Barraca y tangana
Así es la vida, por Enrique Ballester
La pelotita
Hasta aquí
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Barraca y Tangana
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Enrique Ballester
Periodista
Algo pasa esta temporada: la jugada que más veces asoma en mi mente acabó en desgracia televisada. Desde que empezó la Liga he visto golazos increíbles, pases de fantasía y maniobras brillantes, pero sin querer y de vez en cuando me acuerdo de esta otra jugada. Me acuerdo demasiado. Se podría decir que me obsesiona. Me acuerdo mientras me ducho, mientras me afeito, mientras espero que el semáforo cambie a verde. No sé por qué, pero se ha enquistado en mi memoria.
La jugada ocurrió durante el primer tiempo de un partido del Cádiz en el campo del Valencia, un lunes por la noche. La recuerdo bien. Robert Navarro tiró un caño y la pelota se le fue un poco larga. Cuando fue a buscarla, alargó la pierna, pero un rival llegó una décima de segundo antes. Robert Navarro le pisó y lo expulsaron, y en un instante pasó de la alegría del caño, de sentirse el amo, a la tristeza de la roja, a sentirse un despojo. La secuencia me asalta como un presentimiento. Así es la vida a veces: te espera con la mano abierta en cuanto te vienes arriba un poco.
Así soy yo también a veces. Rodeado de felicidad, me da por pensar si alguien estará sufriendo al margen. Algo pasa esta temporada: mi equipo juega mejor que nadie en toda España. De verdad: el Castellón va primero, gana casi todos los partidos y marca un montón de goles. Tiene un entrenador holandés que se llama Dick Schreuder y mira siempre hacia adelante. No hemos vivido nada igual: el equipo a ratos entra en trance y nos regala golazos increíbles, pases de fantasía y maniobras brillantes, pero ¿en qué pienso yo en una temporada semejante? Sin querer y de vez en cuando me acuerdo de la única persona de la que no debería acordarme.
Los cambios de entrenadores
Me acuerdo demasiado. Se podría decir que me obsesiona. De hecho, la estoy buscando para escribir un reportaje. Se solía sentar en una zona de la grada cercana a los pupitres de prensa y su actividad principal consistía en criticar los cambios de los entrenadores. Daba igual la categoría, el entrenador o el marcador. Siempre había algún cambio del Castellón que provocaba su reacción. A mí me encantaba el personaje: se levantaba un poco del asiento, tomaba aire y gritaba ¡barraquero! El equipo nunca le parecía lo suficientemente ofensivo y el entrenador nunca le parecía lo suficientemente valiente. Nunca, hasta la temporada de Schreuder.
Y yo disfruto con el equipo, pero sufro por esta persona. Estoy preparando el café y me acuerdo de él. Quiero saber cómo lo está llevando, si va a terapia o qué hace. Fantaseo con su nueva realidad, imagino cómo es su vida sin poder gritar ¡barraquero!, porque con este entrenador de verdad que es imposible, no se puede. Me gusta pensar que no lo está llevando nada bien, que está jodidísimo este hombre, que está acumulando en su interior toda esa energía negativa que antes soltaba en el estadio y ahora no puede.
Me gusta pensar que necesita desahogarse y contrata a figurantes, alquila un campito de fútbol, les obliga a jugar de modo defensivo y les grita ¡barraqueros! Me gusta pensar que se siente mejor si lo hace y que está más irascible si no lo hace, que su mujer le envía al balcón a gritar, que interrumpe partidos de fútbol base. Necesito encontrarlo y preguntarle.
Así es la vida a veces: para que la mayoría sea feliz alguno tiene que sacrificarse.
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