Raphael: "Los divos no se pegan las palizas que yo me pego"

Es la antítesis del abuelo que cuenta batallitas, asegura. Protagoniza 'Mi gran noche', la nueva película de Álex de la Iglesia, y pasea por el país su último disco, 'Sinphonico'

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JUAN FERNÁNDEZ

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Raphael es noticia este otoño por su participación en 'Mi gran noche', la nueva película de Álex de la Iglesia, cuyo título se inspira en su conocida canción. Sin embargo, la letra de su repertorio que mejor define el momento vital que está atravesando es otra: la de 'Qué sabe nadie'. A sus 72 años, y después de 55 bajo los focos, esta temporada ha decidido marcarse un disco donde canta acompañado por una orquesta sinfónica y volver a ponerse a las órdenes de un director de cine cuatro décadas después de su última visita a la cartelera. Amigos, familiares y colaboradores cercanos alzaron las cejas cuando conocieron sus planes, pero nadie logró disuadirle. “A veces oigo sin querer algún murmullo. / Y no hago caso y yo me río y me pregunto / ¿Qué sabe nadie?”, dice la canción.

Con el ímpetu de un juvenil y las ganas de agradar de un recién llegado, Miguel Rafael Sánchez Martos (Linares, Jaén, 1943) se somete estos días a largas sesiones de entrevistas y fotos que, con una insistencia cansina, suelen incidir en el tema de la edad. No es normal desplegar tanta intensidad a estas alturas de su carrera, pero el hígado que le trasplantaron hace 12 años, dice, no solo le ha alargado la vida: también le ha devuelto una seguridad en sí mismo que creía perdida. Y no se ve que le aconseje mal: aparece en la pantalla encarnando a Alphonso –un malévolo divo de la canción con ecos de caricatura histriónica del propio Raphael– y en la sala se disparan las carcajadas; anuncia la gira de su álbum 'Sinphonico' y en cuestión de horas se agotan las entradas. Los que cerca de él se asombraban, ahora se frotan los ojos, pero él sigue cantando: “De por qué doy siempre el alma cuando me pongo a cantar / De por qué mis carcajadas / ¿Qué sabe nadie?”.

¿Qué sintió cuando oyó a Álex de la Iglesia gritar: ‘¡Acción!’?

¿Qué sintió cuando oyó a Álex de la Iglesia gritar: ‘¡Acción!’? Me sorprendió lo bien que me sentía, lo a gusto que estaba, lo fácil que fluía todo. Pero el mérito no es mío, sino de Álex y de la gente tan estupenda que me rodeaba en el rodaje. Me cuidaban de maravilla, y eso te da mucha tranquilidad. Ahora se trabaja de otra forma. Hace años, el artista iba, hacía su papelito delante de dos cámaras y se marchaba. Ahora hay una docena de cámaras y más compañerismo, más piña. He hecho amigos nuevos, ha sido toda una experiencia, me ha encantado.

Fíjese lo que se estaba perdiendo

Sí, pero quiero que quede muy clara una cosa: Raphael no ha vuelto al cine, como han dicho por ahí, porque en realidad nunca me fui. Ni me despedí jamás, ni tomé la decisión consciente de dejar de hacer películas. Simplemente, me dediqué a la música y empecé a hacer giras larguísimas que me impedían escaparme a un rodaje. En estos años han venido multitud de directores y productores a preguntarme si me apetecía hacer una película, pero querían empezar en dos meses. Y, claro, igual me pillaban en plena gira por América.

¿Entonces estas cuatro décadas de ausencia de la gran pantalla se explican por un problema de agenda?

No solo de agenda. Cada vez que me proponían una película, yo respondía: “Tráeme un guion”. Pero nadie me lo traía. A mí no me sirve de nada que un director estupendo me llame y me cuente que quiere hacer cine conmigo, yo necesito ver el guion. Porque yo sé mejor que nadie si una cosa la puedo hacer, o no.

¿Álex de la Iglesia sí le llevó un guion?

Álex es un tipo muy inteligente. Llevaba años lanzándome recados y en 'Balada triste de trompeta' me invitó a hacer una pequeña colaboración. Le dije que no, pero en ese momento hablamos seriamente sobre la idea de hacer cine juntos. También le pedí el guion, como a todos, y la cosa quedó ahí. Cuando ya pensaba que se había olvidado de mí, un día apareció y me dijo: “Toma, el guion”.

