en blanco
Mirando al mar soñé...
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
Decía Juan Villoro que los entrenadores se muestran fuera del banquillo como quien otea el horizonte y pretende adivinar en el movimiento de las olas lo que traerá el porvenir. Con Pep Guardiola ocurre así en ocasiones: mira fija pero suavemente hacia delante como queriendo conocer la fecha de caducidad de esta obra de arte. Otras veces ocurre lo contrario y Pep agita los brazos como si dictara órdenes aunque, en realidad, está moviendo a su ejército. No lo percibimos, pero de sus brazos escuálidos parten finos hilos que sujetan a sus futbolistas por la espalda y Pep los mueve y los arrastra adelante y atrás y los mece con sus gestos y señales componiendo entre todos ellos -Pep con los hilos invisibles y los jugadores con la obediencia férrea- una gigantesca tela de araña.
Por definición, una telaraña posee una resistencia superior al acero, del mismo modo que el junco soporta mejor los vendavales que el árbol centenario. A veces, la telaraña azulgrana se quiebra y llega un jinete veloz y la rasga por el centro y la descuartiza. A veces. Pero muy pocas veces. De hecho, las contamos con los dedos de las manos y las señalamos en rojo por su infrecuencia. La del Pep Team es una telaraña que parece fabricada con hilos de goma de mascar, pues se extiende y contrae y se amalgama en un rincón para expandirse por el otro, ahora espeso y grueso, ahora fino y estilizado. La tela de araña avanza y se posiciona y se encastilla en el centro del campo como si resultara feo cruzarlo hacia atrás. No vence a los rivales: los somete. Ni siquiera se muestra interesado en el marcador, como si se hubiera apoderado del equipo la magnanimidad del victorioso y el resultado apenas fuera una anécdota con menor relevancia que el disfrute del camino.
Laureano Ruiz, que es el pionero de este estilo burbujeante, habló la semana pasada de la araña barcelonista y mostró su admiración porque no hay Barça más peligroso que el recuperador, el que busca robar el balón tras perderlo. El mismo día hablé con Johan Cruyff, el auténtico padre de esta modalidad futbolística que interpreta el Barça, y me contó que se entusiasma viendo a Busquets adelantarse como un poseso y morder y arañar en cuanto el equipo pierde un balón, lo que es toda una lección evolutiva pues en lugar de defender hacia atrás, los de Guardiola lo hacen hacia delante. Hay pocos entrenadores en el mundo más listos, sabios y preclaros que Laureano y Johan, y ambos coinciden en la maravilla a la que venimos asistiendo en los últimos años: el Bar-
ça es un equipo de balonmano que juega con los pies.
Guardiola, el novato que ha evolucionado el modelo y revolucionado el mundo del fútbol, parece interrogarse ante el batir de las olas sobre la caducidad de este proyecto sideral. ¿Hasta cuándo?, se pregunta el poeta mirando el mar.
Más prosaico, Mourinho continúa acumulando puntos sin acabar de encontrar la prometida excelencia estilística. En el pugilato frente al Sevilla, la ausencia de Xabi Alonso volvió a pesar como una piedra atada al cuello. Como ante el Lyón en el batacazo de octavos de final en la Champions del año pasado, el Madrid añora a su único medio creativo, al hombre que juega con escuadra y cartabón y ordena a ese tropel de gente efervescente y adrenalínica. Frente a la telaraña del guardiolismo, la apoteosis de la épica, eterna pócima blanca.
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