Opinión | Golpe franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

A la mar fui por naranjas, por Juan Cruz

Crónica de un desastre familiar

'Fado molto andante'

Lewandowski intenta un remate de cuchara ante la oposición de Thierry.

Lewandowski intenta un remate de cuchara ante la oposición de Thierry. / José Jordán / AFP

El Barça buscó naranjas y se quedó en empate. Jugó muy bien; los agoreros de las afueras había hecho sus cábalas sobre el desembarco del equipo azulgrana en el mar de la tristeza y supongo que se habrán llevado una sorpresa.

Estuvo diez veces a punto de marcar, y una vez marcó, con la mala fortuna de observar, después, que era mejor, mejor hecho, más bello, el gol del Valencia. Pero el equipo jugó bien, tuvo entusiasmo y alegría, es decir, no jugó a rendirse.

Antes de este partido vi al Athletic de Bilbao jugar un partido excepcional, y luego pensé que el mío se le acercaba. Me alegro, el fútbol es para alegrarse y para sufrir. Yo sufro mucho en los partidos, y una alegría, aunque sea estadística, me levanta la moral, me hace sentir que estoy vivo como aficionado, porque además mi equipo está vivo también.

Así que, como tardó tanto en llegar el gol, casi mínimo, de João Felix, lo pasé fatal, creyendo que otra vez los agoreros iban a tener razón sobre el bajo rendimiento que el Barça le está regalando a sus detractores. Me pasó algo con ese gol tan esperado, y luego tan fácil de realizar, casi como de futbolín, por parte del delantero portugués del rostro (a veces) impenetrable. Resulta que se estropeó la recepción del partido que daba la televisión, y mientras estuve enchufando y desenchufando cables subió ese cero a uno que finalmente se convirtió en un empate. En fin.

Seguí viendo, ya arreglada la antena, y sentí en algún momento (cuando dieron las estadísticas) que al fin mi equipo atinaba, se preocupaba por el porvenir y tenía dos o tres jugadores que son mejores que los que tienen otros equipos de mayor fuste. Puedes no ganar por goles, pues entonces ganemos por calidad. Frenkie De Jong, João Felix, Pedri, Araujo, entre otros, dieron minutos de gloria a lo que la llamábamos los veteranos “fútbol asociación”, ante un equipo que planteó muy bien su puesta de largo para recibir a un rival eterno.

Los dos equipos hicieron más que otras veces para sentirse de acuerdo con la calidad de su pasado, en contra de las suposiciones oscuras del presente. Me hice esos pensamientos y me acordé de una copla que hizo mucha fortuna en el cancionero español de principios del siglo XX y que arraigó en Canarias gracias a rapsodas que la adoptaron. Se trata de esos versos que dicen: “A la mar fui por naranjas,/ cosa que la mar no tiene/, metí la mano en el agua,/ la esperanza me mantiene”.

Yo veo el fútbol, y en concreto el juego del Barcelona, para probar mi propio grado de esperanza, cuánto dura, en qué momento se quiebra, cuál es mi resistencia como hombre al que la esperanza se le evapora nada más ponerla a prueba, es decir, desde que empiezan los partidos.

En este caso, ante este partido, es cierto que el Barcelona fue a Valencia a buscar naranjas, y se tuvo que conformar con el menguado balance de un empate. Pero en ningún momento se rindió, nunca dejó (diez, doce veces, por lo menos) de intentarlo para gusto de los que dependemos cada semana de que ganen de una puñetera vez un puñetero partido.

Dicho este desahogo, repito: la esperanza me mantiene, ya vendrán más naranjas.

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