PAISAJE CON FIGURAS

Cuando la Semana Santa iba en serio

La aparición en cartelera de una película sobre Jesucristo y María Magdalena le sumerge a uno en la asfixiante Semana Santa de la infancia

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zentauroepp29218070 distritos180316183224 / MÓNICA TUDELA

Ramón de España

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No sé muy bien por qué, pero hay ciertas formas de desfachatez que   me ponen de buen humor. Ejemplo más cercano: ayer, viernes, abrí el Whatsapp nada más levantarme, como tengo por costumbre, y me encontré el envío de una amiga que consistía en un breve fragmento del programa de televisión First dates protagonizado por una concursante que expresaba en voz alta lo que esperaba de un hombre. Se trataba de una mujer de cuarenta y tantos años con un escote que le garantizaría un cargo de confianza en cualquier gobierno presidido por Lluís Salvadó y que se expresaba de esta guisa (o parecida): "Pues yo busco un hombre que sea algo tontito, para poder manejarlo como yo quiera. Vamos a ver, muy tonto, muy tonto, tampoco, que entonces me aburro. Que me pueda fiar de él y que no sea muy espabilado, que yo, los espabilados…"

Esa idea del amor, de una miseria moral insuperable, resultaba de una sinceridad enternecedora, aunque pareciese un sketch de Muchachada Nui. Daba para meditar sobre la condición humana y, sobre todo, para echarse unas risas nada más iniciar la jornada, como así fue. Semejante muestra de burricie me ayudó a empezar el día de mejor humor que de costumbre. Debería haber salido a dar un largo paseo para celebrarlo, pero en vez de eso, cometí el error de comprar la prensa y volver a casa tras desayunar en el bar de la esquina. La realidad reflejada en los diarios suele aportar motivos de depresión, pero, hasta ahora, nunca los había encontrado en la sección de espectáculos. Repasando los estrenos de la semana, reparé en la película María Magdalena, con Rooney Mara en el papel principal y Joaquín Phoenix en el de Jesucristo y deduje que la Semana Santa estaba al caer. Como buen trabajador por cuenta propia -ésos que, como decía mi amigo Enrique Ventura, el dibujante de comics, trabajamos cuando queremos, incluso sábados y domingos-, nunca me entero de cuando caen las fiestas, y si pregunto por qué tal día es festivo, suelo recibir respuestas crípticas del modelo, "Sí, hombre, es la tercera pascua de brumario después del eclipse del nibelungo", o algo parecido. Pero el estreno de una película de historia sagrada, como las llamábamos antes, suele coincidir con la Semana Santa, que siempre me lleva a rememorar las de mi infancia, que eran entre siniestras y terroríficas. Los nazarenos con capirote -que de pequeño confundía con miembros del Ku Klux Klan- sustituyeron de inmediato a la jacarandosa señora que buscaba un tontito, y emprendí el recorrido de cada año por el callejón de la memoria.

Contárselo a los jóvenes

Una misión que tenemos los viejos de la tribu consiste en contar a los jóvenes cosas que nunca creerían. Hoy día, la Semana Senta solo es una excusa para huir de Barcelona en busca de la playa o de una ciudad extranjera, pero hubo un tiempo en que las fiestas se pagaban caras. Sucedía en una Barcelona en blanco y negro, como de fotografía de Català Roca, trufada de procesiones terroríficas, cines con la programación alterada en beneficio de películas pías y una televisión con más películas pías, más procesiones, más encapuchados, más cirios y gente cantando saetas desde balcones andaluces. Si salías a la calle era para "visitar monumentos", práctica familiar consistente en parar en tres o cuatro iglesias para rezar un poquito en cada una. Una semana de juerga, vamos. Socialización del sufrimiento. Crucifixión para todos. Y para los niños, una sensación de tristeza que puede atacarte de repente, al cabo de muchos años, mientras consultas las novedades cinematográficas de la semana y se te borra de golpe la sonrisa que te ha dibujado la escotada que buscaba un tonto.