Isabel Allende: vivir para contar(se)

La autora chilena publica 'El juego de Ripper', su primera incursión en la novela negra, un género en el que ella, como siempre, deja la huella de su personalidad y su vida

Isabel Allende

Isabel Allende / periodico

IMMA MUÑOZ

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Seguro que ha perdido la cuenta de las veces que le han preguntado a lo largo de estos días cómo le ha dado por embarcarse en una novela negra, como si eso fuera un triple salto mortal, un giro en su carrera, algo a años luz de lo que nos tiene acostumbrados. Y no. Isabel Allende ha escrito un 'thriller' que no suena a Larsson, ni a Nesbo, ni a Mankell: suena a Isabel Allende.

"Yo nunca he sido lectora de novela negra. Había leído a Conan Doyle y a Agatha Christie de chiquita, y las novelas de mi marido, claro [lleva 25 años casada con el escritor del género William C. Gordon]. Por eso, cuando en 2012 decidí escribir 'El juego de Ripper', vi que tenía que ponerme un poco al día. Lo que estaba de moda eran los escandinavos, y eso leí, tres o cuatro, no sé... Y pensé: 'Yo no puedo escribir una cosa tan negra como esto, tan deprimente, tan brutal. No es el tipo de libro que yo escribo'. Así que decidí que le iba a tomar el pelo al género”, explica.

Y ese “tomar el pelo” incluye cambiar la oscuridad y el olor a cloaca que se espera de las novelas negras por la luz y las fragancias de flor de naranjo, sándalo y vetiver que configuran el carácter y las relaciones del personaje en torno al cual gira todo, Indiana Jackson, una especie de bruja novata del siglo XXI, aunque con curvas de escándalo, empeñada en hacer el bien mediante el reiki y la aromaterapia. Con su secuestro arranca la novela, pero la fascinación que ejerce sobre varios hombres tendrá tanto peso en el relato de Allende como la investigación que emprende su hija Amanda, junto a la pandilla con la que comparte un juego de rol, para dar con ella.

Personajes y relaciones

"La novela negra, como la novela rosa, es un género muy 'formulaico' en el que se espera que pasen determinadas cosas: que la justicia triunfe, que haya suspense, que se entreguen todas las claves de la resolución aunque el lector no las vea… Pero las novelas que a mí me interesan, como lectora y como escritora, son más de personajes y de relaciones. Así que eso he querido hacer: respetar las reglas del género, pero añadiendo amor y humor". Y algunos guiños a sus seguidores habituales.

Porque, una vez más, Allende no puede evitar que su día a día se cuele en las cerca de 500 páginas de 'El juego de Ripper'. De hecho, su cotidianidad marca la propia existencia del libro. “Con Willie siempre hablamos de sus novelas, de las escenas que está creando, aunque yo no me meto en la escritura y nunca las leo hasta que están publicadas”, explica. Por eso, cuando su agente, Carmen Balcells, les sugirió que escribieran una historia a cuatro manos, aceptó el reto.

Veinticuatro horas le duró el entusiasmo por la propuesta inicial: enseguida fue consciente de que la cosa acabaría en divorcio. Imposible, para una autora que requiere el máximo silencio y concentración y que se pasa ocho, nueve, diez horas escribiendo, compartir páginas con un autor que pergeña líneas aquí y allá, mientras hace esto y lo otro, con una concentración máxima de 15 minutos seguidos. Así que, como explica en los agradecimientos de la novela, decidieron separar sus caminos creativos: “Él se dedicó a lo suyo –su sexta novela policial— y yo me encerré a escribir a solas, como siempre”.

Eso no quita para que él sea el primero en la lista de merecedores de su gratitud y para que el lector se lo vaya encontrando en la trama, cada vez que aparece el investigador Samuel Hamilton Jr., hijo del “célebre detective de las novelas de Gordon”, de quien el propio personaje dice que exageró las proezas de su padre. “Mi viejo ya murió, pero por muchos años vivió del recuerdo de sus glorias pasadas, o mejor dicho, de sus glorias noveladas”, pone Allende en su boca. 

También la nieta de la escritora, Andrea, tiene un papel fundamental en la novela. De un encuentro en la cocina con ella surge la idea de vehicular la investigación a través de un grupo que juega a Ripper. Hasta ese momento, la autora chilena, fiel a su forma habitual de trabajar, paseaba de la mano de los personajes que había empezado a dibujar un 8 de enero, la fecha en la que siempre nacen sus novelas, sin saber adónde la llevarían.

