Barcelona 1 Real Madrid 2

El Barça pierde la cordura ante el Madrid

Dos goles de Bellingham hunden al equipo de Xavi Hernández, incapaz de sentenciar al equipo blanco en el primer acto y ausente en el segundo

La contracrónica del Barça-Madrid: '(I can’t get no) Satisfaction'

Cuando Bellingham esquivó a un inmenso Gavi y silenció Montjuïc

Clásico Barça- Real Madrid: última hora del partido, hora, alineaciones y bajas, en directo

Bellingham consuela a Ter Stegen en Montjuïc.

Bellingham consuela a Ter Stegen en Montjuïc. / Jordi Cotrina

Francisco Cabezas

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El Barça, como si la resaca le hubiera llegado tras un excitante primer beso, demasiado etílico, demasiado morboso para ser real, acabó dejándose arrastrar a un infierno psicológico en el que no hubo mayor demonio que Jude Bellingham. A Mick Jagger sólo le faltó quitarse la gorra, darle una palmadita a Ronnie Wood, bajar al campo, y ponerse a cantar a la ausente Angie frente al abismo abierto en Montjuïc. "¿Recuerdas todas esas noches que lloramos? ¿Todos los sueños que tuvimos cerca?".

El Real Madrid se llevó el clásico de Liga y obligó al Barça a precipitarse por primera vez barranco abajo desde la montaña. Y lo hizo porque el equipo de Xavi Hernández no supo cómo gestionar la desaparición del ímpetu mostrado al amanecer, permitiendo al final que su rival le poseyera de la peor manera posible. Bellingham, capaz de cerrar por sí solo buena parte de las costuras mostradas por su equipo, supo reponerse al acoso de Gavi para firmar dos goles que le incrustan ya en el imaginario blanco. El segundo de ellos, ya en el añadido del partido y con la hinchada local desesperada al verlo abrir los brazos frente a la grada. Tan imponente, tan seguro de formar parte de este nuevo Olimpo futbolístico.

El ímpetu inicial

Gavi y Fermín, dos adolescentes a los que deben haberles contado estos días que aquellos octogenarios de los Stones que habitaban en el palco son leyendas que salieron vivitas y coleando del averno, que quizá nunca hubieran escuchado antes ese ‘Start me up’ con el que comenzó la tarde, interiorizaron el aquelarre inicial a su manera. Se excitaron. Y excitaron a un Barcelona que quiso sacarle la lengua al Madrid. Pero sin ponerla a buen recaudo después.

Puestos a buscar responsables de lo ocurrido al comienzo de un clásico imberbe en que los azulgrana fueron superiores en alma y fútbol nada como acudir a Fermín y Gavi, capaces de hacer suyo el centro del campo como si la plaza del pueblo fuera suya, paraíso infantil donde dejarse las rodillas y tramar sueños. Tchouaméni, Kroos y Bellingham corrían detrás de ellos sin entender qué ocurría, aunque quizá sospechando que el fútbol, demasiadas veces, depende de la fe que uno le ponga. Gavi se esmeraba en arrancar del suelo la bandera del Madrid, representada por un Bellingham primero apabullado, pero del todo desatado cuando a los azulgrana comenzaron a fallarles las fuerzas.

Xavi Hernández parecía decidido a salirse con la suya. Ante el amontonamiento de lesionados y magullados, en vez de forzar a sus piezas, hizo lo que no tantos hacen: aplicar la meritocracia, sin que le importara la edad, la experiencia o incluso la ascendencia en el camerino. Así, mientras Lewandowski, Raphinha y Koundé, recién salidos de la camilla, aguardaban su turno en el banquillo, el técnico azulgrana configuraba un equipo que iba a castigar durante un buen rato el pragmatismo inicial de Carlo Ancelotti en el Madrid. 

Más allá de que Xavi alineara a tres centrales –Araujo se iba a encargar, cómo no, de la contención de un abrumado Vinicius–, y de que Cancelo ejerciera más de extremo que de lateral, donde el Barça reinó en el primer tiempo fue en la garganta del campo, el mismo lugar por donde se desfondó en el segundo. Cuando la razón de ser de un equipo es la pelota, vivir depende de tenerla

Gündogan

Oriol Romeu se quedó en el banquillo de inicio, y Gündogan, un constructor de tomo y lomo de pulsaciones lentas, se convirtió en el mejor aliado de Fermín y Gavi. Pero esta vez Gündogan, incluso, fue mucho más allá. El Real Madrid se abrió en canal sin explicación alguna, como si hubiera amanecido aterrado por un miedo insoportable. De la nada, tras un pase de Ferran Torres que desplazó Tchouaméni, sacó oro Gündogan. Nadie supo seguir al futbolista alemán. Alaba se tiró al suelo con la misma convicción de quien da de comer a las palomas, y Gündogan remató a gol colando el balón entre las piernas de Kepa.

Bien pudo el Barça entonces haber aprovechado las deficiencias tácticas mostradas por Ancelotti, que había condenado a Vinicius y Bellingham a jugar de espaldas. Mientras los blancos se implicaban en un extraño ejercicio de contención, Gavi robaba alguna pata de gallo a Kroos y permitía a Fermín enfrentarse a Kepa. El chico de las medias bajadas, sin embargo, confirmó su romance con los disparos a los palos.

Lo intentó también João Félix, aunque su rastro en el partido pudo resumirse en un formidable caño a Rüdiger al que no pudo darle continuidad porque le faltaron piernas ante Carvajal.

Aunque, bien porque el Barcelona comenzó a pagar el esfuerzo, bien porque el Madrid comprendió por fin que su prudencia conllevaría condena, el partido mutó tras el descanso. Los azulgrana dieron varios pasos hacia atrás. Los blancos comenzaron a chutar sin oposición. Hasta que Bellingham, quién si no, se otorgó el protagonismo que se le presuponía con un latigazo lejano al que no pudo corresponder Ter Stegen.

Infierno

Establecido el empate, los pequeños detalles podían ser decisivos. Gil Manzano, a quien los polemistas venían esperando, no había querido saber nada de un claro agarrón de Tchouaméni a Araujo, pero tampoco después de un empujón del mismo uruguayo a Camavinga. Mientras que las soluciones aportadas por Xavi –Lewandowski, Raphinha y Lamine Yamal– no pudieron cambiar ya una sinfonía que acabó siendo tétrica.

El ingreso de Oriol Romeu nada aportó. Nadie supo cerrar un centro a Carvajal. Nadie atendió a la presencia de Modric en el área. Y nadie entendió que a Bellingham había que perseguirle hasta la mismísima puerta del infierno. El inglés puso el pie y marcó el gol definitivo. Pero el Barça, antes de que el Madrid lo echara del partido, ya se había ido. Y ahí el drama.

"¿No es bueno estar vivos?", se lamentaba Jagger en aquella Angie compuesta por Keith Richards en pleno mono de opiáceos. El Barça prefirió sufrir a vivir. Ahí su castigo.