Opinión | Golpe Franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor

La mente del futbolista, por Juan Cruz

Xavi en la banda durante el partido de vuelta de los octavos de final de la Champions contra el Nápoles en Montjuïc.

Xavi en la banda durante el partido de vuelta de los octavos de final de la Champions contra el Nápoles en Montjuïc. / Jordi Cotrina

Hay futbolistas que no se retiran jamás, o a los que jamás se les va el fútbol de la cabeza. El fútbol de campo, esa pasión que se queda en el corazón como los colores en el aficionado o como las madres en la vida de los que nunca dejar de ser hijos o niños. 

Xavi Hernández es uno de esos fenómenos de la naturaleza que tardará años, si es que eso sucede alguna vez, en dejar atrás la esencia de césped que revolotea en su actitud, desde la sonrisa hasta el cabreo. Él es un futbolista, reacciona como un futbolista y cree sinceramente que es un futbolista todavía. 

En este partido que con tan buen fútbol ganó su equipo (nuestro equipo) el martes por la noche lo vi darle patadas, por cualquier cosa, a uno de los obstáculos que tenían los alrededores de su banquillo, como si estuviera rabioso porque él (él, no cualquiera de los suyos) hubiera fallado un golpe franco. 

Luego desbarró en la sala de prensa, ante la resbaladiza audiencia que estaba deseando que él soltara por esa boca lo que sueltan, sobre todo, los futbolistas, cabreados con la vida, o porque han perdido o porque no son comprendidos.

En lugar de hacer lo que hacen los más veteranos (pongan aquí ustedes los nombres que quieran, menos el de Mourinho), que es templar y luego disparar a favor de sus más próximos, jugadores, directivos o prensa, a él no se le ocurrió otra cosa que arremeter contra nobles (nobilísimos) escritores de fútbol que vienen advirtiéndole de que el campo no está sintiendo, ni en el césped ni en la grada, que él esté aprovechando el crédito que tuvo (y que tiene). 

En lugar de comprender cuál es el papel del que se pone ante la tecla tratando de extraer de la experiencia de mirar la consecuencia de ese aprendizaje, se dedicó a empapelar su diatriba como si fuera un escolar enrabietado porque uno de su pupitre le borró con la goma lo que creía de sí mismo.

Se equivocó la paloma, se equivocaba, como cantaban Alberti (y Serrat). Muchas veces la vida nos trae, como una palabra extraviada, estas consecuencias del ego del futbolista que considera que el error es de los otros. No se culpe a nadie, decía Julio Cortázar en una memorable excursión por la historia universal de las culpas. 

Xavi se equivocó como un futbolista y le regaló al entrenador, que aún no lleva dentro, una invectiva que ahora le ha dado la vuelta a la tortilla bien hecha que fue el partido. 

De un fútbol bellísimo, el que él sabe hacer, le salió de pronto una sintaxis perjudicada por el ego; se precipitó, se equivocó, es una paloma torcaz subida a un éxito que, de resultas de su precipitación, será recordado como un fracaso.

Soy de Xavi, y soy de Besa, y soy del Barça. Soy un aficionado que cuando se calienta, por decirlo como lo decía mi padre, soy capaz de cualquier cosa, hasta que me siento a escribir y entonces, ya ven, como decía don Pablo Neruda, me sale espuma. 

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