Hayden nos presta su Honda

SERGI MEJÍAS / VALÈNCIA

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Como en el Dragon Khan, así se siente uno cuando acelera a fondo a lomos de la Honda RC211V de Nicky Hayden, el nuevo y flamante campeón del mundo de MotoGP. ¿Y cómo lo sabemos? No porque nos lo haya dicho el estadounidense o Dani Pedrosa, sino porque HRC quiso prolongar la fiesta y el lunes invitó a un reducido grupo de periodistas a una experiencia única. Solo fueron cuatro vueltas al virado trazado del Circuit de la Comunitat Valenciana, pero más que suficientes para sentirse piloto de MotoGP por un día.

Con la adrenalina a punto de generar un colapso. Así se siente uno antes de probarla. "Relájate, es una moto fácil de llevar y disfrutarás de verdad. Pero ten cuidado con el acelerador", aconsejaba el propio Hayden mientras uno esperaba el turno de saber qué se siente con una máquina que genera 230 CV de potencia. "Acuérdate de que los frenos son de carbono y el tacto es diferente a las motos de calle... ¡Ah! Y la primera vez que tomes la primera curva de derechas, ve con cuidado por este lado del neumático, puede que esté algo frío", aleccionaba paciente el campeón del mundo a un periodista algo nervioso. Demasiada información en muy poco tiempo.

Y por fin llegó la hora. Una vez encima, un asiento realmente duro y una posición de conducción muy radical nos recuerdan que estamos sobre una moto de carreras. Aunque por unos instantes uno no puede evitar buscar el botón de arranque. No lo busquen, no lo hay. En su lugar hay un par de botones que controlan toda la electrónica.

Con la moto todavía subida en un caballete, engranamos la primera velocidad moviendo la palanca hacia arriba (en las motos de calle se hace hacia abajo) para que un cortacéspedes con una pequeña rueda de kart haga girar la rueda trasera y ponga la moto en marcha. Apenas un segundo después, un tremendo rugido nos avisa de que el corazón de la RC211V ha empezado a latir.

La adrenalina se dispara conforme uno va soltando el embrague y da gas para abandonar el box. "No se ha calado. Bien", piensa uno después de ver cómo algún otro invitado ha fallado en la salida. La primera sorpresa, y más que grata, es la facilidad de conducción de semejante aparato. Uno se podía haber hecho a la idea de que iba a ser una moto inconducible y realmente peligrosa. Nada más lejos de la realidad. Acelera con suavidad y sin tirones aunque el atronador sonido que sale del escape parece decir: "Cuidado conmigo que no soy un juguete".

Pero no se lleven a engaño porque una cosa es llevarla y la otra es ir rápido de verdad. Cuando la aguja del cuentarrevoluciones supera las 8.000 rpm (revoluciones por minuto), pasa las 14.000 y enfila hasta las 17.000, todo empieza a suceder muy deprisa. La rectas menguan por momento y cada vez cuesta más frenar, no porque la moto no frene sino porque no queda espacio. De la vuelta de calentamiento, donde todas las precauciones son pocas, uno pasa a arrastrar la rodilla en cada curva. ¿Nivel de pilotaje? No, simplemente es la facilidad con que se deja llevar esta moto. Decimos facilidad de llevar y no de correr de verdad.

Pocas palabras

El motor sube de vueltas como una exhalación y el cambio semiautomático se encarga de que todo suceda con mayor velocidad. Bastará pisar la palanca del cambio, sin apretar la maneta del embrague y sin cortar gas como se debería hacer en una moto de calle, para que las marchas empiecen a entrar a discreción. Entre acelerón y apurada de frenada, la bandera a cuadros en la recta de Cheste le anuncia que tu sueño ha terminado. "¿Ya? Qué rápido", piensa uno.

"¿Qué? ¿Cómo te ha ido?", se interesa Hayden al final de las cuatro vueltas. "Too much, man, too much", (demasiado, hombre, demasiado) son las únicas palabras que es capaz de pronunciar un periodista extasiado.