De Cenicienta, nada
El equipo vasco es el mejor debutante en Primera de las dos últimas décadas con el bloque que firmó dos ascensos consecutivos
Va como un tiro. Por algo Eibar es cuna de la industria armamentística y, ahora, el mejor equipo debutante de Primera en las últimas dos décadas tras sortear el pasado verano una agónica ampliación de capital de 1,7 millones de euros pese a ser la entidad más saneada a escala profesional. «Jugamos sin presión», subrayan como clave de un arranque donde desarbolaron a la Real o salieron inmaculados de San Mamés, fotografía de una revelación silenciosa que tiene en Gaizka Garitano, el míster, a su artífice, tirando de un bloque donde siete de sus titulares habituales también lo eran hace dos años en Segunda B.
Esa espina dorsal la conforman el guardameta Xabi, el central Albentosa, el centrocampista Dani García y el atacante Arruabarrena, alrededor de quienes giran y rotan el resto de una plantilla corta, ya sin filial, pero comprometida hasta la extenuación, porque hasta el suspiro final, como frente al Levante, el gatillo armero no descansa.
El futbolín de Ipurúa
La vitola de conjunto de pueblo tosco que se apoya en la pelea y en la bombonera de Ipurua, el futbolín de 5.000 localidades donde se siente el aliento en el cogote mientras se divisa el monte, dos torres de viviendas y la autopista, es solo ya un recurso literario; los azulgranas, que disfrutan del 75º aniversario desde su fundación (cuando la escasez obligó a pedir a la federación vasca unas equipaciones para jugar y les cedió las camisetas del Barca; de ahí sus colores), no renuncian a la pelota, como demostraron en el Calderón, causando pavor al vigente campeón.
Es además este Eibar, reencarnación del sueño del fútbol genuino, corazón, ardor y sufrimiento, un artista en la estrategia, otro señuelo de su técnico. Han bastado cuatro acciones a balón parado para edificar ocho de los puntos que le permiten caminar con botellas de oxígeno a recaudo. Todo ello sellado sin la fortuna como aliada y sobreponiéndose a errores arbitrales que les han escamoteado una mejor posición. Petróleo desde el barro. Allí donde en su día se proclamó la Segunda República se está demostrando que los dos ascensos consecutivos no fueron fruto de la casualidad, superando a adversarios mucho más pudientes y alejándose del topicazo del balón para arriba y tentetieso.
Ante el reto de hoy en el Camp Nou, cruce de colores y mundos diametralmente opuestos, el delantero Saúl Berjón advierte: «Nada es imposible». Su currículo sabe de milagros. Desechado en su día por el convulso Oviedo, donde militó en categorías inferiores, fue retrasando su posición hasta recalar, con 24 años, en el Barça B de Luis Enrique, «el mejor entrenador que tuve», evoca. Alcorcón y Murcia fueron sus siguientes estaciones, y a punto estuvo el pasado verano de irse al Betis. Sobre la bocina llegó la llamada de Garitano y esta tarde albergará una intención: «Alguien tendrá que ser el primero que marque esta temporada a Claudio Bravo», vaticina. En este dulce cuento en el que Eibar es un remanso de fútbol sin artificios, el de toda la vida, los papeles se han intercambiado: ya no es Cenicienta sino un lobo con piel de cordero.
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