Análisis

¿Cuándo empieza la Liga?

Antoni Bassas

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Como barcelonista no tenía ninguna duda de que este era el año de España.Valdés, Puyol, Piqué, Xavi, Iniesta, BusquetsyPedroya fueron a Suráfrica como campeones del mundo con el Barça. Usted y yo ya lo sabíamos, y la prensa española también lo sabía, pero solo cuando le convenía. ¿Se acuerdan, verdad, de que hace solo dos meses estos jugadores, ahora idolatrados, al parecer ganaban porque recibían ayudas arbitrales de la mano delVillarato? Ahora no, ahora ya son inmortales. El caso es que el estilo de estos futbolistas era tan reconocible que ver jugar a España era ver jugar al Barça.

Incluso calcaban los goles: el dePuyolcontra Alemania ya se lo hizo al Madrid en el 2-6, y el deIniestain extremis, corriendo enloquecido hacia el córner… , ¿de qué me suena?

Como catalán tampoco ha habido ninguna novedad. Ya estamos acostumbrados. Después de tener un montón de campeones del mundo u olímpicos en baloncesto, waterpolo, hockey sobre patines y no sé cuántas disciplinas más, que la final del Mundial la acabaran jugando seis catalanes no sorprende.

Pero todo esto, siendo motivo de alegría, me coge harto, como aLluís Llach,y sentimentalmente muy lejos. No es de ahora. En primer lugar, porque la patria es de libre elección, pero el equipo nacional es obligatorio. La razón por la que Catalunya no puede competir oficialmente en el mundo es que existe la selección española. Y en lugar de dejar que los deportistas elijan en libertad en qué equipo desean jugar (¿no son muy amantes de la libertad todos esos que gritan?), la respuesta es la alineación con España. Esto, o renunciar a jugar, con la criminalización que le esperaría al pobre deportista que osara dar el primer paso.

Pero, además, la reciente sentencia del desprestigiado Tribunal Constitucional ha dejado un escaso margen para los territorios intermedios. Ahora han puesto por escrito lo que nos habían dicho de palabra desde la derecha y desde la izquierda: que España no se considera ni se considerará nunca a sí misma un Estado plurinacional.

En consecuencia, tarjeta roja a los que proponían con una buena fe rayando la ingenuidad el reconocimiento constitucional de Catalunya como nación. Es imposible, da igual que la historia reconozca nuestra realidad nacional desde hace mil años. Lo ratificaron los catalanes en referendo, pero a los jueces no les ha temblado el pulso al cargárselo y recordar lo de la indisolubilidad. Demasiado grave y demasiado reciente para que muchos catalanes tengan alguna alegría para compartir.

Nada que impida felicitar a los que se sienten campeones. Y a la vista del nivel de los deportistas catalanes, nada que impida soñar.