Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

El Barça de pandereta al que Xavi y Laporta se aferran

Joan Laporta abraza a Xavi Hernández en la víspera del Barça-PSG.

Joan Laporta abraza a Xavi Hernández en la víspera del Barça-PSG. / Alberto Estévez / Efe

Mucho se ha escrito sobre la 'futbolización' de la política, cuando en realidad es al revés. Pocas veces se ha arrimado tanto el surrealismo de ambos mundos como en las últimas 24 horas. Sí, las mismas en las que Xavi Hernández ha logrado mantener su puesto como entrenador en el Barça tres meses después de haber dicho que se largaba, y las mismas en las que Pedro Sánchez ha musitado su propia dimisión en diferido como presidente del Gobierno. Insinuar pero no ejecutar, por si las moscas. Fútbol y política muestran su pureza en lo absurdo.

Xavi Hernández rectifica y seguirá en el Barça hasta 2025

Xavi Hernández rectifica y seguirá en el Barça hasta 2025 / .ALEJANDRO GARCÍA / EFE / VÍDEO: EUROPA PRESS

Lo que le ha ocurrido a Xavi, en cualquier caso, es comprensible. Más allá de que no fuera sincero cuando aseguró que tenía decidido irse desde el verano pasado. La noche en la que el Barça fue ridiculizado por el Villarreal en Montjuïc, él mismo se avanzó a aquellas voces que reclamaban un despido inmediato. Casi todos ellos, directivos y palmeros que, a la hora de la verdad, nada pintan. Pues Xavi se ahorró dar el gustazo a sus enemigos optando por tomar él mismo las riendas de su funeral. 

Ocurre sin embargo que Joan Laporta va a la suya, y odia que le digan lo que tiene que hacer. Y si tiene que escuchar a alguien, pocos como su excuñado Alejandro Echevarría. O Rafa Yuste, que por algo es quien mejor le toca las palmas. Ahí, y en los consejos de su familia y sus asesores, Xavi encontró un buen motivo para continuar. El cónclave en la casa de Laporta, que remitió a aquel nuñismo psicofónico y de mercería, fue la metáfora de este tiempo. Caos y pandereta.

Otra cosa es que su continuidad tenga sentido, más allá de decir una cosa y hacer otra, al fin y al cabo un clásico de la humanidad. Tampoco el gran problema es que el Barça vaya a acabar la temporada en blanco, sin títulos de los que alardear. La cultura del éxito acostumbra a ser nociva cuando se ata a un trozo de metal, no a un proyecto. El gran déficit de la trayectoria de Xavi ha sido el juego, quizá lo único que se le debía presuponer a su obra y en lo que no muchos reparan. El equipo ha jugado mal, desorientado, sin plan alguno excepto el efímero sueño en París, y, lo más preocupante, descabezado. Cómo olvidar la vuelta de los cuartos de Champions ante el PSG, con Xavi haciéndose expulsar cuando sus jugadores más necesitaban un entrenador.

Por contra, Xavi sabe que es el momento de apropiarse del alumbramiento de la generación que encabezan Lamine Yamal y Pau Cubarsí, adolescentes que explotaron en la urgencia y la miseria colectiva. Y que, por muchos jugadores que le impongan -Joao Félix o Vitor Roque, porque él con Cancelo bien a gusto estaba-, podrá hacer lo que le venga en gana con ellos, aunque tengan que consumirse en el purgatorio, por alto que sea el precio. El técnico, ahora sí, se ve fuerte. Y con aliados de peso que le han demostrado fidelidad.

Xavi se queda. Está en su derecho. No perderá dinero, pero sí credibilidad. Aunque eso, en el fútbol, nada importa. Es Laporta quien se la juega de verdad, atando su gobierno a un entrenador que ha regresado de entre los muertos. Pero dejando la tumba abierta.