¿Qué le animó a darle el sí quiero?

Que el personaje que me ofrecía no tenía nada que ver conmigo. A mí lo que me gusta es interpretar. Hasta ahora he tenido la suerte de hacer películas muy taquilleras, pero todas muy parecidas: siempre me tiraba media película cantando, al final se me moría la chica y yo la despedía con una canción de amor. Esta vez es diferente. Por primera vez hago un malo malísimo de verdad.

¿Dudó en algún momento?

Confieso que sí. Cuando leí el guion se lo pasé a mis hijos, porque yo suelo consultar en casa todo lo que hago. Los domingos, cuando nos juntamos a comer, me preguntan: “Papá, ¿qué estás preparando?”. Y yo les digo: “Pues esto, lo otro y lo de más allá”. Y ellos me dan su opinión. Al final hago lo que quiero, pero me gusta escucharles, porque me dicen las cosas a la cara, tanto lo bueno como lo malo, y eso me da confianza. La película también la sometimos a debate en casa porque me inquietaba una duda.

¿Cuál?

El personaje que interpreto, Alphonso, es un divo de la canción que tiraniza a su hijo y hace perrerías a otros artistas con tal de quedar mejor que nadie. Le pregunté a mi hijo si creía que la gente podía pensar que yo soy como él, y me respondió con mucha sensate: “Papá, ¿a estas alturas del partido crees que la gente no sabe ya cómo eres?”. Me parece que tenía mucha razón.

¿Tiene algo de divo?

Las personas que me conocen saben que no. Solo hay que ver mi trayectoria, los divos no se pegan las palizas que yo me pego. Álex quería que el personaje se llamara como yo, pero le convencí para que lo cambiara, porque no se trataba de mi vida, ni en la película hago de mí. Mi realidad no tiene nada que ver con la de Alphonso. Lo único que compartimos es el ph del nombre.

Le habrán contado que cuando usted aparece en la pantalla la gente se troncha en el patio de butacas. ¿Hemos descubierto a un humorista?

Es normal que se sorprendan y se rían, porque nunca me han visto en ese plan. ¿Humorista? Tampoco es eso, pero sí reconozco que tengo un punto cachondo muy marcado. Soy una persona con mucho sentido del humor, los que andan cerca de mí saben que las risas nunca faltan a mi alrededor. Me gustan las bromas, sobre todo gastarlas.

Viéndole en un papel tan exagerado como Alphonso, pareciera que quisiera reírse de su propio personaje, de Raphael. Incluso le dedica pullas a Julio Iglesias.

Me río del personaje, no de mí, porque Alphonso es para reírse, y porque me recuerda a algunos divos que he conocido en mi carrera, sobre todo antiguos, de mi época, que sí padecen ese divismo fuera de toda lógica. La mención a Julio Iglesias es una broma que sé que le va a hacer mucha gracia. Estoy seguro de que se va a reír cuando vea la película.

¿Hay que reírse de todo?

No. Yo soy muy partidario del sentido del humor, lo practico mucho y pobre del que no lo haga, él se lo pierde, no sé cómo puede soportarse la vida sin humor. Pero no es cierto que uno pueda reírse y hacer bromas de todo. Tampoco es eso.

¿Le pidió expresamente a Álex de la Iglesia un personaje tan cómico como este?

Lo único que le pedí fue que no hubiera mucha sangre, el resto era cosa suya. Las dos películas de Álex que más me gustan son 'La comunidad' y la que hemos hecho ahora. 'La comunidad' me encanta. Me parece divertidísimo ese retorcimiento que hace con los personajes del vecindario, me gustaría hacer una película así. Ya tenemos título: 'El portero de la comunidad' (risas).

¿Se ha quedado con ganas de comedia?

Preferiría ir alternando. Tengo muchos registros y no quiero encasillarme ahora en el humor. ¿Por qué no provocar el llanto también, o rodar algo romántico, o dar vida a un asesino, o a un psicópata? Es complicado hacer cine conmigo por el tamaño de mis giras, pero es cuestión de que me manden un guion con tiempo y lo miramos.

