Recuerdos del Tour maldito
SERGI LÓPEZ-EGEA / ARCALÍS / ENVIAT ESPECIAL
Fue un Tour tan maldito como triste. En la memoria queda una secuencia de París. Por años que pasen jamás se olvidará la imagen de Bjarne Riis, vestido con el jersey amarillo que ahora repudia y tiene guardado en una caja de cartón, sentado como si fuera el rey Gaspar en una especie de trono en el exterior del hotel Concorde Lafayette repartiendo sonrisas de tinte falso y dejándose fotografiar.
Es cierto, Riis acababa de ganar el Tour sin ser ningún corredor de otro mundo, se le veía más bien como un ciclista mediocre que hasta entonces siempre había pasado por problemas en la montaña y que no acababa de rendir en las contrarrelojes. Ya un año antes, en 1995, se atrevió a desafiar a Miguel Induráin. La leyenda, más bien negra, ha acompañado siempre la trayectoria supuestamente campeona del danés en su recorrido triunfal hasta los Campos Elíseos.
Ayer mismo negó que su hematocrito alcanzase por aquel entonces valores del 64%, tal como denunció una prensa danesa muy crítica con su compatriota. Los textos publicados a finales de los 90 indicaban que un auxiliar del equipo pasaba los noches en vela mientras vigilaba las pulsaciones del corredor, no fuera caso de que bajasen más de la cuenta. Cuando sucedía, sacudía ligeramente el cuerpo del corredor.
Un podio bajo sospecha
Fue aquel un Tour maldito, no solo porque significó el fin del dominio de Induráin, incuestionable hasta entonces, sino porque si ahora existiera la posibilidad de quitarle la victoria a Riis, la Unión Ciclista Internacional (UCI), que ayer invitó al danés a devolver la prenda, se encontraría ante un complicado dilema. ¿A quién dárselo? ¿A Jan Ullrich, segundo y manchado por todas partes? ¿A Richard Virenque, tercero, y abanderado del escándalo Festina de 1998? ¿A Laurent Dufaux, cuarto, e igual de tocado que Virenque en la trama del conjunto relojero? Peter Luttenberger, austriaco y escalador normalito, debería ser el beneficiado por delante de dos españoles: Abraham Olano y Fernando Escartín
Riis pasó a la historia por tumbar a Induráin. Es verdad. En 1996 todas las crónicas previas a la lluviosa salida de Holanda, un tiempo infernal que quebró la fortaleza física del pentacampeón navarro, solo hablaban de lo que ya se preveía como el sexto triunfo de Induráin.
Ayer, en la Volta, Eusebio Unzué recordó el Tour maldito pero no quiso responsabilizar solo a Riis del fallo de Induráin."Fue muy duro porque empezó el ocaso de Induráin. Pero hay que recordar que Miguel ya se descolgó en la primera llegada en alto, en los Alpes. No hay que pensar que todo fue culpa de Riis. La grandísima trayectoria de Induráin tenía que tener un fin y fue en 1996, coincidiendo con Riis".
Pero a Induráin nunca se le olvidó la imagen de Riis adelantándole con el plato grande de su bicicleta por las más duras cuestas de Hautacam."Era imposible. Nadie podía subir así",decía ayer Chrstian Prudhom, director del Tour.
Fue el Tour que llegó a Pamplona. Aquel día se lloró. Muchos no pudieron contener la emoción al ver a Induráin en el podio con un ramo de flores, simplemente como homenaje por llegar la prueba a su ciudad. Acabó 11°. Demasiado lejos de Riis.
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