SERIE "17 CARAS PARA LOS ODS"

"El fracaso escolar es un lastre para cualquier economía"

Pau Marí-Klose, Alto Comisionado contra la pobreza infantil, nos cuenta qué impacto social y económico tiene esta realidad. Actualmente 1 de cada 3 niños españoles está en riesgo de pobreza.

Alto Comisonado contra la Pobreza Infantil

Alto Comisonado contra la Pobreza Infantil / economia

Nora Benito
Agustina Barbaresi
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A punto de estrenar piso en Zaragoza, Pau Marí-Klose (Ibiza, 1972) tuvo que hacer las maletas para marcharse a Madrid a atender su nuevo cometido. Este doctor en Sociología y profesor en la Universidad de Zaragoza ostenta en la actualidad el cargo de alto comisionado contra la pobreza infantil, de reciente creación. Recibe a BYZness en su despacho del palacio de la Moncloa y nos cuenta por qué la pobreza infantil supone un lastre para la economía en España y la importancia de prevenirla. Con él inauguramos "17 caras para los ODS", una serie de entrevistas a personas relevantes vinculadas con cada uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados por la ONU.

¿Qué es la pobreza infantil? ¿Cómo se mide?

Hay varios indicadores de pobreza infantil. El más conocido es la tasa de riesgo de pobreza, que es un indicador de privación monetaria en que se establece un umbral que tiene en cuenta la composición del hogar. Pero hay otros: los que tienen que ver con la incapacidad de acceder a ciertos bienes básicos, a poder pagar servicios que se consideran necesarios, como hacer frente a facturas o poder comer proteínas adecuadas.

Se habla a veces mucho del indicador AROPE, que captura también hogares donde, a pesar de que no haya problemas de ingresos, sí que tienen problemas que tienen que ver con que se trabaje muy poco tiempo.

Pero elijas el indicador que elijas, en lo que respecta a pobreza infantil, hay consistencia en acreditar que los niños tiene una tasa alta, tienen una carencia material alta o están en hogares con baja intensidad de empleo.

¿Hay en España más pobreza que en el resto de países europeos?

En términos relativos, sí. España siempre está en el furgón de cola con países con los que habitualmente no deberíamos estar comparándonos por nivel de renta. Estamos con Rumanía, Bulgaria, Letonia, países de nivel de desarrollo más bajo que el nuestro, pero no hay que olvidar que hablamos de pobreza relativa, es decir, que nuestra pobreza es en relación al nivel mediano de ingresos en la población española. En términos absolutos, un niño pobre en Rumanía o Bulgaria es más pobre que un niño español.

2,7 millones de niños en España están en riesgo de pobreza. ¿Cuál es el impacto económico de esta situación para nuestro país?

El coste económico es muy importante. La pobreza en la infancia afecta a su desarrollo y a la posibilidad de desplegar por completo sus facultades. En ese sentido, tiene traducción en otras formas de exclusión: está relacionada con dificultades de aprendizaje, con progreso educativo más lento, que puede conducir al fracaso escolar, lo que significa dejar niños atrás que podrían ser adultos que aportan mucho a su sociedad, en forma de competencias, de capacidad de innovar, de aportaciones incluso fiscales. La educación es el primer nivel donde la pobreza infantil se expresa en oportunidades perdidas y en costes de oportunidad.

En el segundo nivel se encuentra la salud. Los niños que viven en situaciones de pobreza tienen una predisposición mayor al sobrepeso y la obesidad, que representarán unos costes sanitarios asociados. Y más allá de la obesidad, los niños que viven en situaciones de pobreza presentan problemas socioemocionales, tienen mayores tasas de accidentalidad, están a veces expuestos a ambientes donde pueden existir determinados agentes tóxicos. Es decir, tienen un mayor riesgo de hospitalización.

¿Tiene la pobreza infantil aparejada otras problemáticas: violencia física o sexual, exclusión laboral…?

Sí. Hay evidencias de que existe una cierta asociación entre la pobreza y el deterioro de climas familiares, que a veces abocan a situaciones de maltrato o de negligencia, lo que genera unos costes sociales no sólo por el daño psicológico, sino porque muchas veces conlleva una gestión pública de estos problemas sociales en el sentido de la intervención de trabajadores sociales, retiradas de custodia, tutelas por parte del Estado que también son costes económicos a la larga.