Viéndole de vuelta en el cine al tiempo que saca un disco sinfónico, habrá quien se pregunte: ¿qué necesidad tiene este hombre de pegarse esas palizas?

La respuesta es simple: me gusta con locura mi profesión. ¿Qué quiere que haga, que me vaya a Benidorm a veranear? No, querido, para eso falta mucho.

¿Le cansa la preguntita de la jubilación?

No, porque es un tema que tengo asumido, y que para mí es muy claro: no pienso jubilarme nunca. Y menos después del motor nuevo que me han puesto, que hace que me sienta mejor que cuando tenía 30 años. Pero no me he vuelto loco, soy una persona muy coherente y sensata con las cosas serias de la vida y sé que un día me levantaré de la cama y notaré que no puedo hacer lo que antes hacía, que me canso, que ya no funciono igual.

¿Qué pasará ese día?

De lo que pase ese día no se va a enterar nadie. Tomaré la decisión que tenga que tomar, pero no haré un drama ni lo anunciaré a los cuatro vientos. Puede ser dentro de 20 años, de cinco o mañana mismo. Un día me despertaré y me diré: “Raphael, hasta aquí hemos llegado”. Y punto.

¿No hará una gira de despedida como hacen muchos colegas suyos?

¡No! ¡Qué disparate! Con lo que me gusta a mí mi profesión, me pasaría todo el día llorando. Imagínese: ¿Hoy es el último día que canto en Nueva York? Pues, hala, una llantera. Al día siguiente igual en México. Luego en Buenos Aires. ¿Quiere que esté todo ese tiempo diciéndome a mí mismo que jamás volveré a subirme a esos escenarios? ¡Qué horror! No, yo prefiero desaparecer y ya está. No me gustan las despedidas.

¿Y al día siguiente?

Al día siguiente me dedicaré a hacer algo que no suelo hacer, y es vivir de los recuerdos. Yo no soy nada nostálgico. Nunca me oirá hablar del pasado, jamás. Si me pregunta qué hice tal año, le contesto por educación, pero soy la antítesis del abuelo que va por ahí contando batallitas. Y mire que tengo para contar. Pero no. A mí solo me gusta hablar de lo que voy a hacer mañana, porque el hoy ya forma parte del pasado.

¿Le gusta ver sus películas antiguas?

Ni veo mis películas ni oigo mis discos. Los escucho mucho mientras los hago, pero después no. Anoche, sin ir más lejos, estuve trabajando sobre una canción que ando preparando. Ahora estaré varios días oyendo esa grabación insistentemente en busca de defectos. Pero después será para el público, no para mí.

¿En su casa no suenan sus discos?

Si llega alguien y me pide que le ponga uno, se lo pongo, pero de mí nunca sale la idea. Además, es que yo los oigo de forma diferente, solo escucho defectos. Le confesaré que hay una palabra que pronuncio mal en una canción que grabé hace muchos años que aún hoy me sigue martirizando.

¿Cuál es?

Se llama 'Cuando tú no estás' y aparece en un disco del que se han vendido millones de copias. En un momento determinado, digo: “Pero yo me encuentro entre 'trinieblas”. No tinieblas, ¡'trinieblas'! Ay, me pongo malísimo cada vez que la oigo. Probablemente nadie se ha dado cuenta del detalle, pero yo sí, y para mí es suficiente.

¿Es muy perfeccionista?

Mucho, demasiado, puñeteramente perfeccionista. Mi hijo Manuel me tiene que decir a veces: “Papá, disfruta un poco”.

¿Sufre?

Sí, pero se compensa con otros momentos. Como el que viví el otro día. No sucede a diario, ni mucho menos, pero de vez en cuando sí. Estuve grabando una canción muy diferente de las que suelo cantar y al escucharla más tarde en el estudio que tengo en casa, me emocioné tanto que me cayeron dos lagrimones. Y me dije: “¿Cómo se puede cantar así con 72 años?”. Es que no es normal. Todo es gracias a esto, al motor (se palpa el hígado). Si no, no se entiende este pedazo de voz que tengo a mis años. He visto a gente muy importante que al llegar a una cierta edad seguían cantando con encanto, pero la voz ya no era lo mismo. Lo mío no es normal.

¿Lo tiene ya asumido?

