a pie de calle

Cuando la neutralidad es imposible

Una trabajadora de una tienda.

Una trabajadora de una tienda.

JOAN BARRIL

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«Hasta luego. Me voy a ver la huelga». Y se va, como quien se va a una boda. A veces parece como si la historia fuese un espectáculo al que se puede asistir sin pagar entrada. Ver la huelga es el silencio ahí donde antes había estrépito. Es domingo sin que la fecha esté impresa en color rojo. La huelga no se ve. En todo caso se huele, se mastica, se teme o se escucha en voz baja.

En la Diagonal unos muchachos han cortado la calzada. Son las ocho de la mañana. Un entusiasta de la huelga me dice: «Este es el paraíso de la clase obrera». La expresión clase obrera no me lleva al paraíso sino al túnel del tiempo. En el mejor de los casos, la clase obrera la forman hoy los temporeros africanos y los jóvenes de más de 30 que no llegan a mileuristas.

El paraíso dura poco. Se escuchan a lo lejos las sirenas de los Mossos dirigidos por Saura que llegan para disolver -¡oh, fatalidad!- ni más ni menos que una huelga general, y nosotros que la quisimos tanto.

Hay que definirse

3 Una conversación telefónica cazada al vuelo en Gran de Gràcia. «¿Tu vas a abrir?» En una huelga general nadie quiere estar solo. Una huelga general no es solo una herramienta política sino, ante todo, una fiesta del espíritu. Es de esas ocasiones en las que la ciudadanía ha de definirse. Ante una huelga general la neutralidad no es posible. Nadie puede decir: «Eso no va conmigo.»

Mercado de Galvany, uno de los más caros de Barcelona. Los tenderos dedican su tiempo a colocar su mercancía. Carmen, una pescadera, me dice que el pescado es bueno -y, efectivamente, lo es- pero que el hielo tuvieron que ir a buscarlo en plena noche. «No creo que venga nadie. Pero los clientes llaman por teléfono y aquí está mi hijo para llevárselo a domicilio».

Hay un humor nervioso entre los puestos. «Ponme una botella de aceite». «Solo una, ¿eh?. No te voy a vender más porque estamos en servicios mínimos». Se ríen. La verdulera mete baza y pregona: «¡Oferta! ¡Más baratos que nunca! ¡Pimientos del piquete o pimientos del patrón!». Más risas entre los pasillos vacíos.Y por el rabillo del ojo miran a la entrada por si asoma la fiera feroz de los piquetes. Recuerdan: «En el 2002 cerramos todo el mercado. Ahora es distinto».

La crisis genera cobardías

3 Un taxista está parado frente a un centro de maternidad. Le digo si no tiene miedo de trabajar. «No están las cosas como para dejar de hacer carreras». Eso es lo distinto. Que la crisis genera medidas, pero también cobardías. Me señala la radio: «Y si me buscan llamo a mis compañeros y ya pueden prepararse».

Otros se lo toman con más calma. En la sede del Banc Sabadell un piquete luce sus pancartas. De su interior salen un par de oficinistas encorbatados. Sacan sus cigarrillos y se dan fuego. Lo que la lucha sindical separa el tabaco lo une.

Frente a la catedral un grupo de ugetistas baja por la rampa del párking Saba para que cierre. Sale un guardia de seguridad y los sindicalistas se van a por piezas mayores. Le pregunto al guardia si el párking está abierto: "Mientras yo esté aquí, el párking estará abierto". En una huelga general un simple párking puede parecer El Álamo y ya no sabemos si lo defiende un héroe o bien un bocazas.

Y los rumores, claro. "Me han dicho que ha habido enfrentamientos en la ronda. Dicen que se han roto cristales en el centro." Siempre el rumor, que es la antesala del miedo. Porque el alma del comerciante es tan transparente como el cristal de su escaparate.