Guerrillera hasta el final

La expresidenta de Brasil afronta su dramático desenlace político y su destierro en Porto Alegre, junto a su familia, manteniendo el carácter duro e inquebrantable que la llevó a luchar desde su más tierna juventud por devolver la democracia a su país.

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El día que una desarreglada mujer en la cincuentena se coló en una de las reuniones de campaña del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, allá por el año 2002, algo cambió para siempre en la historia de Brasil. Aquella economista con fama de inquebrantable, que no prestaba demasiada atención a su imagen y que jamás se alejaba de su pequeño ordenador portátil parecía ser la ministra de Minas y Energía ideal en el primer gobierno progresista de la joven democracia brasileña. Así es como nació el binomio compuesto por Lula y Dilma Rousseff, o Dilminha como le gusta llamarle su mentor político, que estaba destinado a guiar durante 13 largos años a los gobiernos de la nueva izquierda de América Latina lejos de la fracasada doctrina neoliberal del Fondo Monetario Internacional (FMI).

A sus 68 años y en lo más alto de su carrera política, la primera mujer presidenta de la República de Brasil, un hecho histórico en uno de los países más machistas del mundo, tuvo que soportar la humillación de ser destituida mediante proceso de 'impeachment' que ella misma ha calificado de «ruptura de la Constitución» y «golpe de Estado». Sus últimas palabras desde el Palacio de la Alvorada, el lujoso edificio del arquitecto Oscar Niemeyer que habitó ininterrumpidamente desde 2011, dieron muestra de porqué la ya expresidente brasileña era llamada la dama de hierro de Brasilia. «El mar de la historia es agitado. Las amenazas y las guerras tendremos que atravesar. Las romperemos por la mitad, cortándolas como corta una quilla», recitó Rousseff echando mano de un oportuno poema del ruso Vladimir Maiakovski o 'el poeta de la Revolución'.

INFANCIA ACOMODADA

Quien conoce a Dilma Rusev, el verdadero apellido de su padre, el abogado búlgaro Petar Rusev, no puede sorprenderse con sus últimas palabras.Tras una acomodada infancia en Belo Horizonte, en la que no faltaron hasta tres empleadas domésticas y clases de piano dos veces por semana, una adolescente Dilminha descubrió el apasionante mundo de la política. El golpe de Estado de 1964 causó un fuerte impacto en su juventud y, a los 17 años, ingresó en la organización revolucionaria marxista Política Operaria (POLOP). Fue allí donde conoció a su primer gran amor: el militante comunista Cláudio Galeno, con el que se casó tres años después en un juzgado a pesar de la férrea educación católica de Rousseff.

STELA, WANDA, LUISA...

Ese mismo año, en 1967, la joven ingresaba en la facultad de Economía de Universidad Federal de Minas Gerais y, de paso, se unía a las filas del Comando de Liberación Nacional (COLINA). El periodo guerrillero de Rousseff marcará el resto de su vida. En 1968 el Servicio Nacional de Informaciones (SNI) recibe el primer informe en el que aparece una renegada estudiante de economía que estaría detrás del inicio de «una guerra revolucionaria en el país». Con la policía de la dictadura militar pisándole los talones, Rousseff ingresó en la Vanguardia Revolucionaria Armada (VAR), donde conoció a su segundo y último compañero: el guerrillero Carlos Araújo, pasando a la clandestinidad bajo los pseudónimos de Stela, Wanda, Luísa, Marina y Maria Lúcia hasta su definitiva detención en la 'Operación Bandeirantes' de enero de 1970.

Durante 22 días y noches la joven guerrillera sufrió la tortura, los electrochoques, los golpes y las amenazas de violación de los carceleros. Aunque consiguió la libertad después de tres años en la cárcel las secuelas de su cautiverio le acompañaron durante toda la vida. La imagen de su juicio ante un tribunal de la dictadura militar, en la que permanece con la cabeza alta mientras quienes le juzgan ocultan sus rostros, se convirtieron en los últimos meses en un símbolo de la lucha contra «el golpe de Estado» en Brasil y su lema 'Corazón valiente', el mismo que utilizó en la campaña presidencial de 2014 y que le valió 54,4 millones de votos, cobró más sentido que nunca. Ni siquiera un inoportuno linfoma en 2009, con meses de quimioterapia que le obligó a usar peluca, le impidió proclamarse presidenta dos años más tarde.

Quizá ese carácter inquebrantable, ese compromiso a muerte con las ideas y esa profunda vena tecnócrata fueron los detonantes del dramático fin de Rousseff en el alocado mundo de la política en Brasilia. Despojada de su poder de antaño, la presidenta guerrillera tuvo que aceptar a regañadientes el veredicto de los 81 senadores y preparar su mudanza del Palacio de la Alvorada. Su hija Paula y sus nietos, Gabriel y Guilherme, la esperan en Porto Alegre. Por ironías del destino, la ciudad que una vez le sirvió para escapar de las garras de la dictadura militar, será ahora su lugar de destierro tras ser traicionada por la misma democracia que ayudó a consolidar.