El balance siempre es claramente favorable a invertir en la prevención porque probablemente no podríamos eliminar todos los problemas, pero sí parte. Es una inversión que vale la pena hacer, es un buen negocio.

¿Hay muchas diferencias por regiones en España?

Hay diferencias de renta media entre comunidades autónomas. Si utilizas la renta estatal como punto de referencia, sí que hay diferencias en términos de riesgo de pobreza. Si utilizas la renta autonómica para cada una de las comunidades autónomas, las diferencias son mucho menores. Es decir, si tú comparas las comunidades autónomas en función del umbral de pobreza de la comunidad autónoma, en todas ellas está entre el 25% y el 30%. Si comparas las comunidades autónomas en función de la renta mediana que existe en el estado, las comunidades más pobres de renta per cápita más baja salen bastante mal paradas.

¿Un país con altas tasas de pobreza infantil se verá lastrado en el futuro (su competitividad, sus profesionales...)? ¿Prevenir la pobreza infantil puede conllevar un ahorro de costes?

Sin duda. La expresión más clara de la pobreza infantil son las dificultades de aprendizaje, el desarrollo de facultades cognitivas y después el fracaso escolar. Las altas tasas de abandono educativas son un lastre para cualquier economía. En la sociedad global del conocimiento, la competitividad depende mucho de tener una población muy bien formada. En un país donde hay altas tasas de pobreza infantil puedes encontrar que buena parte de la población no ha podido desarrollar esas facultades y su talento natural no está siendo aprovechado. Es decir, son personas que no van a realizar las cotizaciones que potencialmente podrían haber realizado y sostener la arquitectura del Estado de Bienestar.

Aparte de estos costes económicos, ¿se podría decir que también hay otros “costes” sociales?

La pobreza infantil no es solo un problema para los niños pobres o para las familias pobres, sino que tiene externalidades que afectan al conjunto de la sociedad. Desde el punto de vista social, también se puede pensar que origina problemas de confianza, de ansiedad, de miedos respecto a los otros. Y estas ansiedades se traducen en costes, pero evidentemente lo primero que ocurre es que estas sociedades se fracturan, se segregan, se polarizan, se tensionan. Las sociedades más desiguales también tienen niveles más altos de violencia.

Y estas situaciones generan tensiones que también tienen traducciones políticas, es decir, las clases medias y altas se angustian y tienen miedo de las poblaciones más pobres. Nace la idea de que las clases desfavorecidas son un peligro para las clases medias y altas en tanto que suponen poner en cuestión sus privilegios e intentan protegerse con personajes populistas como Bolsonaro. Las situaciones de pobreza, sobre todo cuando están enquistadas y producen segregación, se transmiten intergeneracionalmente.

¿Existe una mayor concienciación sobre este problema en los sectores de la población más joven?

Los jóvenes se están dando cuenta de que su situación social es de relativa desventaja respecto a las poblaciones de edad más avanzada y esto, que tradicionalmente terminaba por corregirse, ahora no está tan claro que se corrija, sobre todo a raíz de la crisis, que ha roto en cierto modo un pacto intergeneracional no escrito que suponía aceptar provisionalmente tu situación de desventaja.

Asumías que durante unos años iba a ser difícil conseguir un buen empleo e ibas a tener -los jóvenes dirían- que “pringar” unos años, pero te llegaría en el momento en que estarías en la situación de los que ahora te parecían privilegiados. Los jóvenes aceptaban de buen grado esta idea de que ya les tocaría su momento. Hay una frase que lo resume muy bien: “Cuando seas padre comerás huevos”. La crisis trastoca un poco esta expectativa y se produce mucha frustración. Los jóvenes son más conscientes de los problemas sociales de las poblaciones en situación de más desventaja porque han vivido esta situación de vulnerabilidad: se hacen jóvenes adultos y todavía no tienen muy claro si van a vivir en las mismas condiciones que sus padres.

Un niño que nace bajo el umbral de la pobreza en un país como el nuestro, ¿está condenado a una vida sin recursos?

Tendrá menos oportunidades. Nos inculcan desde muy pequeños la idea de que llegarás allá donde te lleve el talento y donde te lleve el esfuerzo, pero eso queda desmentido muy pronto: desde etapas muy tempranas, los niños que nacen en hogares pobres presentan desventajas cognitivas respecto a los niños de entornos más favorecidos. Entonces esas desventajas se van enquistando y consolidando a lo largo de su itinerario vital. Eso no quiere decir que estén condenados a vivir con menos oportunidades, hay  políticas que permiten mejorar la igualdad de oportunidades.