Juego de rol

“Un buen escritor de novela negra lo prevé todo. Dicen que empiezan desde atrás y que lo tienen todo planeado, hasta la última coma. Yo no puedo hacer eso: me lancé sin tener ni idea de hacia dónde iba. Lo único que sabía era que sucedía en San Francisco y que era muy contemporánea. Nada más. Un par de semanas después, encontré a mi nieta enfrascada en un juego de rol en la cocina. Pensé que estaba sola, pero me explicó que jugaba en línea con otros amigos. El juego se llamaba Ripper, y consiste en atrapar a Jack el Destripador en 1888. Cada participante crea un personaje que le representa en unos encuentros en los que ponen en común sus conclusiones. Me fascinó, y con esa idea ya pude armar la novela. Los crímenes y todo lo que va pasando se fueron dando de a poco, y cuando terminé tuve que plantar ciertas claves que no podían dejar de estar ahí. Pero eso lo hice al final”.

Total, un proceso de ocho meses en los que, confiesa, se lo pasó muy bien. “Siempre es muy entretenido pensar en matar al prójimo”, concluye, irónica, dando muestras del espíritu lúdico con el que se ha enfrentado a un libro en el que la redención es un concepto clave. Y la magia, aunque una magia distinta de la de aquel realismo mágico del 'boom' que sirvió para etiquetar (y simplificar) toda la literatura que venía de América Latina. “Exacto. No sé a qué llamamos realismo mágico, ya. Hace como 20 años que no es el caso”. Aun así, no puede evitar deslizar una referencia a él en su libro, aunque sea, tal vez, para dar carpetazo a la cuestión. “La crítica fue despiadada con el autor, acusándolo de realismo mágico, un estilo literario pasado de moda”, escribe con voluntad autoparódica. 

De nuevo ella presente, queriendo o sin quererlo, en letras de molde. Aquí, en guiños inocentes, cómplices con el lector que la ha visto abrirse en canal en libros como 'Paula' 'La suma de los días', en los que, ahí sí, ha contado directamente su vida. “Dice Carmen Balcells que yo no necesito imaginación, porque todo me pasa, y con que escriba lo que me pasa, basta y sobra. Yo escribo siempre sobre lo que me importa, la experiencia personal, el dolor. Por ejemplo, 2013 ha sido un año muy malo para nosotros, como familia. Un segundo hijo de Willie murió, lo encontraron muerto en su apartamento por una sobredosis. Mi marido pasó una depresión espantosa, porque no sabíamos que andaba otra vez con drogas. ¡Estaba rehabilitado! Y a Willie ya se le había muerto una hija por lo mismo. ¡Hay tanto drama en eso! Tú puedes contar que se te murió un hijo por una sobredosis, pero cuando son dos ya es exagerado. Es como que lo pones en una novela y no te lo creen –explica con una facilidad que pasma–. Pero también me pasan muchas cosas buenas, o sea que tengo muchas historias que contar”.

Tres décadas de éxito

Entre esas cosas buenas, detalla, “un matrimonio feliz, una mamá de 93 años y un papá de 97 vivos (¡muy poca gente puede decir eso!) y una nuera que es como una hija”. Se podrían añadir tres décadas de éxito ininterrumpido, aunque ella no lo incluye en la lista. Tal vez porque eso lleva consigo unas exigencias promocionales que, asegura, con 71 años, empiezan a pesarle. “Mire, ya no me da el cuerpo. Cuando era más joven, tenía una energía inacabable y podía hacer de todo. Para que se haga una idea, esta promoción empezó en América Latina en diciembre. El 8 de enero, que para mí es sagrado, lo dejé libre para escribir, y al día siguiente, de nuevo la promoción. Ahora paso estos días en España y luego me voy a Estados Unidos, haciendo una ciudad por día, con un avión diario, hasta mediados de febrero. No podré escribir hasta finales de mes. Esto me corta completamente el ritmo de escritura, el proceso creativo. Se necesita mucho silencio, mucho silencio interior, para escribir, y todo este mundo extrovertido de la promoción me marea, así que luego requiero un cierto tiempo para volver a centrarme”.

Nadie lo diría. A Isabel Allende se la ve cómoda con la prensa. Es extremadamente amable, incluso cariñosa, como si desplegara esa vocación suya de matriarca cuidadora (y controladora) también con los periodistas y se esforzara en rehuir la condición de estrella.

–Mire, querida, eso no va a durar. Son cosas pasajeras. Nadie está en la cumbre todo el tiempo, tarde o temprano se empieza a bajar. Y yo estoy preparada para eso. 

–Pues lleva usted instalada allí 30 años.

