Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

El Barça de Xavi es la caricatura del Girona de Míchel

Xavi Hernández, técnico del Barça, con Míchel, entrenador del Girona, en segundo plano.

Xavi Hernández, técnico del Barça, con Míchel, entrenador del Girona, en segundo plano. / Jordi Cotrina

Xavi Hernández arrastra muchas de las miserias que nos definen: pensamos una cosa, decimos otra y hacemos sólo lo que podemos. Hasta que llega el guantazo y, bien dignos, ponemos cara de que nada nos hace daño.

Bien es cierto que este Girona es, con diferencia, el mejor equipo de la Liga. Y que su entrenador, Míchel, ha sabido dar sentido a la catedral futbolística ingeniada por su director deportivo, Quique Cárcel. Que el Girona barriera en Montjuïc al Barça, ya cuarto clasificado, era una posibilidad que sólo podían negar quienes entienden el fútbol como permanente ejercicio de nostalgia. Justo donde anda atrapado ese Barcelona incapaz de avanzar, en permanente guerra contra enemigos sin rostro, y sin rastro alguno, ya no de excelencia, sino de cordura.

En este Barça donde para habitar un despacho no hay mayor mérito que la risotada y el aplauso, donde los agentes -Jorge Mendes o quien sea-, y no los ideólogos del juego son los que confeccionan las plantillas, y donde los futbolistas, dos años después, aún no saben a qué juegan de tantas vueltas que ha dado el tiovivo, jornadas como la de este domingo ya no extrañan. Porque el equipo, a duras penas, aguanta un par de noches de sexo sin amor como ante el Oporto o el Atlético. Pero con el fantasma del gatillazo aguardando en cada una de las esquinas de la cama.

Justo después de que Lewandowski, jugador franquicia y titular por decreto a sus 35 años pese a su evidente crepúsculo, pusiera el hombro y no la cabeza para rematar a gol -el otro día lo intentó con la oreja-, Stuani, a sus 37, marcaba después de salir del banquillo con la parsimonia de quien se reconoce en el oficio. Sirva el detalle para aplicar el juego de espejos.

Mientras en el púlpito mediático de la Ciutat Esportiva Joan Gamper se continúa hablando de triángulos y juego de posición, conceptos que han acabado siendo tan etéreos y nocivos como las palomitas bañadas en sal con las que el camarero pretende que sigas emborrachándote, el Girona de Míchel aplica el plan sin más. Ivan Martín y Aleix García engulleron a Gündogan, De Jong y Pedri mientras tramaban alianzas, bien con Miguel Gutiérrez por un costado, bien con Yan Couto por el otro.

Koundé y Cancelo, ambos fuera de foco, fueron zarandeados sin remedio. Y cada ofensiva gerundense sirvió para que al monstruo de Frankenstein con el que trabaja Xavi se le cayeran todos los tornillos. Al mismo tiempo, Raphinha, como si llevara un típex en las botas, se encargaba de borrar todas sus buenas acciones, y João Félix, en un día en que no tenía a nadie con quien pelearse, se quedaba en Babia dando la razón a quienes le afean vivir en un paréntesis.

El Barça de Xavi ya no es más que la caricatura del Girona de Míchel. Porque con la propaganda, avanzadilla de la mentira, nunca se construyen proyectos, sólo se enmascara la decrepitud.