ENTREVISTA

Arthur Brand, cazador de obras robadas: "Mi vida es más ajetreada que la de Indiana Jones"

El mayor experto en recuperación de obras de arte robadas, titular de una vida de película, cuenta ahora en un libro su hazaña más trepidante: el rescate del patrimonio artístico de la cancillería hitleriana

Arthur Brand posa junto a un 'picasso' robado

Arthur Brand posa junto a un 'picasso' robado / EL PERIÓDICO

Juan Fernández

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En los últimos 20 años Arthur Brand (Deventer, Países Bajos, 1969) ha localizado, o ayudado a localizar, más de 200 obras de arte que habían sido robadas o estaban en paradero desconocido. En ese botín hay cuadros de Picasso, Dalí y Tamara de Lempicka, manuscritos bíblicos originales y hasta un anillo extraviado de Oscar Wilde.

Su hallazgo más espectacular acaba de relatarlo en ‘Los caballos de Hitler’ (Espasa), una operación que le llevó a mezclarse con neonazis y antiguos espías soviéticos para encontrar el patrimonio artístico que decoró la Cancillería del Reich por orden del 'führer', que permanecía oculto desde el final de la guerra. Hay muchas formas de amar el arte. La suya consiste en mimar como oro en paño su agenda de contactos de mafiosos, ladrones, falsificadores y traficantes que le ofrecen pistas para sacar a la luz creaciones que un día desaparecieron sin dejar rastro.

-¿Cómo se convierte uno en el ‘Indiana Jones del mundo del arte’?

-Mi historia empieza en Granada. Viví allí en mi época de universitario, pero se me daba mejor andar de fiesta o metiéndome en líos que ir a clase. Una noche, estando medio borracho, vi a cuatro gitanos subiéndose a un coche con linternas y unas escobas muy raras. Me contaron que iban a buscar tesoros con detectores de metales y les pedí que me invitaran. Les caí en gracia y me subieron al coche.

-¿Qué encontraron?

-Un puñado de monedas romanas. Según ellos, aquello no valía nada, pero a mí me explotó la cabeza. Pensaba asombrado: la última persona que tocó estas monedas fue, probablemente, un soldado romano hace dos milenios, y ahora están en mi mano. Aquella experiencia me cambió la vida. Cuando volví a Holanda empecé a coleccionar monedas antiguas y poco a poco me fui introduciendo en el mundo del arte y las antigüedades.

-¿Qué le atrajo?

-Tanto como el arte en sí, me fascinaron el crimen y el engaño que había a su alrededor. Me impactó descubrir que el 30% del arte que se comercializa es falso y que este negocio está plagado de ladrones, falsificadores y mafiosos. Entré en contacto con el mayor delincuente del mundo del arte, Michel Van Rijn, que ahora trabajaba para la policía, y a través de él empecé a trabar amistad con traficantes, falsificadores, espías, agentes de la CIA y el FBI.

"El 30% del arte que se comercializa es falso. Este negocio está plagado de ladrones, falsificadores y mafiosos".

-¿Qué pintaba un simpático holandés como usted en medio de esa tropa?

-De pronto me vi viviendo una vida de película y ya no quise salir más de ahí. Recuerdo que cuando Michel y yo encontramos el Evangelio de Judas, un manuscrito bíblico que llevaba 17 siglos desaparecido, hacía furor ‘El código da Vinci’. La gente me decía: "Tienes que leer el libro y ver la película, te van a sorprender". Y yo contestaba: "¿Para qué, si mi vida es más interesante? Y además es real, no como lo que cuenta Dan Brown, que es inventado".

-También es más peligrosa. ¿Alguna vez, en medio de una búsqueda, ha pensado: de aquí no salgo vivo?

-Sí, en el Líbano, cuando estuve tratando con miembros de Hezbolá para recuperar una obra de arte robada que había llegado a sus manos. Y en Irlanda, cuando hice lo mismo con terroristas del IRA. Y en otras ocasiones parecidas. No sentí miedo, pero sí pensé: Cuidado, Arthur, estos tipos son peligrosos, y si pasa cualquier cosa no podrás reclamar a nadie. Al principio mi madre se preocupaba. Ahora me pregunta cada día: "¿Con qué mafioso has estado hoy, sabes algo de ese robo que sale en la prensa?".

El detective Arthur Brand posando con el Picasso robado. 

El detective Arthur Brand posa con un 'picasso' robado.  / AFP

-Cuando un desconocido le pregunta a qué se dedica, ¿qué responde?

