NARCOTRÁFICO, FAUNA Y MEDIO AMBIENTE

Los 80 hipopótamos de Pablo Escobar

Los cuatro ejemplares que el narco importó para su zoológico se han convertido en la colonia más numerosa fuera de África y en un reto de gestión para el Gobierno colombiano

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Mauricio Bernal

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Hay muchas cosas que deben estar haciendo que Pablo Escobar se ría a carcajada batiente en su sepulcro de Medellín ("¡Una película! ¡Sobre mí!"), o donde sea que van después de muertas las almas de los narcos sin alma, entre ellas ver cómo ha crecido su pequeña familia de hipopótamos. Dejó en herencia el capo viudas y huérfanos por toda Colombia, y un país carcomido por la corrupción de la droga, permeado por la cultura del dinero fácil y lastrado por la inopinada fama que arrastra tras de sí la cocaína, pero también dejó sus hipopótamos, que ya no son los cuatro que mandó importar desde un continente lejano sino la mayor colonia de la que se tiene noticia fuera de África. Y así debe estar Escobar, riéndose desde el más allá ("¡Mis hipopótamos!"), mientras las autoridades de Colombia se rascan la cabeza preguntándose qué hacer con el único regalo al fin y al cabo simpático que le dejó al país.

Los científicos apuntan a que la colonia será de 150 ejemplares en 10 años y de 400 en el 2050

Aquellos cuatro animales –el hipopótamo Pepe y tres complacientes hembras– formaban parte del delirante proyecto de un hombre delirante de tener su propio zoológico privado. Lo sacó adelante, como la mayoría de las cosas que se propuso. Entre los ejemplares de fauna autóctona y los que mandó traer de otros países acabó formando una colección notable, donde brillaban por su exotismo las jirafas, los rinocerontes, los elefantes y los hipopótamos; una triste demostración de que el dinero del narco podía comprarlo todo. Del póker de criaturas fabulosas, las únicas que sobrevivieron a la muerte de Escobar y al abandono en que quedó durante un tiempo la Hacienda Nápoles –sede de su imperio y de su parque animal– fueron los hipopótamos. Pepe mostró cualidades de semental y la manada empezó a crecer.

Avistamientos varios

En teoría, los hipopótamos, al igual que el resto de bienes de Escobar, habían pasado a manos del Estado. Pero un hipopótamo no atiende a las leyes de incautación de propiedades. Se impuso en cambio la ley de la selva –o de la naturaleza–, y algunos ejemplares de la cada vez más numerosa manada empezaron a traspasar los límites de la hacienda. Empezaron a campar. Corrían los primeros años de este siglo cuando en los medios de comunicación colombianos se popularizó la palabra "avistamiento" referida a los hipopótamos del narco. Campesinos de la región avistaban hipopótamos fuera de la Hacienda Nápoles. Pescadores de la región avistaban hipopótamos mientras pescaban. Vecinos de la región avistaban hipopótamos caminando por sus pueblos.

Sin depredadores, en un clima idóneo y con la caza prohibida, los animales aumentan sin control

Una foto famosa de esos tiempos muestra a un grupo de soldados colombianos posando ufanos junto al cadáver de un  hipopótamo en la ribera de un río de la región. Las entidades animalistas pusieron el grito en el cielo y su protesta cuajó en la aprobación de una ley que prohibía la caza de hipopótamos en el territorio nacional. En su particular más allá, el narco por antonomasia no podía parar de carcajearse.

El hipopótamo abatido era Pepe.

Especies invasoras

Los hipopótamos se sirvieron de la principal arteria fluvial del país, el río Magdalena, para desperdigarse por un área que a día de hoy es de cerca de 2.000 kilómetros cuadrados, prácticamente la superficie de un país como Luxemburgo. De acuerdo con un estudio reciente del Instituto Humboldt, la Universidad Javeriana y la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare), los cuatro hipopótamos de Escobar se han transformado con el tiempo en una saludable manada de entre 65 y 80 ejemplares, y se calcula que podrían ser 150 dentro de 10 años y 400 de aquí al 2050. Los felinos que en África son sus depredadores naturales en Colombia no existen, el clima es perfecto, está prohibido cazarlos y pueden reproducirse a sus anchas y sin control. No es difícil imaginar por qué de una anécdota que se contaba con una sonrisa en la boca se han convertido en un problema. Cuando se habla de especies invasoras suele tratarse de pequeños insectos, cangrejos, colonias de peces. No hay casos conocidos de una administración obligada a lidiar con una invasión de hipopótamos. Son grandes y pesados. Son mayestáticos.

El Instituto Humboldt advierte de que los riesgos que supone la multiplicación de la especie son numerosos

"Estos animales tienen a su favor las características de hábitat de la región del Magdalena Medio, que son bastante similares a las de los valles y planos inundables estacionales de los grandes afluentes africanos, de donde es nativa la especie", reza el documento que hizo público el Humboldt para dar cuenta de la situación. El mismo documento alerta de los riesgos que supone la multiplicación de la especie, que son numerosos: la alteración del paisaje y de "los procesos ecológicos a diferentes escalas", "su territorialidad en las zonas de ocupación", su capacidad para mermar la vegetación natural ("debido a su alimentación a base de plantas herbáceas") y la posibilidad de que sus heces contaminen las aguas y pongan en jaque la actividad pesquera en el Magdalena. "Defecan mucho en las zonas y pozos donde viven y eso puede dejar a los peces sin oxígeno", declaró a la revista 'Semana' el biólogo de la Universidad Javeriana Germán Jiménez, uno de los que más de cerca han estudiado a estos nuevos vecinos.

Un ejército depredador

Por muy simpáticos que resulten los hipopótamos de la foto, su expansión en la región del Magdalena Medio –otrora una zona de intensa violencia– es un problema serio, un legado de pesadilla como todos los del narco. Los vídeos grabados por habitantes de pueblos como Doradal y Puerto Berrío en los que aparecen ejemplares de los gigantescos animales paseando por la calle se consideraron durante un tiempo divertidos, pero ahora la amenaza de dispersión de la especie es más parecido al avance de un ejército depredador. Los investigadores han hecho un mapa de las cabeceras municipales a donde podrían llegar en poco tiempo y nada indica que sus habitantes aguarden la llegada de los gigantes con ilusión.

En los pueblos donde podrían llegar en poco tiempo nada indica que sus habitantes vivan la noticia con ilusión 

El Gobierno y las instituciones colombianas han intentado solucionar el problema por la vía de una masiva castración de machos, pero solo consiguieron que cinco pasaran por el quirófano; no dio resultado. En su día se habló de reubicarlos en zoológicos, pero la idea tampoco prosperó, acaso porque alguien se dio cuenta de que ya eran demasiados. Se ha considerado la posibilidad de devolverlos al continente africano, en una improbable operación que haría las delicias de los cronistas de medio mundo, pero desde la comunidad científica se advirtió de que no era viable: la configuración genética de los animales nacidos y desarrollados en Colombia no es la misma que la de sus antepasados, y se ignora qué podría resultar del encuentro con sus parientes africanos.  "Les estaríamos haciendo un mal a los hipopótamos de África", declaró Jiménez.

El llamamiento del Instituto Humboldt para la "consolidación" de un plan concreto y la asignación de más recursos financieros para manejar la situación es sintomática de que ya no se piensa en otros términos que no sean los de, justamente, manejar la situación. Colombia tiene hipopótamos. Se los dio el delincuente más famoso y sanguinario de su reciente historia. El muy narco se estará riendo a gusto en su tumba.