Isabelle Huppert: "Me gusta explorar instintos monstruosos"

La actriz que acumula más nominaciones a los César pasa en 'Cautiva' el calvario basado en hechos reales de una rehén de un grupo terrorista. "No se trataba de actuar, sino de reaccionar"

fotograma de Cautiva. Entrevista de sabelle huppert en Dominical

fotograma de Cautiva. Entrevista de sabelle huppert en Dominical / periodico

NANDO SALVÀ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Todos los países atesoran una o dos actrices propias que simbolizan perfectamente la imagen de la nación, que personifican sus cualidades favoritas. Lo dijo en su día Shirley MacLaine, probablemente para reclamar para sí misma la representación del carácter yanqui -por qué querría ese honor es difícil de imaginar-, pero bien podría haber aludido a Isabelle Huppert. Como su patria, la actriz francesa irradia estilo, una sensualidad discreta y elegante y, por encima de todo, un abrumador misterio que, sin ir más lejos, intoxica cualquier intento de entrevistarla. Porque, tanto como por su condición de icono nacional, Huppert es conocida por su reputación de hueso duro de roer para la prensa.

“No creo que sea posible definir lo que hace buena a una actriz. O eres buena o no lo eres. Punto”, resume tajante para empezar la conversación en el bar de un lujoso hotel berlinés mientras observa a través de la ventana. Las nevadas calles son hasta cálidas comparadas con su mirada. “Tampoco hay explicación sobre cómo nos hacemos actores, al menos en general. El deseo de serlo surge de la nada”. Es una mujer menuda -poco más de metro y medio-, y su apariencia resulta juvenil sin necesidad de colágenos: los vaqueros, la cara llena de pecas y la media melena pelirroja convierten su edad, 60 años, en una incongruencia. Su actitud no denota amabilidad, sino solo educación, aunque también sugiere la sensación de que el simple aleteo de una mosca dentro de su ángulo de visión podría hacerle perder los nervios. Y, por si todo eso no funcionara por sí solo a modo de intimidación, no está de más recordar que, en su camino hasta convertirse en una de las más grandes actrices vivas, Huppert se ha dedicado a retratar la patología, la perversidad y la sociopatía humanas con más dedicación de lo que cualquier otro intérprete osaría.

Tratar de encasillar a una actriz tan valiente y poco convencional puede resultar imperdonable, pero recordemos que, con el paso de los años, la hemos visto envenenar a sus padres en 'Prostituta de día, señorita de noche' (Claude Chabrol, 1978), cambiar el convento por el mundo del porno en 'Amateur' (Hal Hartley, 1994) y aniquilar a una familia a balazos en 'La ceremonia' (Claude Chabrol, 1995). En una escena de 'La pianista' (Michael Haneke, 2001) se mutila los genitales y en otra, de visita a un 'peep show', hurga en una papelera para recuperar un kleenex usado, que inmediatamente olisquea. “Me gusta explorar instintos monstruosos”, admite. “Pero la gente tiende a creer erróneamente que lo que ven en pantalla soy yo. Creen que soy una histérica solo porque he interpretado a mujeres histéricas, pero no es cierto”. Al menos, no lo es fuera de los rodajes. “Reconozco que cuando estoy trabajando puedo perder los nervios fácilmente”.

Sobrevivir a la locura

En todo caso, Huppert ha reconocido en más de una ocasión que interpretar es para ella una forma de sobrevivir a la locura. “Pero ¿qué son la locura y la cordura? ¿Alguien lo sabe? -matiza ahora-. Usted mismo puede tener una vida aparentemente normal y luego ser un psicópata. En todo caso, es cierto que dar vida a esos personajes me proporciona cierta catarsis”. ¿Significa eso que el drama le sirve de terapia? “No, los actores dicen eso una y otra vez y no sé a qué se refieren. Porque eso significaría que tus personajes te proporcionan respuestas sobre ti mismo, y eso es falso. No hay respuestas”. ¿Y es posible volver a casa y disfrutar de una cena normal en familia después de haber rodado asesinatos y mutilaciones? “Sí -asegura encogiéndose de hombros-. De lo contrario, entre rodaje y rodaje tendría que vivir en un psiquiátrico”.

A lo largo de una carrera de cuatro décadas, Isabelle Huppert ha acumulado dos premios interpretativos en el Festival de Cannes -por 'Prostituta de día, señorita de noche' y 'La pianista'-, dos en el de Venecia -por 'Un asunto de mujeres' (1988) y 'La ceremonia'- y otro más en el de Berlín -por '8 mujeres' (2002)-, y más nominaciones que ninguna otra actriz al César, el equivalente francés al Oscar. En total, ha interpretado más de 100 papeles para Claude Chabrol, Michael Cimino, Michael Haneke, Andrej Wajda, Jean-Luc Godard, Otto Preminger y varios puñados más de grandes cineastas. El director, asegura, es lo que le hace decidir si acepta o no un papel. “No me importa ser un mero instrumento. Con cada interpretación aspiro a conocer mi alma y estar más cerca de mí misma, y no hay mejor forma de hacerlo que asociarse con un director que aspira a exactamente lo mismo. La peor situación que se me ocurre es trabajar para un director que o bien sea muy malo o bien sea un estúpido. Afortunadamente, a mí casi nunca me ha pasado algo así”.

