Ya no soy 'belieber'

El cerebro de Kevin, el fan al que Justin Bieber propinó un puñetazo, y el mío han experimentado la misma sensación de desencanto, aunque paradójicamente ha sido provocada por motivos inversos

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JUAN CARLOS ORTEGA

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El otro día, en Barcelona, Justin Bieber le propinó un puñetazo a Kevin, un fan que decidió tocarle la cara a través de la ventanilla del coche en el que viajaba su ídolo. El muchacho agredido le dijo a Julia Otero en su magnifico programa de Onda Cero que está decepcionado con el cantante y que el caso ya está en manos de abogados.

Para que se produzca una decepción es necesario que exista previamente un sentimiento positivo. Es algo perfectamente obvio. Kevin sentía afecto y admiración por Justin Bieber y el puñetazo en la cara le hizo cambiar de opinión. Antes de la agresión, el fan tenía en su cabeza un conjunto de idas relacionadas con el cantante que fueron desalojadas violentamente en el momento del impacto.

El cerebro de Kevin y el mio han experimentado la misma sensación de desencanto, aunque paradójicamente ha sido provocada por motivos inversos. Yo no había oído hasta ayer ninguna canción de Bieber, o al menos no de un modo consciente. Todo lo que sabía de él estaba relacionado con su extraño comportamiento fuera del escenario. Para mí, Justin era ese chaval de férrea fragilidad que se levantaba en medio de las entrevistas para largarse sin decir adiós a nadie, o el que respondia de modo irónico a las tontísimas preguntas de sus interlocutores, casi siempre llenas de dolorosos tópicos. Su forma de comportarse me resultaba admirable, me caía bien el muchacho, porque veía en él a alguien capaz de burlarse de los lugares comunues, de todo aquello que se esperaba de él, sin importarle perder cariño, seguidores o compradores de discos. Incluso (y créanme que no me siento orgulloso de ello) no me pareció del todo mal el puñetazo que le propinó al tipo que se creía con derecho a violar su privacidad introduciendo la mano en la ventanilla del coche.

Ahora sé que estaba terriblemente equivocado. Desde anoche, ya no soy 'belieber'. Al leer la noticia de la agresión a Kevin, estuve navegando un rato por internet y acabé curioseando en páginas en las que jamás debería haber entrado. ¡Vi vídeos en los que el artista interpretaba sus canciones! No me lo podía creer. Hubiera jurado que él no era así. Presencié, por primera vez, la auténtica cara de Justin. Dios mio, les puedo asegurar que aquello fue terrible. ¡Qué equivocado había estado! El chico que me despertaba simpatías por su irreverencia, por su valentía inconsciente, se mostró ante mí con su verdadero rostro; el de un tipo que, con voz melosa y cara de niño bueno, decía cosas tan cursis y convencionales como: «No necesitamos alas para volar, oh, no, no. No necesitamos alas; solo toma mi mano», y también: «Mantengámonos unidos, nena, sonriendo, aunque tu corazón esté triste».

¿Cómo pude haber estado tan ciego? Justin me había engañado. Sus letras me golpearon la cara con la misma fuerza que su puño atizó el rostro del joven Kevin. Y, como el fan violentado, yo también sentí una profunda decepción. Para mi desgracia, sin embargo, no puedo hacer como él y poner mi caso en manos de abogados, porque las agresiones generadas por letras de canciones no están contempladas en el código penal.