Marea xeneize

La final de la Copa Libertadores: violencia, caos y título para Fluminense

La presencia de miles de hinchas del Boca Juniors sin entrada para la final de la Libertadores expuso las limitaciones organizativas del fútbol sudamericano en un evento teñido por la violencia y en el que se mascó la tragedia

El Fluminense vence a Boca Júniors y conquista su primera Libertadores

Hinchas de Boca en la final en Maracaná.

Hinchas de Boca en la final en Maracaná. / EP

Joaquim Piera

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Río de Janeiro suspendió el test de estrés de albergar la final de la Copa Libertadores 2023, disputada el sábado en Maracaná y que coronó, por primera vez, a los locales del Fluminense ante el Boca Juniors (1-2) en un choque eléctrico decidido por un tanto en la prórroga del delantero John Kennedy.

La presencia anunciada de decenas de miles de hinchas xeneizes (cien mil según la prensa de Buenos Aires, en una cifra confirmada por el Consulado argentino en la capital carioca) desbordó a las autoridades locales y a la propia Conmebol, que es la organizadora del evento.

El caos, la violencia gratuita tanto policial como entre aficiones y el desorden ha imperado durante tres días: desde el jueves, cuando se vivieron gravísimos incidentes en la playa de Copacabana con cargas policiales en la arena, hasta los minutos previos al inicio del encuentro en Maracaná. Este sábado, hubo ataques y contraataques de las dos hinchadas en el transporte público y, en los aledaños del estadio, los antidisturbios cargaron con caballería, porrazos con forma de sable y abundancia de gases lacrimógenos para frenar un intento de invasión de de decenas de argentinos sin entradas.

El bochorno de 2018

En 2018, la Conmebol ya vivió el bochorno de tener que llevar la final a otro continente (acabó jugándose en el Santiago Bernabéu), porque no había garantías en Buenos Aires para jugarse aquel River Plate-Boca. Y, un lustro después, la historia estuvo a punto de repetirse.

El viernes, Río se despertó con el rumor de que el Boca-Fluminense podría disputarse a puerta cerrada. Todo se recondujo en una reunión de urgencia entre la Conmebol, las dos federaciones (la CBF brasileña y la AFA argentina) y representantes de los dos finalistas donde se hizo un llamamiento a la calma. En este sínodo, sin embargo, no hubo ningún representante político ni policial local, lo que escenificó la falta de una estrategia organizativa conjunta.

Las singularidades de la final

Esta era la quinta vez seguida que la Libertadores se decidía a partido único, en un modelo fotocopiado de la UEFA sin tener en cuenta las singularidades socio-económicas y geográficas sudamericanas y las limitaciones organizativas de un continente sin infraestructura para desplazar miles de seguidores a un solo destino.

Lo de esta edición fue excepcional. Para empezar, se disputaba en Río de Janeiro donde hay la rivalidad interna de cuatro grandes equipos (Flamengo, Vasco da Gama, Botafogo y Fluminense), con sus respectivas ‘torcidas organizadas’ (o sea, sus grupos ultras). Y uno de ellos, el Flu, regresaba a una final desde su particular ‘Maracanazo’ contra la LDU en 2008, por lo que miles de ‘torcedores’ iban a disfrutar del evento ocupando espacios públicos de su ciudad.

Y todo se torció desde el punto de vista organizativo, que no deportivo, cuando el Boca, uno de los clubs del continente con mayor poder de convocatoria, se plantó en la final después de haber pasado tres eliminatorias por penaltis.

Ambiente prebélico

La obsesión colectiva de lograr ‘la séptima’, que igualaría a los xeneizes con el Independiente, de Avellaneda, como máximo campeón del torneo; la posibilidad de romper con una sequía que se extiende hace 16 años (la último cetro continental fue en 2007 aún con Juan Román Riquelme llevando la ‘10’) y que la final se decidiera en un destino turístico como es Río llevó a la locura a miles de hinchas, que decidieron completar los 2.700 km que hay desde Buenos Aires, sin importarles la crisis económica que vive Argentina, que la está dejando a una paso del colapso social.

Y se fue retroalimentado un ambiente prebélico, a veces insuflado por los propios hinchas argentinos y los enviados especiales, que planteaban su viaje a la Cidade Maravilhosa como una incursión en tierra hostil, sin tener en cuenta que el 85% de los cariocas (o sea, todos aquellos que no son aficionados del Flu) deseaban un éxito de ‘Los Hermanos’, como irónicamente llaman en Brasil a los argentinos.

La marea azul y oro no fue víctima de un complot sino, en primer lugar, de la violencia urbana de Río, una de las capitales más peligrosas del país, donde son frecuentes los atracos y los temibles ‘arrastões’ (robo colectivo por parte de grupos de jóvenes) contra turistas y de una cuerpos policiales donde impera la cultura de la represión.

Y, en último término, de la furia de la ‘torcida organizada’ del Flu que se tomó la justicia por su mano, por los actos racistas y xenófobos por parte de hinchas argentinos que vienen repitiéndose los últimos años en las competiciones continentales.