ANÁLISIS

Una ilusión y alguna incomodidad

MANEL LUCAS

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No piensen que estoy todo el año esperando con ansia el partido contra el Barça. A pesar de los bulos que circulan impropiamente en ciertos ambientes, los periquitos no vivimos nuestra pasión centrados sólo en ganar los derbis; triste objetivo sería, más aún dado el poco rendimiento que sacamos tradicionalmente de estos encuentros. No, señores, mi sueño es que el Espanyol gane cuantos más partidos mejor, contra quien sea, que logre algún título un día, que pueda sacar pecho ante cualquier rival, y que ocupe en el imaginario deportivo el lugar relevante que se merece. Y, en este sentido, saboreo cada victoria con inmenso placer, incluso una eliminatoria contra un Segunda B.

Sé que hay aficionados de otros equipos que no piensan así, pero para mí, un resultado a favor del Espanyol me produce siempre, siempre, algo similar a la felicidad.

Dos motivaciones extra

Claro que el derbi es un partido especial y tiene una motivación extra (¿qué habitante de la Tierra podría imaginar lo contrario?). Perdón, dos motivaciones extra: porque no se trata solo de jugar contra el vecino, sino que se da la circunstancia (triste, pero real) de que ese vecino es infinitamente más rico, más potente en general y más mediático. Díganle a un vendedor de ordenadores con tienda al lado de una gran cadena que no sienta una alegría especial si un mes logra más facturación que ella; lo oirán exclamar, feliz: «Mis clientes tampoco son tontos».

Sin embargo, debo decir que, para mí, un derbi lleva aparejadas también una serie de incomodidades que deslucen parte de su atractivo. De entrada, la hipótesis no descabellada de que gane el Barça. En este caso, el

posencuentro consiste en escuchar sarcasmos, no todos muy afortunados, de amigos y conocidos (todos los periquitos tenemos conocidos culés, en mi caso incluso lo son algunos de mis mejores amigos, aunque no se lo tengo en cuenta). En segundo lugar, si el fútbol ya es de por sí un lugar donde se relajan los autocontroles psicológicos, en tiempo de derbi esto llega a límites no siempre deseables. Luego está el análisis perverso con apelación a terceros: el Espanyol, dicen, no lucha por sí mismo, sino para ayudar al Madrid. Ridículo, pero escuchado hasta la pesadez. Y, por supuesto, el Espanyol-Barça también es donde las polémicas arbitrales se amplifican; en eso participamos todos.

Ahora bien, no quisiera que me malinterpretaran. Pese a todas estas incomodidades, si esta tarde el Espanyol le gana al Barça y certifica su salvación ante Messi y compañía, estaré extraordinariamente contento, lo celebraré entusiasmado, puede que incluso salte y baile, y me sentiré orgulloso de mi equipo modesto pero esforzado. Eso sí, con mis amigos culés estaré contenido, porque por encima de las pasiones, lo importante es podernos mirar a la cara al día siguiente.