–¿Y no le parece raro eso? ¡A mí me parece rarísimo! Todo lo que me pasa es como una sorpresa. Cuando se publicó (algo que no me esperaba) 'La casa de los espíritus', en 1982, yo vivía en Venezuela y empezó a tener un tremendo éxito en Europa. Yo ni cuenta me di. Mi agente, Carmen Balcells, me dijo: ‘Cualquiera puede escribir un buen primer libro, porque pone allí toda su historia y todo lo que tiene. El escritor se prueba en el segundo libro’. Así que yo me puse a escribir el segundo, 'De amor y de sombra', sin tener ni idea del eco que estaba teniendo el que ya tenía publicado. Cuando me empezaron a llegar los primeros cheques, las primeras críticas y los primeros contratos de traducción, fue una sorpresa tremenda. Pero no dejé mi empleo de administradora en una escuela, donde trabajaba 12 horas diarias, hasta el tercer libro, porque no pensaba que pudiera mantenerme con la literatura, ni me consideraba escritora. Me parecía que ese éxito era una especie de milagro que no se iba a repetir. Me costó mucho entender que podía hacer una carrera literaria. Tampoco había muchos antecedentes… Los hombres tenían carrera literaria, no las mujeres. Y hasta ahora lo siento así.

Literatura sin adjetivos

¡Ay, los hombres, las mujeres y las etiquetas! Isabel Allende se ha sentido infravalorada en el mundo de la literatura por ser mujer. En la eterna discusión entre la Literatura, sin más y en mayúscula, y la literatura con adjetivos proclama bien alto cómo se reparten los papeles. “Cuando se le pone un adjetivo a la literatura, siempre es diminutivo. Cuando no se le pone, se supone que ha sido escrita por un hombre blanco. Si no, es femenina, o africana, o infantil…”. O superventas. “Fíjese en García Márquez: por más popular que sea, es un grandioso escritor, y nadie le ha cuestionado jamás ni ha dejado de respetarlo. El hecho de que venda muchísimo no le quita méritos. A mí, sí –lamenta–. Yo he tenido muy buena crítica, muy buen recibimiento, muchos premios y muchos doctorados en el mundo. Pero en Chile siempre tuve problemas porque mis propios colegas no me consideraban escritora. Hasta que me dieron el Premio Nacional de Literatura. Entonces ya hubo un reconocimiento. Pero han tenido que pasar 30 años”.

–Pero con ese premio hubo mucha controversia. Se llegó a decir que se estaba confundiendo "el 'hit parade' con la literatura".

–Me hicieron sufrir antes de dármelo, pero una vez me lo dieron se callaron la boca. 

Ella misma aseguró, en aquellos días del verano de 2010, que si se lo hubieran tenido que dar sus compañeros, no se lo habría llevado nunca, que debía el premio a la presión de sus lectores. Esos lectores a los que les gusta verla asomando entre los renglones de todo lo que escribe, esa manera “orgánica” de entender la ficción, “naciendo del vientre, fluyendo de una manera que no se puede procesar a través de los diccionarios, el cerebro y la razón”.

–Tal vez esa sea la crítica para algunos, que no intelectualice lo que le pasa, sino que lo exponga tan visceralmente.

–Para los lectores, ese es el valor: que se identifican en mis libros, se sienten interpretados. Y el premio más grande que yo tengo son 60 millones de lectores. 

60 millones de lectores que sí aplauden que ella viva para contar(se).

SECRETOS EN LA ESTANTERÍA

En una entrevista realizada en 2002, durante la promoción de 'La ciudad de las bestias', su primera incursión en la novela juvenil de fantasía, Isabel Allende dijo: “Todo se puede compartir. No hay secreto tan grande que te lo tengas que tragar”. La frase lapidaria no tenía nada que ver con el libro que estaba presentando, sino que se refería a la principal consecuencia de la publicación de Paula, la obra en la que, en 1994, narraba la muerte de su hija, con tan solo 28 años, después de haber pasado un año en coma: la llegada de miles de cartas en las que lectores de todo el mundo compartían con ella ese dolor y le explicaban vivencias personales tan duras como la suya. A día de hoy, Allende sigue suscribiendo esa frase: “Lo que a mí me pasa, le pasa a otra gente también. No hay nada que ocultar. Mi madre siempre vive aterrada porque lo cuento todo, y me pregunta: ‘¿Por qué se pone en una posición tan vulnerable, usted?’. Todo lo contrario: si tú cuentas lo que te ocurre, no estás en una posición vulnerable. Lo que te hace vulnerable son los secretos que guardas”. Aferrada a esa certidumbre, ella ha ido desgranando en 30 años de trayectoria literaria los hechos que han marcado su vida.

Chile

Isabel Allende nació en 1942 en Lima, donde su padre, Tomás Allende, funcionario diplomático y primo de Salvador Allende, estaba destinado. Tres años después, su madre, Francisca Llona, Panchita, decidió anular su matrimonio y regresar a Chile, donde se casó de nuevo con Ramón Huidobro, también diplomático y el hombre al que se refiere Isabel cuando habla de su padre. Al biológico no lo volvió a ver hasta que tuvo que reconocerlo, muchos años más tarde, en la morgue.

