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La inmolación por Gaza del soldado Bushnell, algo más que una tragedia

La acción frente a la embajada de Israel en Washington es el último "acto extremo de protesta" de una larga lista histórica

Captura del vídeo del soldado y militar americano, Bushnell, inmolándose frente el consulado de Israel

Captura del vídeo del soldado y militar americano, Bushnell, inmolándose frente el consulado de Israel / EPC

Idoya Noain

Idoya Noain

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El pasado domingo Aaron Bushnell envió a un amigo su testamento. El joven de 25 años dejaba a un vecino a su gato Sugar, al amigo una nevera llena de cerveza de zarzaparrilla y sus ahorros a un fondo dedicado a ayudar a niños palestinos. Ese día también Bushnell, desde mayo de 2020 un miembro en activo en las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, donde era especialista en operaciones de ciberdefensa, envió un e-mail a varios medios progresistas alternativos con un enlace a su canal en Twitch, anunciando un “acto extremo de protesta contra el genocidio del pueblo palestino”.

Poco después Bushnell empezaba la transmisión, caminando hacia la embajada de Israel en Washington, vestido en uniforme, con una botella metálica sin tapa en la mano. “No seré más cómplice con el genocidio”, dijo mientras andaba. “Voy a realizar un acto de protesta extremo pero no es extremo en absoluto comparado con lo que la gente ha estado experimentado en Palestina a manos de sus colonizadores. Esto es lo que nuestra clase dirigente ha decidido que será normal”.

Luego Bushnell dejó el móvil en el suelo. Conforme seguía su 'streaming', dio ocho pasos. Se roció con el líquido de la botella. Se puso la gorra y se prendió fuego. Cinco veces gritó “¡Palestina Libre!” hasta que solo pudo emitir gritos de dolor. 61 segundos después, cuando su cuerpo en llamas ya estaba en el suelo, intervinieron agentes del orden, incluyendo los del Servicio Secreto, encargados de la seguridad de la legación. Un uniformado no dejaba de apuntar al cuerpo ardiendo con su arma. Otro gritaba: “’¡Necesitamos extintores, no pistolas!”

La inmolación de Bushnell, que murió horas después en el hospital, se produce casi tres meses después de que una mujer que no ha sido públicamente identificada y que sobrevivió se prendiera fuego junto al consulado israelí en Atlanta, donde se encontró una bandera palestina. Inicialmente la acción del soldado no recibió casi cobertura destacada en los principales medios generalistas de Estados Unidos. Un portavoz del Pentágono, que prohíbe a los uniformados actos de protesta política, se limitó ante una pregunta de la prensa a definir lo ocurrido como una “tragedia”.

Mientras el vídeo, eliminado por Twitch por violar sus normas de servicio pero recuperado en otras plataformas, corrió inmediatamente por las redes sociales y entre activistas, que a lo largo de toda la semana han estado organizando y participando en vigilias, incluyendo una en la que un grupo de veteranos quemó públicamente sus uniformes. Llevan meses protestando contra la Administración de Joe Biden por seguir dando armas, inteligencia y un apoyo inquebrantable a Israel conforme, en respuesta a los ataques de Hamás del 7 de octubre, libra una guerra en Gaza en la que ya han muerto más de 30.000 palestinos y se ha desatado una tragedia humanitaria que empeora día a día. Piden también un alto el fuego.

El cuerpo como arma política

Aunque la inmolación es una práctica con miles de años de antigüedad en Oriente y también en Occidente, y hay ejemplos de su uso como arma de batalla política para exponer el sufrimiento humano y la asimetría de poder, también es inusual. No ha faltado quien ha tildado la de Bushnell de “suicidio”. Muchas informaciones sobre él en EEUU acaban facilitando números de asistencia psicológica para quienes piensan en quitarse la vida. Pero no hay nada que apunte a que sufriera problema alguno de salud mental.

