OPORTO-BARCELONA (0-1)

El Barça gana muerto de miedo

El equipo azulgrana, descoordinado, con escaso juego e imprudente, vence en Oporto gracias a un gol de Ferran Torres, pero no abandona sus viejos fantasmas europeos

João Félix dispara al exterior de la portería del Oporto.

João Félix dispara al exterior de la portería del Oporto. / Patricia de Melo Moreira

Francisco Cabezas

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El miedo ciega. Y a veces ni siquiera basta con abrir los ojos y tratar de quitarse una venda ya mugrienta de tantas lágrimas. Cuando conoces bien el vacío, vives con dolor. Aunque algún día ganes.

El Barcelona ganó al Oporto en Do Dragão muerto de miedo. Sin que hubiera rastro alguno de exuberancia, sólo de ese temor que en Europa siempre se hace presente. El equipo estuvo descoordinado, tuvo muy poco juego, pero, lo más grave, se mostró también imprudente. Que Xavi Hernández, a un cuarto de hora del final y con el rival subido a sus barbas, no se apresurara a realizar el cambio de Lamine Yamal cuando éste se encontró indispuesto, estuvo a punto de costar el empate. Cancelo, que tuvo uno de aquellos días desconcertantes, tocó el balón con la mano. Se libró sin embargo de la pena máxima tras revisión del árbitro en el monitor del VAR porque Eustaquio había hecho lo mismo un momento antes.

Así que el Barça sólo pudo agarrarse a un episodio, el gol de Ferran Torres. El delantero, que tan mal lo pasó la temporada pasada porque se sentía incomprendido e infravalorado, que se aficionó después a técnicas de autoayuda e hizo suyo un extraño apodo que a él parece que le funciona –Tiburón–, fue quien mostró algo de silencio al bullicioso Do Dragão.

Fantasmas

Xavi Hernández, en su comparecencia previa al partido, asumió que, en esto del fútbol, uno gana, pero también pierde. Pero que el problema no radica en esa dicotomía, sino en cuánto uno se deje arrastrar por los fantasmas del pasado. Y Xavi, al menos de cara a los aficionados, a los periodistas, quiere alzar la bandera del optimismo. Ya serán otros quienes le recuerden las miserias.

Así que Xavi no se dejó de historias, y alineó a los que él considera que son sus mejores futbolistas –aun asumiendo que De Jong, Pedri y Raphinha están lesionados–. Pagó Christensen que Araujo y Koundé deban ser la pareja de centrales titulares; Oriol Romeu regresó al once casi por obligación, no por el nivel que viene mostrando; mientras que Lamine Yamal, como no podía ser de otro modo en el primer partido grande de la temporada, se hizo con el extremo sin vértigo alguno en un equipo en el que también formaron Cancelo y el abucheado João Félix en su regreso al lugar donde no pudo ser hijo pródigo.

Al Barça le costó muchísimo mirar al frente sabiéndose examinado en una Europa de la que había sido apartado de mala manera las dos últimas temporadas, cuando ni siquiera fue capaz de pasar la fase de grupos. Y ese Oporto de futbolistas sin demasiado prestigio internacional, pero muy voluntariosos, supo poner en aprietos a los azulgrana.

Correcciones

Romário Baró, luego triste protagonista, insinuaba ir sobrado ante el trío de centrocampistas que debía soportar desde la base un superado Oriol Romeu. Pero los locales, que vieron un buen lugar por donde colarse en la zona de influencia de Cancelo mediante las arremetidas de Galeno, no lograron ir más allá. La frustración crecía ante las correcciones al límite de Koundé y Araujo

Porque el Barça no tenía otro enemigo que él mismo. Aunque, poco a poco, fue encontrando en el primer tiempo su lugar gracias a la confianza contagiosa tanto de Lamine Yamal en la orilla derecha, como de João Félix en la izquierda. Fue el ex canterano del Oporto el primero que advirtió a la hinchada draconiana de sus intenciones. Su disparo, seco desde la frontal, lo repelió el portero Diogo Costa. Pero la prueba de vida valió la pena.

Fue ya en el añadido del primer acto cuando a Romário Baró le dio por estropear todo lo bueno que había hecho hasta entonces. A su botín le entró el tembleque, Gündogan tiró de madurez, y Ferran Torres, que había tenido que sustituir al lesionado Lewandowski a la media hora, sacó la zurda para batir por bajo al portero. Quién lo iba a decir, con el ariete polaco fuera de combate después de ser cazado en el tobillo por Carmo –el inglés Taylor ni siquiera pitó falta–, fue Ferran Torres quien asumió con gusto el necesario oficio de finalizador.

El gol, sin embargo, ni mejoró ni tranquilizó al Barça, poco fino, desorientado, y sólo pendiente de que entre Gavi, expulsado al final tras ver su segunda amarilla, Ter Stegen y los centrales les sacaran de todo apuro.

"La alegría y el dolor no son como el aceite y el agua, sino que coexisten". Sirva Saramago para entender a este Barça que sabe mucho de dolor y que intenta encontrar el gusto a la alegría.