados dentro de un mismo sindicato. 

El paro en la Canadenca, conocida así porque el principal accionista de la compañía era el Canadian Bank of Commerce of Toronto, comienza con el despido de ocho oficinistas, que la empresa pasó de temporales a fijos, pero les bajó el sueldo para compensar el sobrecoste. Ahí comienza a activarse una cascada de reacciones de solidaridad que consigue parar el 70% de la producción industrial en Catalunya. "La paralización de Barcelona es casi total, ya que la empresa propietaria de la Canadenca gestionaba el 90% del suministro eléctrico de la ciudad", cuenta la historiadora de la Universitat de Barcelona Teresa Abelló.

Diarios como 'La Publicidad' contaron en sus páginas como el ayuntamiento cambió su horario de visitas debido a las continuas interrupciones eléctricas o como los tranvías dejaron de circular por la ciudad al no disponer de electricidad. "Las ollas comunes se extendieron por los barrios de Barcelona y algunos pueblos de Catalunya", explica Abelló. "Sin esa cohesión social que había entre la clase trabajadora es imposible entender un conflicto que se alargó tanto. Hoy sería difícil", añade Cortavitarte.

Ejército y patronal, unidos

La huelga la aprovechó la CNT para plantear ante la patronal del momento, la Federació Patronal de Barcelona, una serie de reivindicaciones históricas como la jornada de ocho horas, la eliminación del trabajo infantil o mejores sueldos y condiciones de salubridad. El conflicto escaló en intensidad, con el capitán general de Catalunya alineado con los empresarios y que movilizó a las tropas para suplir a los obreros, que ni bajo pena de cárcel volvieron a sus puestos.

El periódico 'El Diluvio' cuenta en una crónica del 26 de febrero que "además de los jefes y oficiales de ingenieros y de los submarinos trabajan en las subcentrales de la Canadiense los del acorazado 'Alfonso XIII', demás buques de guerra y comandancia  de Marina de nuestro puerto". "El castillo de Montjuich se llenó con más de 3.000 presos. Las celdas estaban atestadas", explica el historiador de la Universitat Autònoma de Barcelona David Martínez.

El parlamento de Salvador Seguí el 19 de marzo en la entonces plaza de toros de Las Arenas supuso el punto final del conflicto. Ante 25.000 obreros el ‘noi del sucre’ expusó las condiciones pactadas con el Gobierno, que incluían la readmisión de los despedidos, la amnistía para los encarcelados, subidas de sueldos y la peleada jornada de ocho horas. Los historiadores consultados afirman que ese reconocimiento fue más formal que efectivo, una cabeza de playa de las diferentes conquistas sociales que llegarían durante el resto del siglo XX y que asentó las bases de la negociación colectiva entre los sindicatos de clase, no de gremio, y las patronales.