-La mayoría de las veces no doy explicaciones, porque sé que no me creerían. Mi mejor amigo se llama Octave Durham, uno de los mayores ladrones de mi país, autor del robo de dos ‘van gogh’ del museo del pintor en Ámsterdam en 2002. Yo no puedo compartir mis historias con la mayoría de la gente porque no me entenderían, pero con Octave sí, porque conoce este mundo. ¿Sabe qué veo en la tele cuando llego a casa? ¡Bob Esponja! Pero no me invite a ver un thriller de Netflix después de un día tratando con mafiosos, falsificadores y policías secretos.

-¿Se vive bien como rescatador de obras de arte robadas?

-No me quejo, pero no gano lo que la gente imagina. He rescatado obras por valor de 250 millones de euros, pero no me las quedé, las entregué a sus dueños o a los museos.  

"Algunos mafiosos usan las obras robadas para negociar con el juez una rebaja de pena cuando son detenidos por otros delitos"

-¿Qué le anima a seguir haciendo este trabajo?

-En mi caso cuenta mucho el amor al arte. Un día, un informante me dijo que había un ‘picasso’ robado cambiando de dueño en los bajos fondos de Ámsterdam. La obra había llegado a manos de un empresario que quería deshacerse de él y no sabía cómo hacerlo. Tras meses de preparativos, quedé con él, le tendí una trampa y conseguí que lo entregara. Se trataba de ‘Busto de mujer’, valorado en 70 millones de euros, uno de los lienzos favoritos del pintor, que lo adoraba tanto que nunca lo vendió. Cuando llegué a casa con el cuadro, lo apoyé en el sofá, me senté a su lado y… no imagina la sensación. Rescatar un ‘picasso’ robado es una experiencia religiosa.

-¿Cómo trabaja?

-Depende del caso. Hay obras que llevan desaparecidas mucho tiempo y nadie las está buscando, como ese ‘picasso’. Ahí es una pista la que me ofrece el hilo del que ir tirando. Un comentario que hizo un ladrón en la cárcel, una confesión secreta, un detalle que se le escapó a alguien… Y hablando con unos y otros, llego a la persona que tiene la obra y la abordo. Dependiendo de su respuesta, sé si la esconde o no. Pero también hay casos nuevos en los que he de actuar rápido. Si hoy roban una obra en un museo, acudo al lugar para estudiar el modus operandi del ladrón. Los conozco a todos, me sé sus técnicas, y siempre trabajan igual.

-Tiene un elevado nivel de aciertos. ¿Cuál es su secreto?

-Mi red de contactos. Conozco a mucha gente en el mundillo del tráfico de obras de arte robadas y me he ganado su confianza porque saben que yo no quiero causarles problemas ni busco dinero, solo busco el arte. La policía también confía en mí porque sabe que no soy ningún delincuente. Esto me permite moverme con soltura entre ambos lados, aunque a veces tardo varios años en culminar una operación.

-¿Ha pensado en dejarlo alguna vez?

-Sí, en infinidad de ocasiones, porque este trabajo es muy duro y has de dar muchos palos de ciego y seguir muchas pistas falsas hasta que das con la buena. Pero luego encuentras la obra y ese goce te lleva a decirte: ¡a por la próxima! Sé que no aguantaría en un trabajo normal. La adrenalina es una droga muy fuerte, yo vivo por ella.

-¿Qué mueve el negocio del arte robado?

-El desconocimiento. A menudo, quienes compran obras robadas ignoran que no pueden exhibirlas ni venderlas. La imagen del mafioso que tiene un ‘goya’ en el baño solo existe en las películas. Algunos las usan para negociar reducciones de pena con el juez cuando son detenidos por otros delitos.

-¿Qué obra robada tiene ahora mismo entre ceja y ceja?

-En 1990 se produjo en Boston el mayor robo de arte de la historia. Desaparecieron 13 cuadros, entre ellos varios ‘rembrandt’ y un ‘vermeer’. Ojalá pudiera encontrarlos. También ando detrás de varias obras robadas en España. Este país es tierra de grandes artistas y es una mina de arte desaparecido. 

Vida de película

En los últimos años, Brand ha ayudado a varias familias judías a localizar obras de arte de su propiedad que fueron incautadas por los nazis. “Es una reparación obligada, un acto de justicia”, señala. Pero el rescate que narra en ‘Los caballos de Hitler’ no tiene que ver con los judíos. “El valor de estas esculturas es simbólico, son un documento histórico. Esos caballos eran el capricho de Hitler, lo vieron todo”, avisa.

Para sacar a la luz las obras se hizo pasar por representante de un acaudalado norteamericano que supuestamente quería comprarlas e infiltrarse con cámaras ocultas entre nostálgicos del nazismo. La MGM le ha comprado los derechos del libro para rodar una película basada en la trepidante historia.

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