ESCÁNDALO POLÍTICO-ECONÓMICO

El otro «estigma» del FMI

Los escándalos de Rato, Strauss-Kahn y Lagarde dañan a una institución de reputación ya debilitada

Otros tiempos 8Rato con Strauss-Kahn, el día de relevo en el FMI.

Otros tiempos 8Rato con Strauss-Kahn, el día de relevo en el FMI.

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Medir la reputación puede ser una entelequia pero el Fondo Monetario Internacional (FMI), tan acostumbrado a hacer análisis de pasado y conjeturas de futuro, sabe que en ese complejo índice las cosas no andan bien en su propia casa.

En marzo del año pasado, un informe interno alertó del «estigma» que arrastra la institución. El documento ponía el dedo en la llaga de los problemas generados por sus polémicas políticas y fracasos económicos a finales del siglo XX y principios del XXI en Asia y Latinoamérica, que han hecho ahora a muchos países mostrarse reacios a acogerse a nuevos programas. Esa reticencia, se leía,  «parece emanar sobre todo de la imagen persistentemente negativa que tiene entre muchos líderes de opinión de la sociedad civil, oenegés y la ciudadanía en general, sobre todo en países afectados por pasadas crisis».

Aquel documento no hacía referencia al golpe que supuso para la institución el escándalo de acusaciones de abuso sexual que obligó a dimitir en el 2011 a su entonces director gerente, Dominique Strauss-Kahn (DSK), luego exonerado de aquellos cargos pero más adelante enfrentado a un proceso por proxenetismo agravado. Quizá -solo quizá- se pensó que lo de DSK entraba en temas de índole personal. Con el fulgurante descenso a los infiernos de Rodrigo Rato, sin embargo, las cosas empiezan a ser distintas.

En el caso del exvicepresidente y exministro español que dirigió la institución internacional entre el 2004 y el 2007, su hundimiento tiene que ver con acusaciones de blanqueo de capitales, fraude, corrupción... Y la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, dejó ayer más claro que nadie que esta vez el peso del escándalo puede ser mayor. «Es quien solía venir y decirnos cómo teníamos que dirigir y gestionar nuestra economía -declaró la mandataria-. Es más, incluso se atrevieron a hablar de corrupción en la política argentina».

Desde el FMI ayer no se quisieron hacer declaraciones sobre el caso y la detención. «No tenemos comentarios ni información al respecto», le dijo a Efe un portavoz del organismo, que pidió mantener el anonimato. Incluso para decir que no hay nada que decir, por más que toda la prensa estadounidense y mundial se esté haciendo generoso eco de lo que está aconteciendo en Madrid, nadie quiere dar la cara en la institución que desde la caída de Strauss-Kahn dirige Christine Lagarde.

La actual directora tampoco está libre de problemas de reputación. Ella fue investigada por «negligencia», una forma elegante de decir que se sospecha que hizo un mal uso de fondos públicos cuando al empresario Bernad Tapie el estado francés le pagó 403 millones de euros por daños que le provocó el nacionalizado Credit Lyonnais. Lagarde era ministra de economía. Permitió el arbitraje privado que acabó en la compensación.

DSK, Lagarde, Rato... «Nada de esto mejora el prestigio del FMI en un momento en que las políticas de austeridad le están haciendo cada vez más impopular», escribió ayer en Bloomberg Leonid Bershidsky.

El columnista cree que los «temas de carácter» (o personalidad) que salpican al trío de últimos directores «contribuyen al estigma» asumido en el documento del año pasado. Y plantea una pregunta importante: ¿Quien garantiza que no se dejan llevar por intereses políticos (o personales) cuando toman sus decisiones? No hay respuesta, ni comentarios. Debería.