Análisis
Un mercado dual
Ricard Fernández Ontiveros
Economista
Economista
RICARD FERNÁNDEZ ONTIVEROS
Hacen bien los expertos en acoger con prudencia los datos del INE que indican una estabilización del precio de la vivienda. Las estadísticas inmobiliarias sufren tradicionalmente por las dificultades propias de unos productos sometidos a sesgos bien diversos: estacionalidad, dinero negro, fluctuaciones del crédito, diferencias entre precios publicitados y precios acordados, opacidad del sector, etcétera. Dicho esto, me atrevo a afirmar que quienes están animando el mercado son, igual que en la compra de coches, las familias de clase media y alta con estabilidad laboral que durante años han retenido su capacidad de consumo y de endeudamiento por tres motivos: la incertidumbre sobre el empleo, la dificultad del crédito y la idea, acertada, de que podrían comprar más barato más adelante. Posiblemente, los tres vectores han dejado de ser tan evidentes para muchas familias y esto explica que hayan dejado de hundirse unos precios que ya acumulan caídas superiores al 40% desde el 2007. Por otra parte, es lógico que el incremento sea más claro en la obra nueva si tenemos en cuenta que apenas se edifica el 5% de las 700.000 unidades de los años previos al pinchazo de la burbuja.
MÁS ENTRADAS QUE SALIDAS
Podemos contrastar los datos con los que acaban de publicarse sobre la exposición inmobiliaria de los 13 grandes grupos bancarios españoles. Junto a la reducción de su crédito a promotores, en parte por el papel de rescate de la Sareb (banco malo), constatamos que el volumen de activos adjudicados ha subido en el primer semestre del 2014 (de 84.102 millones de euros a 90.234) y que lo ha hecho en todos los capítulos: edificios terminados y en construcción, suelo, inmuebles de particulares y otros activos. Es decir, siguen entrando en la banca más pisos, edificios y suelos de los que salen. Los esfuerzos por deshacerse de ladrillo con apoyo del Estado siguen siendo incapaces de compensar la realidad económica y social, marcada por tres vectores: una tasa de paro elevadísima, la reducción del número de habitantes y de hogares y un crédito que sigue siendo de difícil obtención para la mayoría de las familias trabajadoras.
Nos encontramos pues ante una grave dualización del mercado inmobiliario, con una minoría que empieza a comprar y una mayoría que o bien no puede pagar la hipoteca o el alquiler, o bien no tiene garantía de mantener capacidad para embarcarse en una compra; o, finalmente, no consigue crédito para hacerlo. Puede sorprender leer en la Memoria de la Fundació Foment de l'Habitatge Social de Càritas que el 25% de las 300 familias atendidas sí tienen empleo formal y que el 32% más trabajan en la economía sumergida: las caídas salariales bajo la consigna de la «devaluación competitiva» explican esta nueva «pobreza con contrato». Vemos pues la dureza creciente de la otra cara de la moneda, la de las mayores víctimas del fin del crac. No es pues extraño que desde el Tercer Sector social múltiples entidades estén redoblando sus esfuerzos para resolver unas situaciones que irán empeorando en los próximos años. Me refiero por supuesto a la citada Càritas, a la PAH, a la Fundació Mambré (constituida por Arrels, Assís, Filles de la Caritat y Sant Joan de Déu) y a otras entidades sociales que con su esfuerzo y en ocasiones con apoyo de algunas administraciones e incluso de algunas entidades financieras, están tejiendo una red de solidaridad que sin duda necesita dar un salto adelante.
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