Barraca y tangana
The real experience, por Enrique Ballester
Para qué me sirve ver a los futbolistas diciendo 'vamos, vamos' si luego prende la mecha del interés y nos lo siguen ocultando
Enrique Ballester
Periodista
Al final, siempre tengo hambre. Hace unos días, en un partido de la Primera Federación, ocurrió algo memorable. En la repetición de una de las jugadas, justo cuando el delantero iba a definir frente al portero, la pantalla se llenó con las fornidas espaldas de los ocupantes de la última fila de la grada, y no te dejaban ver nada. Hubo numerosas quejas y el asunto se viralizó, pero me pareció un ingrediente de veras innovador. La experiencia real, el fútbol como en el estadio, que ojalá vayan un poco más allá en la próxima retransmisión. Ojalá al contratar el servicio incluyan el envío de algunos tipos a tu casa, que te quiten el sitio, insulten al árbitro y te echen el humo del puro a la cara. Ojalá comenten cada jugada para dejar claro que no tienen ni puta idea de nada. Ojalá saquen un bocadillo al descanso y te entre mucha hambre. The real experience. Al final, siempre tengo hambre.
Otra noche reciente, desperté hambriento de madrugada y caminé hasta la cocina como un jabalí que baja de la montaña a la plana. Sobre la encimera encontré un tesoro en forma de almendras tostadas y saladas. Cuando iba a arramblar con ellas, sin embargo, recordé que al día siguiente mi hija se iba de excursión y pensé que probablemente las almendras fueran para ella. Pensé que las habría comprado y apartado a propósito, la imaginé buscándolas después por toda la casa y me dio mucha pena. Protagonicé entonces un gigantesco gesto de amor y regresé a la cama salivando, pero dejando las almendras intactas. Me dormí con el estómago vacío, derrotado en mi plan carpanta, pero satisfecho por mi impecable jugada.
Esfuerzos en vano
Al día siguiente, cuando desperté, las almendras todavía estaban allí. Mi hija se había marchado. No eran para ella y pasé hambre para nada. Mi sacrificio terminó en el ingrato limbo de los esfuerzos en vano.
A menudo, la satisfacción íntima que produce haber hecho lo correcto no es suficiente si no se añade el reconocimiento externo. Me gustaba tener entrenadores que valoraban todo esto: la carrera extra por el 'por si acaso' o la ayuda invisible al compañero que al final no te necesita y se las apaña solo. Los equipos se construyen con ese tipo de fatigas generosas y encubiertas, y lo demás siempre cojea a largo plazo. Sin ese pegamento gris, los grupos se van agrietando. Para qué me voy a esforzar si nadie parece reparar en ello. Para qué voy a sufrir si no tengo premio.
Pésimos jefes y peores padres
A veces damos por hecho lo correcto. A veces pensamos que hacer el bien es simplemente lo obligado, y que no se merece verbalizar el agradecimiento en estos casos. Si alguien hace nueve cosas bien y una sola cosa mal, y únicamente señalamos la equivocación, somos malos entrenadores, pésimos jefes y peores padres. Ganemos o perdamos, estaremos fracasando.
Las retransmisiones de la Liga no han llegado aún a la experiencia real de la Primera Federación, pero lo están intentando. Ahora nos enseñan algunas imágenes del túnel y del vestuario. Es todo tan bonito que the real experience muta en guion prefabricado. Para qué me sirve ver a los futbolistas diciendo 'vamos, vamos' si luego prende la mecha del interés y nos lo siguen ocultando. Si hay lío entre Morata y Chimy Ávila, o entre Iván Alejo y cualquiera, y entonces se esfuman las cámaras en el túnel de vestuarios. Entonces miramos hacia otro lado. Es el fútbol ficción: pensamos que elegimos, pero ellos eligen y nosotros pagamos.
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