UNA historia de ciutat vella... la Rambla

Un bullicioso paseo sobre una gran cloaca

En 1364, el eje más popular de Barcelona era una riera en la que se vertían aguas fecales

Panorámica 8 La Rambla desde el teleférico.

Panorámica 8 La Rambla desde el teleférico.

INMA SANTOS HERRERA
BARCELONA

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«La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante en brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: la Rambla de Barcelona». Así describía la famosa vía barcelonesa el poeta Federico García Lorca en un discurso en Barcelona con motivo de la representación de su obra Doña Rosita la soltera, el 25 de diciembre de 1935.

Y es que la Rambla, columna vertebral de Barcelona, forma parte de la vida cotidiana de la ciudad. Visitantes y residentes van y vienen por ella, la cruzan, la visitan, se entretienen, pasean sin prisas: ramblean, sí, del verbo ramblear.

Pero la Rambla, la que ahora es una de las calles más emblemáticas de la ciudad, no siempre tuvo este aspecto. Su personalidad se ha ido hilvanando con la evolución histórica de Barcelona en los últimos mil años. Una historia que ahora reúne en imágenes La Rambla Barcelona (Triangle Postales), con fotografías de Pere Vivas y Ricard Pla, y textos de Daniel Venteo.

Cuesta creer que este idílico paseo se convirtió en 1364, en pleno crecimiento urbano, en una gran cloaca, que se cubrió por una bóveda de piedra. Allí se vertían las aguas sucias de toda la ciudad. De aquella época es una canción popular que dice que el gegant del Pi balla pel camí (los laterales de la Rambla) y el gegant de la ciutat balla pel terrat (la bóveda).

Entre los siglos XIV y XVII, una fiebre de construcciones religiosas emerge en el Raval: jesuitas, carmelitas, capuchinos, agustinos… Entre tanta espiritualidad también hay espacio para el edificio de Estudios Generales y el Teatro de la Santa Creu. Pero con la quema de conventos de 1835 y la desamortización de Mendizábal de 1836, muchos de los conventos desaparecieron. Además, en los años 50 del mismo siglo, se derribaron definitivamente las murallas. Barcelona respira por fin liberada de su corsé y la Rambla queda repleta de agujeros que se irán llenando con viviendas o construcciones espectaculares como las del Hotel Orient, el Gran Teatre del Liceu, el mercado de la Boquería o la plaza Reial. Y se plantan plataneros de la Devesa de Girona para dar sombra a la cloaca que se perfila ya como el gran paseo que hoy es, de obligada visita.

La Rambla es una calle de calles en la que confluyen varias ramblas. El recorrido empieza con magia en la Rambla de Canaletes, donde según la tradición popular, quien bebe agua de la fuente vuelve a Barcelona. Continúa por la Rambla dels Estudis, donde se alzó entre 1536 y 1843, el edificio de Estudis Generals, primera universidad de Barcelona. El recuerdo de los antiguos conventos se oculta tras los nombres de la Rambla de Sant Josep y la de los Caputxins, si bien la primera es más conocida como de las Flors. «Toda la Rambla, hasta el mediodía, es un esplendoroso jardín…», describe el escritor ruso Isaac Pavloski en Un ruso en Cataluña (1884). Y de ahí, a la Rambla más canalla, la de Santa Mònica, la que fue antesala del Barrio Chino y a la que han cantado Joan Manuel Serrat, Gipsy Kings o Radio Futura.

Tras los Juegos Olímpicos de 1992, el paseo ganó otro tramo, la Rambla de Mar, que flota sobre el agua en una pasarela de madera, «que se proyecta, en un futuro, hacer llegar al antiguo faro de la Barceloneta», augura Venteo en su libro.

La Rambla, espina dorsal barcelonesa, vibra bulliciosa y alegre al son de los tiempos y mecida por su mantra: ramblea, ramblea...