BARRACA Y TANGANA

Ni queriendo

Cómo será el tema que en el fútbol nos acostumbramos a cualquier disparate, y este de la Supercopa en Arabia no nos deja de chirriar ni queriendo

Barraça y tangana de Enrique Ballester.

Barraça y tangana de Enrique Ballester. / El Periódico

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Igual es culpa del frío, pero terminó la primera semifinal de la Supercopa y pensé ‘esto sería mejor otra vez en verano’. Igual es culpa de mi recuerdo distorsionado, pero juraría que la Supercopa estival era un asunto más relajado. Ahora parece que hasta los futbolistas se la toman de veras en serio. Juraría que antes combinaba un toque de pachanga con una pizca de emoción. Instalada en un elegante término medio, encajaba de un modo natural en el ambiente de agosto, donde todo parece tener remedio. Con la preocupación justa y un sencillo consuelo, juraría que en la antigua Supercopa de España ningún entrenador se jugaba el puesto. Juraría que nos ofrecía lo bueno de ganar, si ganabas, pero difuminaba lo malo de perder, si perdías.

Y todos contentos.

Igual es culpa de hacerse viejo, pero juraría que a aquella Supercopa le tenía afecto. Era el escaparate de los nuevos fichajes, las nuevas sensaciones, los nuevos balones. Era el trofeo del olor a nuevo. Juraría que un bajón de interés era hasta saludablemente bueno, porque todo en el fútbol tiende a ser demasiado intenso. La Supercopa era nuestro refugio cómodo de andar por casa hasta que llegó el dinero y se acabó el verano: el calendario demandó espacio para las giras de pretemporada en el extranjero y el petróleo regó con descaro los bolsillos idóneos, luego. Cómo será el tema que en el fútbol nos acostumbramos a cualquier disparate, y a este ecosistema ajeno no nos acostumbramos ni queriendo. Al revés, cada vez chirría más: el desprecio a Osasuna, el desfile delirante, los pitos a Kroos por apuntar en su día la falta de derechos humanos o el ultraje a la memoria de Beckenbauer durante el minuto de silencio. Un envoltorio de modernidad con ecos del medievo, donde todo tiene precio.

Culpa nuestra

Diría que están abusando de nuestra postura cómoda hasta convertirla en incómoda. Si hasta nos daba pereza enfadarnos. Pero por si aún no estaba claro, la Supercopa de Arabia nos lo recuerda gritando: los hinchas no pintamos nada. Al menos, los clásicos.

Brahim persigue a Oblak en la jugada del quinto gol.

Brahim persigue a Oblak en la jugada del quinto gol. / RFEF

Igual es culpa nuestra, también, por no entender los nuevos tiempos. Y lo cierto es que hace nada yo me identificaba con el chaval de la cantera que subía al primer equipo, con esa emoción pura, esa excitación y ese descubrimiento. Esto fue así hasta que un día pestañeé y al abrir los ojos me vi identificado con otro momento: con Oblak intentando evitar lo inevitable en la disputa del ya famoso sprint con Brahim en el derbi madrileño. La secuencia desplegó el tipo de lección natural que se enseña sin piedad en los documentales de animales. Ese tipo de ley inmemorial e irremediable. Por mucho que se esforzara, el pobre Oblak no pudo evitar que lo adelantaran igual que nosotros no podemos evitar hacernos viejos. No hay dignidad posible en ello.

Desde que ocurrió lo de Oblak y Brahim estoy fascinado con una captura de imagen que me pasaron. En ella sale el balón, a la izquierda, botando hacia la otra mitad del campo. Después, a la carrera y de verde, aparece Oblak. Y por último, de blanco y a la derecha, asoma Brahim. Llevo todo el día pensando en el reparto. Ya he dicho que nosotros somos Oblak, pero la pelota es más importante. La pelota es todo lo que nos haría más fácil la vida, y Brahim es la pieza que me falta. No le pongo cara, pero seguro que es el mismo tipo de gente que nos birló la Supercopa para llevársela a Arabia.

Suscríbete para seguir leyendo