Altura, melena, arrugas y abdomen: las cuatro vanidades de la belleza masculina

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Juan Fernández

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La foto de Carla Bruni con la cabeza apoyada sobre la clavícula de Nicolas Sarkozy que ilustra la última portada de la revista 'Paris Match' ha generado infinidad de comentarios a cuento del tramposo desfase de estaturas que transmite la imagen –en realidad, ella es nueve centímetros más alta que él, que solo mide 1,66 metros–, y ha devuelto a la palestra una de las leyendas que ha perseguido al político galo desde que se erigió en personaje público: la de sus problemas para admitir su corta altura y su pertinaz obsesión por disimularla, ora poniéndose alzas en los zapatos, tal como se dijo que hacía cuando era presidente de Francia, ora posando para la foto subido a un escalón, recurso utilizado en esta última ocasión para parecer más alto.

En realidad, el sufrimiento de Sakozy con la imagen que le devuelve el espejo es cada vez más compartido por varones maduros habituados a vivir expuestos en el escaparate mediático; unos, por no reconocer como propias esas arrugas que de pronto descubren en el contorno de sus ojos; otros, por negarse a admitir las flácidas curvas que dibujan sus figuras a la altura de la cintura; los más, asustados al comprobar cómo el pelo se bate en retirada sobre sus cueros cabelludos.

Faja, bisturí y bótox

La tortura del aspecto, que hasta hace poco era una condena exclusiva del sector femenino, parece haber tumbado las fronteras del género y cada vez son más los actores, políticos, presentadores y deportistas que se apuntan a la faja, el bisturí y la jeringuilla de bótox para lucir más lustrosos, jóvenes y lozanos de lo que en realidad son.

Que la imagen personal se ha convertido en una fijación rayana en la manía obsesiva para una creciente población de caballeros no solo lo saben en las clínicas de cirugía estética, que cada vez tienen más clientes varones, o en los centros de implante capilar, que han alumbrado un boyante nicho económico en países como Turquía. También lo han empezado a comprobar los gabinetes psicológicos, donde la presencia de hombres a los que el cuerpo les trae de cabeza es cada vez más frecuente.

"Los complejos relacionados con el aspecto físico han dejado de ser un asunto de mujeres. En los últimos años, muchos hombres han comenzado a manifestar trastornos derivados de no aceptarse como son", advierte la psicóloga sanitaria <strong>Júlia Pascual</strong>, quien pone mucho énfasis en subrayar la línea que separa el cuidado saludable de la obsesión enfermiza. "Hacer deporte o seguir una dieta sana para vigilar la línea está bien –considera–. El problema surge cuando un hombre pasa de una operación de cirugía estética a la siguiente, y luego a la siguiente, y cada vez se encuentra más defectos. Avanzar por la escalada de la inseguridad puede acabar incapacitándole para llevar una vida normal".

"La gordofobia es un mal de nuestro tiempo", asegura la psicóloga Júlia Pascual

La psicología ha acuñado un término para designar a este trastorno: la dismorfofobia. "Quienes la padecen son incapaces de gestionar el complejo físico que les obsesiona, sea el que sea, y acaban haciendo todo lo posible para evitar la exposición al público, desde no acudir a un acto por temor a que el viento les vuele la peluca, a prohibir que les hagan fotos por miedo a que se descubra la baja estatura que tienen", explica la especialista.

Hasta ahora, la principal manía estética masculina estaba relacionada con la alopecia, pero a las consultas de los psicólogos acuden cada vez más hombres con trastornos alimenticios derivados de su obsesión por adelgazar. "La moda, que hoy es muy asexual y marca mucho el contorno físico con prendas muy ceñidas, hace que muchos hombres se sientan gordos cuando no lo son. La gordofobia es un mal de nuestro tiempo", señala Pascual

Obsesiones veraniegas

En verano, época dada a los baños de sol, toman fuerza dos obsesiones entre la población masculina: la vigorexia, consistente en machacarse en el gimnasio hasta mostrar los músculos del primer Schwarzenegger, y la tanorexia, que va de broncearse hasta lucir más tostado que Julio Iglesias en sus buenos tiempos. "La belleza es subjetiva y todos los cánones son respetables, pero cuando tu aspecto te causa ansiedad y depresión, tienes un problema. La solución no está en el bisturí, sino en aprender a aceptarse", acaba la psicóloga.