Lo que ha surgido, en cambio, es el retrato de un joven que nació y fue criado y educado en una aislada comunidad cristiana de Massachusetts, la abandonó y entró en el Ejército, con el que estuvo destinado en San Antonio (Texas), donde empezó a involucrarse en la ayuda a los sintecho.

Tras el asesinato de George Floyd y las protestas que le siguieron empezó a estudiar la historia de EEUU y a buscar tomar postura contra toda violencia sancionada por el estado. Fue inclinándose hacia el activismo y las ideas anarquistas y de extrema izquierda. A principios de año se mudó a Ohio, donde se preparaba para dejar las Fuerzas Armadas. Había estado siguiendo la guerra en Gaza y en su último mensaje en Facebook escribió: “Muchos nos preguntamos ¿qué haría si hubiera estado vivo durante la esclavitud, o en el sur de Jim Crow, o el apartheid? ¿Qué haría si mi país estuviera cometiendo genocidio? La respuesta es: lo estás haciendo. Ahora mismo”.

“El acto de suicidio es individual, en aislamiento, queriendo acabar la vida, mientras que como martirio es más un acto de testimonio”, explica en una entrevista telefónica desde Escocia Karin Fierke, profesora en la escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de St. Andrews y autora del libro ‘Political self-sacrifice’. “Con el cuerpo tomando tal violencia se trata de comunicar la vileza de lo que preocupa. En la mayoría de los casos sucede en contextos donde un pueblo ha sido dejado como ciudadanos de segunda, como en Gaza. Es una forma de comunicar la gravedad del sufrimiento que está experimentando una comunidad y a menudo hay referencias a una antorcha humana, que intenta iluminar sobre el sufrimiento de un pueblo”.

De Quang Duc a Morrison

Fierke pone la acción de Bushnell en el mismo marco que otras de actos extremos de no violencia como la inmolación de Thich Quang Duc, el monje que en 1963 se quemó en Saigón en protesta por la persecución de los budistas por parte del gobierno del católico Ngo Dinh Diem en Vietnam del sur, que apoyaba EEUU. Como explicó en una carta a Martin Luther King el monje, autor y activista pacifista Thicj Nhat Hanh, inmolaciones como esas de monjes y monjas no eran suicidios, sino sacrificios que pretendían “conmover los corazones de los opresores y llamar la atención del mundo sobre el sufrimiento soportado. Se hace para despertarnos”, escribió.

Al acto de Quang Duc le siguieron años después, conforme Washington se metía de lleno en el conflicto asiático, al menos media docena de inmolaciones en EEUU. Ninguna fue más destacada que la del cuáquero Norman Morrison, que se prendió fuego en 1965 bajo la oficina en el Pentágono del secretario de Defensa Robert McNamara que, como recuerda Fierke, “en sus memorias reconoció el impacto que tuvo en él aquella acción”.

Reviven también los ecos del joven estudiante Jan Palach, que se inmoló en 1968 en Praga para protestar la invasión soviética de Checoslovaquia; o los de Mohamed Buazizi, el vendedor de frutas y verduras que tras ser extorsionado y humillado por una policía y harto de la corrupción se inmoló en 2010 en Túnez e hizo prender la llama de la primavera árabe; o los de los 131 hombres y 28 mujeres que entre 2009 y 2022 se han prendido fuego para protestar contra la represión de China en el Tíbet.

Desesperación política

Muchos de ellos fueron celebrados como héroes por los mismos que hoy callan o critican la acción de Bushnell y piden que no se aplauda, advirtiendo de que provocará imitadores o asegurando que no enseña nada ni salvará vidas. Pero entre quienes lloran al soldado o le rinden tributo no hay esfuerzo por glorificar lo que hizo, sino dolor. Y se palpa lo mismo que  en otras inmolaciones en EEUU en años recientes, desde para protestar las guerras de EEUU en Irak o el cambio climático; algo que Masha Geshen en ‘The New Yorker’ y la columnista Moira Donegan en ‘The Guardian’ también han identificado en este caso: la decisión de llevar al extremo la impotencia y la desesperación política ante un gobierno que ignora a sus ciudadanos.

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