Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Y no querían a De Jong

De Jong, en El Sadar.

De Jong, en El Sadar. / AFP

Frenkie de Jong, no hace tanto, era poco menos que el anticristo en los despachos del Barcelona. Por cobrar mucho, aunque el contrato se lo firmara con mucho gusto el ex presidente Bartomeu en pleno delirio monetario. Por no querer irse al Manchester United, sin que pareciera importar demasiado perder a un futbolista de su calidad. «Si allí está Ten Hag, pues que se vaya con él. A ver si lo espabila», decía sin rubor un ejecutivo azulgrana. Pero De Jong, al que muchos se han atrevido a juzgar por lucir una sonrisa cándida y por estar enamorado de Barcelona y del Barcelona, es quien gobierna de verdad el centro del campo del equipo. Como a él le gusta decir, no necesita gritar. Sino jugar. Y evidenciar que, ahora mismo, no hay nadie como él. Tampoco en Europa.

El fútbol se entiende mucho mejor cuando uno se recrea en los episodios aparentemente inocuos. Corría el quinto minuto de añadido de los diez decretados por el árbitro, cuando lo grotesco se mezcla con lo insoportable. El Barcelona, que trataba de defender el 1-2 con el sufrimiento de quien se ve incapaz de aflojar la soga, no dejaba de tirar pelotazos. Tan apurado andaba Xavi que ya había echado mano tanto de Cancelo –que jugará por dentro en ataque, tal y como lo ingenió Guardiola– como de João Félix pese a llevar sólo un entrenamiento en sus piernas. En esas, Frenkie de Jong se puso a agitar las manos. Nervioso. Harto de que sus compañeros no quisieran entender que no habría otro camino que la pelota, despreciada durante largos tramos en El Sadar.

Pero De Jong ya había hecho el trabajo. En el primer tiempo, puso orden al caos. Y en el segundo, cuando Osasuna más agujereaba la presión azulgrana y después de que el Chimy Ávila rompiera la oposición de Ter Stegen, el neerlandés habilitó a Lewandowski para que éste sacara el penalti del triunfo de la nada.

Hace unos días, De Jong hablaba con este periodista sobre su futura paternidad mientras se ilusionaba con una vida plena en el Barça. Estaba en paz. Pero sus ojos también lucían ese brillo de quien, ahora sí, ha intuido en qué consiste la felicidad. No hay más que verlo.

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