Realidades antagónicas: El oriente de los Reyes Magos y la Finlandia de Papá Noel

La fría y solitaria Laponia poco tiene que ver con un oriente convertido en un polvorín donde hoy no se respira un ambiente de paz

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XAVIER MORET

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Los Reyes Magos vienen de Oriente y Papá Noel, del Norte. Los primeros vienen montados en camellos del desierto y del calor extremo, mientras que el segundo llega del frío, sentado en un trineo arrastrado por renos voladores. Todo un mundo los separa, pero ambos cumplen la misma función: llevar ilusión, regalos y buenos deseos en las fiestas de Navidad.

LOS REYES MAGOS VIENEN DE UN ORIENTE QUE ARDE...

En el lugar donde, según la tradición, nació Jesús, en la basílica de la Natividad, hoy no se respira un ambiente de paz. Belén se encuentra en zona palestina, a 10 kilómetros al sur de Jerusalén y a escasa distancia del gran muro construido por Israel para marcar su territorio. Allí, dicen, llegaron hace muchos años tres reyes que venían de muy lejos para ofrecer al recién nacido oro, incienso y mirra.

Aquellos Reyes Magos venían de un Oriente que muy bien podría ser el desierto de Persia o de Siria. Les guiaba una estrella misteriosa y, cumpliendo la costumbre del desierto, viajaban en una caravana de camellos, cargados de regalos. Es muy probable que, en su largo viaje, pasaran por Palmira, una antigua ciudad de la llamada ruta de la seda que renació en el siglo XIX para asombrar al mundo con sus cientos de columnas y las ruinas de unos templos espléndidos. 

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Por desgracia, Palmira está hoy en manos del Estado Islámico, de unos bárbaros que han sembrado el terror entre la población, han destruido el majestuoso templo de Bel y amenazan con arrasar unas ruinas bellísimas. Visto el panorama, si los Reyes quisieran repetir hoy su mágico viaje, no lo tendrían nada fácil, puesto que la guerra, la violencia y la sinrazón dominan en buena parte de Próximo Oriente.

En la basílica de la Natividad, en Belén, la tensión entre israelís y palestinos se palpa desde hace años. La presencia de soldados fuertemente armados en el exterior, y los esporádicos estallidos de violencia, contrastan con el mensaje de paz que irradia este templo, que se empezó a construir en el año 327, por orden del emperador Constantino, sobre la cueva donde nació Jesús de Nazaret, sobre aquel pesebre que se representa de un modo esquemático con la Virgen, San José, la mula y la vaca alrededor del Niño Dios, arropados todos por los pastores y los tres Reyes Magos.

La violencia, por desgracia, no ha sido nunca ajena a este templo de gruesos muros e interiores sombríos. Una revuelta samaritana lo incendió el año 529, pero fue reconstruido siguiendo la estructura original. Menos de un siglo después, en el 614, cuando los persas invadieron Jerusalén, respetaron la basílica, ya que, según dicen, el comandante del ejército se emocionó al ver un fresco de los Reyes Magos vestidos con ropajes persas.

El robo de la estrella de plata que señala el lugar exacto donde nació Jesús, el año 1853, fue un factor importante para el estallido de la guerra de Crimea, que involucró a Francia, el Imperio Otomano y Rusia. Bastantes años después, en 1988, en el transcurso de la primera Intifada, fui testigo de cómo la plaza y las calles que rodean la basílica se convertían en el centro de una refriega, con jóvenes palestinos armados con piedras haciendo frente al ejército israelí. El humo y las balas no tardaron en crear un ambiente bélico en el que los peregrinos, asustados, corrían a refugiarse en el interior de la basílica.

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Más recientemente, en abril del 2002, unos 200 palestinos, 50 de ellos armados, se encerraron en la basílica huyendo del ejército israelí. El encierro, en el que tomaron algunos monjes como rehenes, duró 39 días y se saldó con siete muertos por francotiradores del ejército israelí y una cuarentena de heridos.

En la actualidad, el llamado nuevo Muro de la Vergüenza separa Jerusalén de BelénMuro de la Vergüenza, una población palestina en la que viven cristianos y musulmanes. Un poco más allá, la tumba de Raquel es venerada por los judíos, en una complejidad parecida a la que se vive en los alrededores del Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, donde se superponen los lugares santos de las tres grandes religiones monoteístas: el citado muro, la mezquita de Al Aqsa y la iglesia del Santo Sepulcro.

En el resto de Cisjordania, y en la franja de Gaza, viven actualmente unos cinco millones de palestinos, frente a los más de ocho millones de Israel. Las noticias que nos llegan de esta parte del mundo, que tristemente hablan de frecuentes enfrentamientos y de muertes, transmiten la sensación de que en Próximo Oriente, allí de donde vienen los Reyes Magos, la paz no es casi nunca duradera.