Existe una asociación muy fuerte entre el nivel de desigualdad, logro educativo y profesional. Hay camino a recorrer, pero esto no es determinista.

¿Estás trabajando con diferentes miembros del Gobierno para abordar este problema?

Sí, pero no solo del Gobierno. Somos un órgano sin capacidad ejecutiva propia, pero al mismo tiempo tiene gran capacidad de influencia en la medida en que contamos, en cierto modo, con el aval presidencial. Somos una “célula de agitación” dentro del Gobierno que intenta romper ciertas inercias que hasta ahora no habían permitido desarrollar política de lucha contra la pobreza infantil. Trabajamos con distintos Ministerios porque este problema tiene muchas caras (es un problema de privación material, pero también tiene implicaciones educativas, sanitarias, etcétera), pero también en la coordinación de niveles administrativos. Las competencias sociales son en buena parte autonómicas y a nivel municipal. Trabajamos muy estrechamente con la Federación Española de Municipios y Provincias y estamos barajando la posibilidad de crear unos premios para poner en el foco las buenas prácticas que se realizan a nivel municipal y generar dinámicas de emulación.

¿Hace falta un pacto de Estado para combatir la pobreza infantil, como reclaman muchas ONG? ¿Qué implicaría?

Un Pacto de Estado implica convertir esto en una política transversal desde el punto de vista ideológico, es decir, que todos partidos políticos contemplen la importancia de este tipo de políticas. Esto es interesante, pero a veces políticamente no es del todo viable porque los partidos están enfrentados. Sería ideal que existiera, pero no podemos permanecer parados mientras no se logra esa complicidad de fuerzas políticas en torno a este tema.

Hay razones de izquierdas, de centro y de derechas para luchar contra la pobreza infantil. Unos pondrán más el énfasis en la justicia social, otros en la igualdad de oportunidades, otros en la cohesión social, otros en la competitividad económica. No se me ocurren buenas razones para decir no a que la lucha contra la pobreza infantil sea una prioridad pública.

¿Crees que se podrían destinar más recursos de los que se destinan ya a luchar contra la pobreza infantil?

Sí, evidentemente, somos un un órgano muy ambicioso en ese sentido, aunque somos muy conscientes de las limitaciones, tanto presupuestarias como políticas en este momento. Hemos conseguido que se incrementen en los nuevos presupuestos las partidas destinadas a la lucha contra la pobreza infantil, pero siempre se puede hacer más. Tenemos que ser conscientes de que salimos de una crisis bastante dura, de una la legislatura donde se han producido recortes importantes y en este momento hay muchas necesidades desatendidas en el aparador.

Estamos haciendo el esfuerzo en este sentido de acercarnos a la media de Europa en gasto público, ¿nos encontramos muy lejos?

Estamos muy lejos, más o menos a 5 o 6 puntos de gasto público en Europa. Hay márgenes de mejora, pero eso dependerá fundamentalmente de que haya una reforma fiscal que permita generar más recursos. Es decir, todas estas políticas requieren recursos, pero están bien invertidos, no los tenemos que ver solo como un gasto, sino que es una inversión con retornos importantes. En el corto plazo parecen costes, pero en el medio y largo plazo producen mejoras importantes en la sociedad y generan individuos más productivos que aportan mayor valor añadido. Cuando inviertes en infancia, tienes un primer resultado muy importante, que es mejorar la vida de los niños o la de sus familias, pero los resultados en términos de reducción del fracaso escolar, del abandono escolar, de mejorar la inserción en el mercado de trabajo, de reducir los niveles de obesidad no se van a traducir en el corto plazo, sino a largo plazo. Básicamente, estás ayudando a cerrar cicatrices y estas tardan en cerrar.

¿Qué opinión te merecen los ODS? ¿Se cumplirá la Agenda 2030?

Es un marco ideológico normativo muy interesante para avanzar en proyectos, en causas que disfrutan de un amplio consenso social. Nos estructuran muy bien el camino sobre el que hay que avanzar, generando consensos, aunque no nos vamos a poner completamente de acuerdo las diferentes fuerzas políticas sobre los medios para perseguir los ODS, pero compartimos objetivos y además aparecen claramente perfilados.