Opinión | GOLPE FRANCO

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

Fútbol, ¿dónde está tu victoria?

Pedri controla el balón en el último entrenamiento del Barça antes de jugar en San Sebastián contra la Real Sociedad.

Pedri controla el balón en el último entrenamiento del Barça antes de jugar en San Sebastián contra la Real Sociedad. / Efe

En el periódico hermano Sport escribí hace nada la razón de ser de mi pasión por el fútbol. No se basa en el conocimiento, ni siquiera en la pasión por unos colores, los colores azul y grana, a los que me debo igual que me debo a Rudyard Kipling, el primer poeta del que me supe sus versos. Del fútbol sé sólo que me gusta. Así es.

¿Recuerdan aquella bellísima invocación que se titula If, o Si…, con la que invitaba a todos sus lectores a ser mejores gracias al perdón o a la duda? Pues me los supe de memoria hasta el punto de que, cuando ya andaba por los primeros años del viejo bachillerato, decidí inscribirlos en la pared de mampostería de mi casa. Del primero al último verso, con bolígrafo. Era una composición impecable, escrita por un adolescente para honrar versos que luego supe que eran también los favoritos de Adolfo Suárez o de Adolfo Marsillach, dos adolfos en pos de un poeta.  

Cuando ya había conseguido la hazaña de hacer de aquellas palabras una obra de arte vino mi madre con la rebaja. No se escribe en las paredes, dijo. Y me obligó a borrar, una a una, y con la uña, aquellas letras que me habían costado la memoria y la alegría de saberme lo que había creado, en inglés, el que era entonces mi poeta favorito. 

Cambio de rumbo

Al cabo de los años, cuando mi hija tenía más de los años que tenía yo cuando transgredí los dictados de mi madre, la chiquilla declaró por teléfono: “Encontré las huellas del poema de Kipling”. En aquel tiempo yo no tenía ya constancia de que el poeta me había acompañado tanto tiempo, en la penumbra y en la claridad de aquella pared que no perdonó nunca mi falta de decoro. Mi pasión, después de la poesía, y más allá de aquellos versos, cambió de rumbo, y fueron enseguida las pasiones del fútbol (y, sobre todo, del Barça) las que me condujeron a la felicidad, a la duda o a la alegría, que son las habituales incisiones en el ánimo que infunden el fútbol, sus tragedias y sus comedias. 

Ahora sé del fútbol menos que de la poesía, pues he seguido leyendo libros de poesía, aprendiéndome poemas, pero sigo sin entender mucho de lo que pasa con este deporte al que tantos somos adictos pero que nos responde con enormes decepciones de las que no nos levantan ni las pírricas victorias. 

Desde aquella edad en que escribí en la pared los versos de Kipling mi equipo es el mismo; han pasado (como se dice en mis islas) carretas y carretones, el Barça ha perdido y también ha sido grande (¡la era de Pep!), pero se ha caído, a veces con estruendo, y me ha llenado de pena y estupor después de horas o años de gloria, y me ha dejado a los pies de los caballos en derbis que no tenía por qué haber perdido. Por ejemplo, el último derbi.

Ahora el equipo está hibernado, esperan sus jugadores el regreso, yo siento que va a ser triunfal, porque está Pedri, que es ahora mi talismán, como lo fueron otra vez Luis Suárez, Kubala o Evaristo (que se fue al Madrid). Sé que luego, cuando se reanuden los partidos y todo vuelva a rodar (contra mi, contra el Barça, pues), sufriré otra vez como el primer día en que sufrí, y no tendré la suerte de antaño. 

Antaño dejaba la escuela, me encerraba en casa, a escribir poemas o a colocar estampas de mi equipo en aquellos álbumes que parecen la espalda del tiempo en que me apoyaba para imaginar que mañana, es decir, en el próximo partido, nos vengaríamos de nuestros verdugos. 

Así es la vida, un eterno poema del que uno se despierta creyendo haber ganado cuando en realidad ya nos dio una bofetada la vida, es decir, el fútbol o la nada.