...Y PAPÁ NOEL DE LA GÉLIDA Y RICA FINLANDIA

Muy lejos de la zona caliente de Próximo Oriente, en la solitaria y fría Laponia, tiene su cuartel general Papá Noel, en un lugar llamado Napapiiri, que vive en invierno rodeado del blanco omnipresente de la nieve y bajo la oscuridad de un cielo que, de vez en cuando, regala a sus habitantes unas luces que bailan para formar las maravillosas auroras boreales.

La casa de Papá Noel se encuentra en una especie de parque temático llamado Santa Claus Village, a 10 kilómetros al norte de Rovaniemi, la capital de la Laponia finlandesa, que se ha convertido en los últimos años en el destino más popular de Finlandia. La culpa la tiene, por supuesto, Papá Noel, a quien miles de niños de todo el mundo suspiran por visitar.

Lo que más me sorprendió cuando aterricé por primera vez en Rovaniemi fue el cartel que pregonaba que había llegado al “aeropuerto oficial de Papá Noel”. Por lo visto en estas latitudes norteñas realidad y ficción acaban por darse la mano.

Entre paisajes nevados, bosques de abetos, manadas de renos y niños que se deslizan en trineo, surge de repente, en Napapiiri, el Santa Claus Village, en el que los niños entran casi levitando. Allí hay una casa de madera en la que recibe el famoso personaje, con su poblada barba y su característica ropa roja. “Cada año recibimos unas 300.000 visitas –me cuentan en la recepción–, de las que 70.000 se concentran en diciembre, cuando Laponia está cubierta de nieve y las fiestas de Navidad ya están cerca”. Tampoco faltan una oficina de correos que estampa en las cartas un matasellos de Papá Noel y la tiendas de regalos navideños. Los niños que lo desean pueden hacerse una foto con Papá Noel e incluso dejar su dirección para recibir en casa una carta firmada por el famoso personaje. Un regalo añadido es que la línea imaginaria que delimita el círculo polar ártico atraviesa este parque. En este caso, está representada por una línea pintada en el suelo en la que los turistas suelen hacerse fotos con un pie a cada lado y cara de felicidad.

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Quienes lo deseen pueden alojarse en las cabañas del Santa Claus Village o pasar la noche en un hotel Iglú. A diferencia de lo que ocurre en Próximo Oriente, aquí la violencia ni se intuye. La paz reina por todas partes.

Los enemigos son la oscuridad y el frío. En diciembre, el sol se asoma en Rovaniemi seis minutos al día y el récord de frío se alcanzó el 28 de enero de 1999: 47,5 grados bajo cero.

Sea como sea, a pesar de que el frío, los renos y los trineos se asocian a Papá Noel, el origen del personaje se sitúa en el siglo IV en Anatolia, en la actual Turquía. Allí, en la ciudad que hoy se llama Demre, nació San Nicolás de Mira. Pertenecía, según cuentan, a una familia acomodada, pero al morir sus padres repartió sus bienes entre los pobres. Allí empezó la devoción. Posteriormente, cuando Anatolia fue invadida por los musulmanes, los restos del santo fueron llevados a Bari, donde reposan en la iglesia de San Nicolás

A San Nicolás se le atribuyen muchos milagros, pero su nombre se asocia en especial a los regalos de Navidad. Su imagen invernal, de hecho, no llegó hasta mediado el siglo XIX, y fue la influencia de Estados Unidos la que lo fijó como personaje estrella de Navidad, con sus ropas rojas, su gran barba y su “¡ho, ho, ho!”

En estados unidos los niños están convencidos, por cierto, de que Papá Noel vive en el Polo Norte, en un entorno también muy frío. Dado que viajar al Polo Norte no está al alcance de cualquiera, una ciudad de Alaska tuvo el acierto de adoptar el nombre de North Pole. Gracias a ello, goza de un turismo que no habría tenido si hubiera sido bautizada con otro de los nombres que se barajaron: Mosquito Junction.

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Cuando visité North Pole hace unos años, lo primero que me llamó la atención fue la enorme figura de Papá Noel que se levanta junto a la autopista. Después vinieron las manadas de renos, los postes de la electricidad pintados como si fueran caramelos de palo y Santa Claus House, donde miles de niños acuden cada año a depositar sus cartas.

Como sucede en Finlandia, en esta ciudad de Alaska también el frío es el gran argumento. En 1999 se alcanzaron los 56 grados bajo cero, nada que ver, por supuesto, con las temperaturas que viven en el desierto los Reyes Magos de Oriente.