Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Xavi deja desnudo y solo a Laporta

Joan Laporta, con Rafa Yuste (de espaldas), Alejandro Echevarría y Enric Masip en Montjuïc.

Joan Laporta, con Rafa Yuste (de espaldas), Alejandro Echevarría y Enric Masip en Montjuïc.

Era noche cerrada y el frío calaba bajo la niebla de Montjuïc cuando un puñado de periodistas intentaba cerrar las ediciones de sus periódicos en la tribuna de prensa. Con el estadio ya vacío, y con los actores principales ya metidos en sus coches, a los responsables de seguridad, los únicos con voz y voto en el lugar, sólo les interesaba que aquellos plumillas, pesados ellos, se fueran de allí cuanto antes y vomitaran en el descampado esas crónicas destructivas que tanto incomodaban al entrenador. Puñetero 'entorno'.

El anuncio a deshora, a destiempo y en diferido de la capitulación de Xavi Hernández como entrenador del Barça pilló a todo el mundo desprevenido. A los futbolistas, que se enteraron por las alertas en sus móviles. A los miembros de la junta, especialmente a los que piensan que pintan mucho cuando en realidad no pintan nada -ellos nunca tendrán ni el poder ni la influencia del no-directivo Alejandro Echevarría-. Incluso pilló a contrapié al mandamás, Joan Laporta, que pese a agarrarse uno de sus conocidos enfados guturales y de efecto cromático en el palco tras atender a otro humillante derrumbe deportivo, no esperaba acabar la noche en cueros. Trató de frenar a Xavi con sus carantoñas, pero el entrenador, que tampoco quería encontrarse una cabeza de caballo en la cama, ya tenía la decisión tomada. Sólo había que buscar un momento crítico para anunciarla.

Xavi actuó como un amante tóxico: se fue sin haberse ido. Porque aún continuará dándote los buenos días y las buenas noches. Implorando, eso sí, por el desamor sufrido y cargando, cómo no, contra quienes no se pasaron dos años y medio felicitándolo por sus logros. Los hubo, claro. Rescató al despellejado Barça de Koeman en la era post-Messi y logró ganar una Liga y una Supercopa. Los pecados nada tienen que ver con los títulos -los que llegaron y los que se escaparon-, ni siquiera con las cuatro eliminaciones europeas, ni mucho menos con la apuesta por los adolescentes, casi siempre una coartada en tiempos de ruina. El gran pecado, el que de verdad duele, ha sido la incapacidad de otorgar al equipo una identidad propia que le acercara al aficionado y le alejara del surrealismo institucional. En definitiva, que apartara al fútbol del palco. Quizá fuera imposible.

Xavi creyó en todo lo que le dijo Laporta, brazo ejecutor de la pléyade de agentes que canibaliza el club. O al menos lo asumió sin rechistar. Pensó que Lewandowski sumaría más goles que años por temporada. Creyó que Koundé podría ser un central de época, cuando a duras penas sobrevive como lateral. Aceptó que Raphinha llegara cuando él a quien quería de verdad era a Dembélé. Luego vendría el desengaño. Continuó recogiendo los pedidos de la factoría Mendes -João Félix y Cancelo-, pese a que ni uno ni otro, tan buenos como ególatras e incoherentes, han resuelto carencia alguna. Y se encontró con que la única posición que tenía que haber reforzado de verdad, el mediocentro de Busquets, iba a ocuparla Oriol Romeu, cuando en sus sueños tórridos imaginaba un Barça con Kimmich. El dinero, venta de activos mediante, ya se invertiría en el crío Vitor Roque, 'Tigrinho'. Otro día ya llegará 'Messinho', otro brasileño, que por algo el conseguidor André Cury ya proclama que es el bueno.

Dice Laporta que el club está "bajo control". Por eso, 20 años después de aquel primer mandato en que podía escuchar a Johan Cruyff o Txiki Begiristain, tiene que meterse en un cuartucho con Rafa Yuste, Enric Masip, Alejandro Echevarría y Deco para decidir el futuro del Barça. Por eso los fondos de inversión se están repartiendo el escudo a pedazos. Por eso se prepara el terreno mediático y emocional para privatizar la entidad.

Xavi, harto de ser portavoz y defensor de miserias -las suyas y las de los demás-, ha dejado desnudo a Laporta.

Y el presidente, aunque no lo crea, ahora sí está solo.

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