BUSCANDO CAMPEONES EN TODOS LOS RINCONES DEL MUNDO
Puig regresa a la escuela
El maestro que inventó la Movistar Cup, de la que salieron Stoner, Pedrosa, Elías y muchos otros, crea la Asia Talent Cup para intentar reproducir el milagro donde carecen de campeones
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
EMILIO PÉREZ DE ROZAS
Hay que tener un corazón como todo Melbourne para hacer lo que hace Alberto Puig (Barcelona, 1967). Hay que ser muy honesto y muy humilde para acceder, 16 años después, a encerrarse en los circuitos con 22 jóvenes, entre 14 y 20 años, japoneses, malayos, thailandeses, chinos, indonesios y filipinos, para enseñarles a correr y tratar de sacar algún campeón que anime esos continentes. Así nació la Asia Talent Cup. Una copa que Honda y Dorna no hubieran creado si Puig se hubierse negado a ser su maestro.
Solo Puig, que parió la Movistar Cup, en 1999, de la que salieron campeones como Casey Stoner, Dani Pedrosa y Toni Elías, puede abandonarlo todo, incluso su cómoda posición económica, su popularidad, su estatus y, como él cuenta, «descender, de nuevo, a la tierra de los humanos, de los jóvenes» para intentar un imposible: parir un campeón asiático.
Puig no tenía ninguna necesidad, pero las motos son su vida. Las motos se lo han dado y quitado todo. Un domingo de junio de 1995, Puig se estrelló en Le Mans, a 270 kms/h., contra un muro. Se destrozó la pierna izquierda, en la que le han hecho 22 operaciones. Y tuvo que dejar de correr cuando, aquel mismo año, había amedrentado a Mick Doohan derrotándolo en Jerez y acorralándole en la catedral de Assen.
Fue ese Puig, el mismo que dos años después de recorrer una docena de clínicas, quiso saber si aún tenía «cojones» de volver a correr. ¿Cómo lo probó? Se fue a su amada Mallorca, alquiló una Honda CBR y se puso, a 280 kms/h, a un palmo del guardarraíl en la autopista de Llucmajor. «No me asusté. Era la señal de que estaba listo para volver». Volvió, pero por poco tiempo.
Es el mismo Puig que convirtió a un pequeño piloto en la gran esperanza del motociclismo español. Ya no está con él. Y eso que lo hizo campeón de casi todo. Puig y Pedrosa se han separado. Y mejor no decir por qué. La excesiva pasión que Puig pone en todo ha chocado, tal vez, con la comodidad conquistada por Pedrosa, que no quiere nadie que le empuje contra el muro.
Hubiese podido escoger mil cosas, pero Puig aceptó volver a la escuela. «Pero me temo que de aquí va a ser difícil sacar algo. ¿Sabes por qué?», me escudriña con la mirada. Ni idea, porque no son tan valientes como tú, tan apasionados, porque no se quieren matar…«No, no, que va, que va, el problema es más profundo. Es un tema de educación. Son pueblos tan sumisos, tan dóciles, tan reverenciales, que estos niños no tienen inoculado, en sus genes, en su educación, el espíritu competitivo a lo bestia».
Reverencias al maestro
Puig explica, ante la perplejidad del que le oye: «No son lo cabrones que somos nosotros, que salimos a la pista y pensamos: 'Por mis pelotas que no me vas a ganar'. Y le metemos todo lo que hay que meterle. Estos chicos se tocan y piden disculpas, se tiran y se paran para recoger al caído y, encima, le piden perdón». Así no vamos a ninguna parte, piensa Puig. «Mi misión es entrar en sus cerebros y corazones y, en cierta forma, contaminarlos. Convencerles de que, si quieren ganar, han de cambiar de mentalidad. Han de ser un poquito cabroncetes». De ahí que Puig esté convencido de que no lo logrará, pues los chicos no cesan de pasar por delante suyo y romperse el espinazo haciéndole reverencias.
Le pido, por favor, que, para la foto, se suba a la moto. «Lo siento, pero no. Yo ya no soy piloto». Enorme. Grandioso. Maestro. Único.
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