Amor gay en la Casa Blanca

El marido de Pete Buttigieg, alcalde de un pueblo de Indiana, se ha convertido en su mayor 'cheerleader' en la carrera a las primarias demócratas

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Ricardo Mir de Francia

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Las primarias para escoger al candidato demócrata que disputará la presidencia a Donald Trump en el 2020 no comenzarán hasta enero, pero la concurrida carrera entre los aspirantes lleva meses en marcha. Entre la veintena de candidatos en liza se han hecho un hueco contra todo pronóstico el alcalde de una pequeña ciudad de Indiana, Pete Buttigieg (derecha, en la foto que encabeza este artículo), un 'millennial' y veterano de Afganistán, que habla siete idiomas, estudió en Harvard y Oxford, y se presenta como la gran esperanza demócrata para recuperar los estados del Medio Oeste que Trump les arrebató en el 2016. Hijo de un inmigrante maltés y cristiano practicante, Buttigieg es también el primer candidato abiertamente gay de la historia del país y, con la ayuda de su marido, se ha convertido en la gran sensación de las últimas semanas. 

La revista 'Time' les dedicó una portada a principios de mes en la que aparecen los dos posando hombro con hombro. «La primera familia», decía el titular, haciendo un juego de palabras con el nombre que reciben las parejas presidenciales y con la novedad que supondría tener a un matrimonio homosexual en la Casa Blanca. Las actitudes del país hacia la homosexualidad han cambiado significativamente en las últimas dos décadas, pese a la involución impulsada por la Administración Trump. Con su predecesor se legalizaron los matrimonios del mismo sexo y se abrió la puerta del Ejército a gais y transexuales, que hasta entonces solo podían servir si mantenían su identidad oculta. 

Pastilla para ser heterosexual

Buttigieg se crio en una de las regiones más conservadoras del país y durante buena parte de su vida tuvo que lidiar con el rechazo y la culpa que persigue a muchos gais. «De haber existido una pastilla para ser heterosexual, me la habría tragado antes de que te diera tiempo a darme el agua», dijo en una entrevista. Todo aquello es historia. Pete, como se hace llamar en campaña, conoció a su marido, Chasten Glezman, a través de una aplicación de citas en el 2015. Durante unas cuantas semanas se dedicaron a llamarse a través de Facetime hasta que Glezman cogió el coche y se presentó en un pub irlandés de South Bend, la ciudad de 102.000 habitantes de la que Buttigieg es alcalde desde el 2011. 

Poco después escribió una carta a un diario local para hacer pública su homosexualidad, un paso no exento de riesgos porque estaba en plena campaña de reelección para su segundo mandato. Ganó los comicios con el 80% de los votos. 

Tres años después Pete (37 años) y Chasten (29) se casaron, un matrimonio que en esta campaña está sirviendo para normalizar las parejas del mismo sexo. En anticipación a las quejas que le lloverán de la América cristiana más ultramontana, representada por el vicepresidente Mike Pence, Buttigieg les ha contestado que «su problema no es conmigo, es con su Creador».  En gran medida, el papel de visibilización lo está asumiendo su marido, profesor de humanidades y teatro en un instituto. A golpe de naturalidad, ironía y muchos memes, Chasten se ha convertido en todo un fenómeno de Twitter, donde presume de marido ante sus más de 320.000 seguidores. Y entre tanto la candidatura de Buttigieg sigue tomando vuelo: las encuestas le sitúan entre los cuatro primeros, toda una hazaña para un alcalde de apellido impronunciable y completamente desconocido hasta hace dos días.