A diferencia de otras actrices francesas como Isabelle Adjani, Sophie Marceau, Juliette Binoche Emmanuelle Béart, que han flirteado abiertamente con el cine americano, Huppert ha mantenido un saludable desdén por Hollywood después de rodar allí 'La puerta del cielo' (1980), uno de los grandes fracasos financieros de la historia. “Para cualquier actriz francesa es muy raro abrirse paso en Estados Unidos, y de todos modos yo nunca he tenido esa ambición”. ¿Y cuál es su ambición? “Simplemente, tengo que actuar. No podría no actuar. Actuar no es lo que hago, es lo que soy”. Se enorgullece de no haber trabajado nunca solo por dinero, y en lugar de eso ha preferido andar a la búsqueda de proyectos estimulantes junto a algunos de los autores más iconoclastas del cine internacional.

"Rodamos casi sin guion"

Ese afán explorador queda claro con las dos últimas películas de la actriz que han llegado a España. Solo unas semanas después de que se estrenara 'En otro país', la comedia que rodó en Corea para Hong Sang-soo, lo hizo 'Cautiva', en la que ha trabajado para el filipino Brillante Mendoza, y que se inspira en la historia real de un grupo de turistas y misioneros secuestrados en un complejo turístico filipino en 2001 a manos del grupo terrorista islámico Abu Sayyaf, y de su precaria supervivencia frente a las sanguijuelas, las feroces tormentas y los ataques del Ejército. “No se trataba de actuar, sino de reaccionar”, explica la diva sobre su trabajo en la película. “Rodamos casi sin guion, sin saber a qué lugar nos llevarían al día siguiente, dónde o cuándo oiríamos los siguientes disparos. Se trataba de sentir como siente un rehén”. Asegura que para preparar su personaje leyó 'No hay silencio que no termine', relato de Ingrid Betancourt sobre su secuestro a cargo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). “Pese a que son diferentes países y contextos políticos, creo que hay algo muy similar entre ella y mi personaje, sobre todo en el modo de relacionarse con aquellos que supuestamente son sus enemigos y también con la naturaleza, que pasa de ser hostil a ser acogedora en un instante”.

Sin duda, es legítimo preguntarse qué falta le hace a estas alturas a Huppert llegar tan lejos, física y psicológicamente, por un papel. “Siempre me ha gustado la idea de visitar lugares recónditos de ese país, y cada vez me gusta más -responde-. No lo hago por exotismo, porque lo curioso es que no importa lo lejos que vayas: sigues estando en casa. El cine pertenece a todos los países o, mejor, es un país en sí mismo”. Además, dice sentir el mismo empuje que al principio de su carrera. “Los papeles que interpreté al principio los podría interpretar ahora, y viceversa. No creo que mi talento o mi personalidad hayan cambiado drásticamente con los años”. Tampoco lo ha hecho el agresivo empeño por mantener privada su vida privada. Es curioso que la actriz confiese que, cuando visita casas ajenas, lucha por resistir la tentación de abrir los armarios y cajones de sus anfitriones -"eso es lo que significa ser actriz: quieres penetrar en los rincones más ocultos de las casas y las mentes de los demás”-, porque las puertas de su propio armario, metafóricamente hablando, permanecen cerradas a cal y canto.

Se sabe, eso sí, que es la menor de cinco hermanos entre quienes hay novelistas, cineastas y más actrices; en los últimos 30 años ha estado casada con el escritor y director Ronald Chammah y tienen una hija y dos hijos juntos. Pero Huppert no quiere hablar de eso, y cuando no quiere hablar de algo lo hace saber con firmeza. Cuando la conversación amenaza con desviarse a ese terreno, tiende a señalar su disgusto más con gestos que con palabras: su expresión de soberano aburrimiento está particularmente lograda. Asimismo, usa el silencio con maestría, logrando que su interlocutor se sienta increíblemente incómodo. Cuanto menos le gusta una pregunta, más larga es la pausa.

“Siempre me ha parecido que los medios de comunicación no son el lugar adecuado para discutir mi vida privada y mucho menos para hacer confesiones -argumenta-. Sé que hay personas que obtienen cierta satisfacción narcisista cuando se habla de sus vidas. Afortunadamente, yo no tengo ese problema, aunque sí muchos otros”. En todo caso, ¿no es cierto grado de narcisismo esencial para una actriz? “Sí, y yo lo tengo, pero muy bien escondido, y no me lo tomo muy en serio”.

De niña pensaba que no tenía rostro

Pero el problema de esforzarse tanto por no decir nada es que puede confundirse con la necesidad de ocultar algo. “Supongo que eso es el misterio”. Touché. “Dicho esto, yo no soy Madonna. Pocas veces me reconocen. Tengo una fisonomía que se confunde fácilmente entre la masa”. De niña, recuerda, solía pensar que no tenía rostro. “Era tan pálida y blanca, y con todas esas pecas, que mi cara estaba completamente difuminada. No se me ocurre nada más extraño que una actriz sin rasgos”. Desde entonces, precisamente esa falta de definición se ha convertido en su principal seña de identidad. Huppert logra la máxima elocuencia a través de alteraciones apenas perceptibles de su expresión facial, o de la falta absoluta de expresión, de modo que el espectador siempre es consciente de su mundo interior, que, asegura, “no es tan fácil y seguro y ordenado como puede parecer”.

Confiesa, en todo caso, que no le importaría rodar algún día una comedia romántica, de no ser porque es consciente de que “no podría evitar llevar al personaje a un terreno sombrío u oscuro”. Y, para explicar esa tendencia natural, recurre a una fábula: “Un escorpión le pide a un elefante que lo ayude a cruzar un río. El elefante replica: 'Solo si me prometes que no me picarás'. El escorpión le asegura: 'No, no te haré daño'. Sin embargo, a medio camino el escorpión pica el elefante. '¿Por qué lo has hecho?', pregunta el elefante. Y el escorpión responde: 'Es mi naturaleza'. Yo digo lo mismo”, añade Huppert con una sonrisa perversa. “Es mi naturaleza”.