Del Chile de sus primeros años, el que se encontraba de niña cuando las obligaciones de su padre no los llevaban a Bolivia o a Beirut, y en el que vivió desde 1958 hasta que el golpe de Pinochet la obligó a abandonarlo, da cuenta en obras como 'Mi país inventado' (2003), donde el lector conocerá hasta el último detalle de una familia extensa y muy singular a la que ya había ido intuyendo en 'La casa de los espíritus' (1982) y 'Cuentos de Eva Luna' (1990).

También su experiencia como periodista en Chile, donde llegó a ser muy popular como presentadora de un programa de humor y otro de entrevistas, ha encontrado acomodo en sus novelas. Sobre todo en 'De amor y de sombra' (1984), en la que una periodista y un fotógrafo luchan por sacar a la luz los desmanes de la dictadura de Pinochet.

Willie

Hablar de William C. Gordon es hablar del gran amor de Isabel Allende, el hombre que sacudió su existencia de esposa cansada en el exilio. Se había casado con Miguel Frías, su amor de juventud, en 1962, con solo 21 años, y junto a él y sus dos hijos, Paula y Nicolás, había abandonado el Chile del terror en 1975 para instalarse en Venezuela. La pareja tiraba como podía, e incluso se separó temporalmente durante dos meses, en los que Isabel vivió en España.

En ese tiempo de idas y venidas, Isabel supo que su abuelo, de 99 años, se estaba muriendo, y decidió escribirle una larga carta atesorando sus recuerdos. Esa carta sería 'La casa de los espíritus'. Y lo cambiaría todo.

Satisfecha por haber sido capaz de terminar esa primera novela y azuzada por la afirmación de Carmen Balcells de que la decisiva era la segunda, Isabel Allende se lanzó a escribir 'De amor y de sombra'. El libro cayó en manos del abogado estadounidense William C. Gordon, que quiso conocer a la mujer que concebía el amor como él. Cuando la novela se presentó en California, William se plantó en el acto. Del encuentro entre un lector entregado y una escritora recién divorciada salió una cena y, poco después, un traslado a California con campanas de boda. “Me enamoré de él porque tenía una historia”, ha dicho ella en más de una ocasión. Quien quiera descubrirla, la encontrará en 'El plan infinito' (1991).

Paula

La tragedia irrumpió en la vida de Isabel Allende el 6 de diciembre de 1991, cuando su hija Paula entró en coma a causa de un ataque de porfiria. Ocurrió en Madrid, y allí se desplazó Isabel para estar junto a ella. La cuidó día y noche. “Volvió a ser un bebé (...). Paula volvió a mi vientre, como antes de nacer”, explica Allende en el libro-entrevista que publicó Celia Correas Zapata en 1998. Paula murió exactamente un año más tarde: el 6 de diciembre de 1992 en la casa familiar de San Rafael, en Estados Unidos, después de que la trasladaran con la esperanza de un milagro que no llegó. Isabel expió el dolor con un libro, 'Paula', que se publicó en 1994.

Entre la muerte de su hija y la aparición de esta obra, hubo otro hecho destacable en la carrera de Allende: el estreno de la adaptacion al cine de 'La casa de los espíritus', en 1993, con Billie August como director y Winona Ryder, Vanessa Redgrave, Meryl Streep, Glen Close, Jeremy Irons y su adorado Antonio Banderas en el reparto. Aunque el estreno fue en Múnich y no en Hollywood (los productores eran alemanes), una cosa quedaba clara: Isabel Allende se había encaramado a la cima del 'star system' literario.

La tribu

Lo que aportó esa película a su vida se puede rastrear en las páginas de 'La suma de los días' (2007), un libro que podría leerse como la lógica continuación de Paula, puesto que retoma la historia en el punto en el que este la dejó: en California, con las cenizas de su hija esparcidas por el viento. Por sus páginas desfila su tribu: hijos, nietos, libros, amores, éxitos y fracasos, presencias y ausencias. Como la de Jennifer, la hija de Willie, toxicómana, desaparecida en 1993, un agujero negro que estuvo a punto de tragarse hasta su matrimonio.

También Harleigh, el hijo de Willie que murió el año pasado, estaba en el manuscrito inicial, pero pidió a Allende que retirara las referencias a su vida. Ella respetó su voluntad, aunque recreó su figura en el personaje principal de 'El cuaderno de Maya' (2011).

“Yo he escrito dos memorias muy personales, 'Paula' y 'La suma de los días', y los lectores siempre están pidiendo la tercera para ver qué pasó con los personajes que aparecen en la segunda. Pero le he prometido a mi familia que no los voy a usar más, porque se sienten muy expuestos, y una cosa es que yo cuente lo mío y otra que cuente lo que no me pertenece”, asegura Allende.

Doña Panchita, su madre, con quien se cartea a diario, podrá respirar, al fin, tranquila.