Puntualizo: soy una persona muy normal que ha tenido la suerte de que le han puesto un motor nuevo que funciona de maravilla. A mí me han regalado una prórroga impagable. No es lógico que responda como respondo, yo soy el primer sorprendido. Nunca pude imaginar que este nuevo hígado iba a perfeccionarme de esta manera. Y siento que va a más: 12 años después de aquella operación, cada día estoy mejor. 12 años ya, fíjese, el nuevo Raphael hizo la primera comunión hace poco. Ahora va camino de la adolescencia (risas).

Me pregunto si ese hígado preadolescente tiene algo que ver con la conexión tan estrecha que mantiene últimamente con el público joven. ¿Qué le parece que adorar a Raphael sea hoy de modernos?

Yo ya llevo cinco generaciones de jóvenes a mis espaldas, así que esa conexión no me sorprende. Cuando me llamaron para que cantara en el festival de música indie Sonorama, me pareció de lo más normal del mundo, porque yo he sido muy indie toda mi vida. Y sigo igual de independiente. Voy a mi aire y hago en cada momento lo que estimo oportuno.

Otros de su quinta no han tenido esa reivindicación del público más joven.

Porque a lo mejor no les gusta esto tanto como a mí y prefieren hacer paellas los domingos en el jardín o irse a Benidorm. Tengo un buen amigo que compone y canta de maravilla y que está en su casa. Cuando hablamos, siempre me dice: “Lo tuyo no es normal, Raphael, tú tienes unas ganas…”. Pues sí, cada uno es como es.

¿Lo suyo son ganas?

Son ganas, que disfruto haciendo lo que hago y que nací para esto. Y le aseguro que no es fácil. Sobre todo si eres indie como yo. Muchísimas veces he querido hacer algo y he topado con el empresario de turno que me decía asustado: “¡¿Pero dónde vas?!”. Mi respuesta ha sido siempre la misma: “No te preocupes, ya lo hago yo, ya pongo yo el dinero”. Para ir así por la vida has de tener una fe en ti mismo muy grande. ¿Acaso cree que cuando propuse hacer 'Sinphonico' no me miraron como si estuviera loco? Pues aquí estoy, llenando todos los teatros por donde voy.

¿Qué persigue?

Hacer lo que debo hacer a estas alturas de mi carrera: grandes cosas muy bien pensadas, muy bien paridas y siempre muy bien rodeado. Para que la gente salga del teatro diciendo: “¡Vaya por dios!”. Sé que para ellos es un orgullo enorme que les ofrezca esto, porque luego vienen y me lo dicen. Lo que no tendría sentido es que en este momento me pusiera a hacer cosas baratas y malas. No, eso no.

¿El mayor placer cuándo acontece, cuando está sobre el escenario ante 5.000 personas, cuando está grabando, cuando sus fans el expresan ese orgullo que comenta…?

El mayor placer lo siento cuando estoy haciendo algo y al oírlo me emociono y me digo: “Sí señor, eso es; por ahí, por ahí”. Como la otra noche, cuando escuché lo que estaba grabando y se me saltaron las lágrimas. A veces llega gente que te dice: “Por ahí, no”. Pero tú sabes que sí, que has acertado.

Esa actitud entraña el peligro de acabar confiando en uno mismo más de lo conveniente.

Al contrario, eso es estar permanentemente en duda, siempre pendiente de un hilo, siempre creyendo que no vas a hacerlo bien. Pero cuando lo consigo, se me van todas las dudas. Si entonces llega alguien y me dice que no le gusta, pienso: “Bah, qué entenderá ese”.

¿Teme a las críticas tras su vuelta al cine? ¿Le afectarán si le zurran?

Las leeré, porque siempre las leo, pero una crítica no es más que la opinión de un señor. No entiendo por qué va a tener más razón él que yo. Criticar es muy fácil, lo difícil es hacer las cosas.

Esté tranquilo, le ponen bien.

Lo agradezco en el alma, pero sigo pensando que lo podría hacer mejor. Ya le he dicho que soy muy perfeccionista. Oí a alguien decir el otro día que debían nominarme para el Goya al actor revelación. No pude evitar la carcajada. ¡A estas alturas! ¿Se imagina? ¡Raphael, premio revelación! Dígame si no es para morirse de la risa.