EL CINE RESCATA A UN PERSONAJE EN LA SOMBRA

El ojeador de grandes genios de la novela

Max Perkins fue algo más que el editor de enormes novelistas estadounidenses del siglo XX. Fue su consejero, amigo y mentor. La película 'El editor de libros' recupera su figura, encarnada en Colin Firth.

El editor Max Perkins, en su oficina.

El editor Max Perkins, en su oficina.

NANDO SALVÀ

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Los amantes de la música conocen el papel esencial que el arreglista musical George Martin desempeñó en la creación del sonido de los Beatles. Entre los del cine es sabida la capital importancia que, por ejemplo, productores como Harvey Weinstein o Kathleen Kennedy han tenido en las carreras de Tarantino y Scorsese, respectivamente. ¿Por qué no son sus homólogos literarios, vitales colaboradores en la gestación de un libro, igual de reconocidos por su trabajo? Los buenos editores ordenan el lenguaje, refinan la prosa, encuentran estructuras narrativas ocultas igual que los escultores convierten bloques de piedra en figuras. Y, pese a ello, han permanecido históricamente en el anonimato mientas los autores con quienes colaboraban se llevaban toda la atención.

Es una injusticia que 'El editor de libros', desde el próximo viernes en los cines, aporta su grano de arena para corregir. En su debut tras la cámara el celebrado director teatral Michael Grandage recuerda al que sin duda fue uno de los grandes talentos editoriales del siglo XX: Max Perkins, héroe editorial que a lo largo de su carrera no solo descubrió a plumas como F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe sino que, en el proceso, desafió los gustos establecidos y revolucionó la literatura norteamericana.

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«Hasta que apareció Perkins, los editores trabajaban de forma mecánica, se limitaban a corregir ortografía y puntuación», explica Grandage. «Él, en cambio, siempre trabajó estrechamente con los autores para perfilar sus obras y ayudarles a alcanzar el mayor número posible de lectores». La asistencia de Perkins fue esencial para que Hemingway desarrollara su estilo sobrio y viril, o que Fitzgerald perfeccionara su elegante fraseo y sus estructuras impecables; sus consejos permitieron enriquecer tramas, cambiar el énfasis de frases y sustituir palabras. «Y no solo les ayudó a sacar lo mejor de sí mismos», asegura Colin Firth, el actor encargado de dar vida a Perkins. «Fue su crítico más severo, su asesor profesional, su psicoanalista, su fiador, su confesor, su consejero sentimental, su amigo».

ABULTADO MANUSCRITO

Para demostrarlo 'El editor de libros' se centra en la relación que el atípico héroe del título mantuvo con Wolfe, a quien interpreta Jude Law. El relato arranca en 1929; Perkins encuentra un día sobre su escritorio un abultado manuscrito que las demás editoriales de Nueva York han rechazado -no creen que valga la cantidad de árboles que sería necesario talar para publicarlo-. Bajo su supervisión, esa enormidad literaria perderá 300 de sus 1.100 páginas originales y, retitulada 'El ángel que nos mira', convertirá al autor en una estrella.

Puede que con el tiempo Wolfe haya caído relativamente en el olvido, pero tras la publicación de 'El ángel que nos mira', recuerda Grandage, «fue considerado el Dostoieveski estadounidense o el nuevo Walt Whitman». Asimismo, aquel éxito convirtió la relación entre escritor y editor en una férrea alianza que en los años siguientes no haría sino afianzarse. Las 5.000 páginas que componían el manuscrito de lo que sería la segunda novela de Wolfe, 'Del tiempo y el río' (1935), llegaron a las oficinas de Perkins en cuatro gigantescas cajas llenas de hojas A4. Dar forma a aquel monstruo llevó dos años infernales durante los que Wolfe seguía vomitando a diario más y más páginas mientras su mentor luchaba por cortar y reordenar esos párrafos y frases y por atemperar a su fiera.

TIRAS Y AFLOJAS

La película nos lo muestra luchando con las palabras como un boxeador con su oponente, al tiempo que el hiperactivo escritor se zambulle en ellas como un nadador en una piscina. Mientras contemplamos los tiras y aflojas entre ambos, queda patente lo que realmente implica el proceso de creación literaria; cómo cada palabra debe ser pesada y medida, y jugosas frases deben ser sacrificadas en pos de la fluidez general. En manos de Perkins, una descripción de los ojos de una mujer deja de ser una interminable parrafada de metáforas para convertirse en la simple constatación de que son azules.

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«Nada podría ser tan importante como un libro», aseguró el editor una vez. Pero lo cierto es que el increíble esfuerzo que invirtió para poner orden en la avalancha de prosa poética creada por Wolfe iba más allá del mero negocio. No solo colaboró con él: literalmente lo adoptó. Se convirtió en el padre del que el escritor nunca antes pudo disfrutar; a cambio recibió algo parecido al hijo varón que nunca llegó a tener -era padre de cinco féminas-, y por eso fue capaz de lidiar con el inflado ego del joven, su alcoholismo crónico y su inestabilidad emocional, rasgos que Law encarna en la película con abandono histriónico. «El problema es que Wolfe no solo no sabía parar de escribir sino que no sabía parar, punto», opina el actor. «Comía demasiado, bebía demasiado, hablaba demasiado. Era, literalmente, demasiado. Al interpretar un papel así es imposible andarse con sutilezas».

SOSPECHAS Y ENVIDIAS

Tras la publicación de 'Del tiempo y el río' la relación paternofilial se resquebrajó de forma irreparable, azotada por dudas, sospechas y envidias. A pesar de los aplausos cosechados por la novela, Wolfe sintió que su obra maestra había sido mutilada. «De hecho, a lo largo de su carrera Perkins siempre se sintió atormentado por ese dilema», indica el guionista John Logan, que ha pasado dos décadas tratando de trasladar a la pantalla la biografía que Andrew Scott Berg escribió hace casi cuatro. «¿Servía su trabajo para mejorar aquellos textos o más bien destruía aquello que los hacía únicos?». Asimismo, Wolfe tuvo miedo de que la crítica y el público decidieran que el principal responsable del éxito de sus libros no era él mismo sino su editor. La película no toma partido en el debate aunque, según los expertos, es notorio el bajón de calidad entre las dos primeras novelas de Wolfe y las otras dos, publicadas tras su prematura muerte sin la participación del que fuera su gran apoyo.

VALOR ARTÍSTICO

Perkins solía decir que los libros pertenecen a quienes los escriben; que un editor no crea nada, que tan solo es la doncella del autor y por tanto debería mantenerse en el anonimato. Resulta difícil saber hasta qué punto eran sus palabras fruto de la convicción o de la modestia, si los autores con los que trabajó habrían alcanzado la inmortalidad y sus obras habrían conseguido la posición cultural que consiguieron sin la intervención de Max Perkins. El editor de libros no trata de responder a eso. Viéndola, eso sí, queda en evidencia el valor artístico y comercial de una profesión que los cambios sufridos por la industria literaria en la era de Amazon, los ebooks y los autores autopublicados han ido transformando.