Ladra, luego escribo

Isabel Preysler le ha regalado un gran danés por su 80º cumpleaños. Desde Virgilio, la historia documenta que la compañía del animal incita a la literatura.

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NÚRIA NAVARRO

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Isabel Preysler podía haber regalado a Vargas Llosa una pirámide de Ferrero Rocher o una bañera biplaza de Porcelanosa. Pero la 'socialite' filipina es una mujer lista y le ha ofrecido un gran danés. El Apolo de las razas caninas. Un perrazo noble –propenso a la torsión gástrica, eso sí– que pega en toda biblioteca. Con el can, de algún modo, la novia le ha venido a decir: "Tranquilo, Mario, que no todo será postureo de 'photocall', que sé que lo tuyo es escribir". Porque la relación escritor-animal tiene una larga tradición.

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"C\u00e9line, como el autor franc\u00e9s maldito","text":"\u00a0 Si ha sido Vargas Llosa quien ha bautizado al gran dan\u00e9s, \u00bfqu\u00e9 significa la elecci\u00f3n del nombre de C\u00e9line, el hura\u00f1o de estilo brutal y sin embargo melodioso, el panfletario antisemita? En un art\u00edculo \u2013y escribi\u00f3 varios sobre \u00e9l\u2013 le defendi\u00f3 cuando Mitterrand decidi\u00f3 desterrarlo del pante\u00f3n de hombres ilustres.\u00a0"}}

SOLEDAD COMPARTIDA

Veamos. La escritura exige soledad, pero demasiada, aplatana. Así que la presencia de un ser que no habla ni interrumpe y que apuntala el ego con su mirada devota reconforta e inspira. Científicos de la Universidad Azabu, en Japón, explican que un cánido cerca aumenta el nivel de oxitocina, la hormona del placer. Lord Byron, por ejemplo, los prefería a sus congéneres. "Cuanto más conozco a los hombres más  quiero a mi perro", dicen que dijo el poeta inglés, un tipo poco empático que prodigó toda clase de atenciones a Boatswain, el terranova que enterró con honores en Newstead Abbey. De tropezarse con la Preysler, igual se desdecía.

AJENOS AL GRAN FINAL

Hay hipótesis más avanzadas. Soledad Puértolas, tardía amante de los chuchos, sospecha que la clave está en una frase de Paul Valéry: "Los animales, que nada inútil hacen, no meditan sobre la muerte". En el libro 'Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales' (Errata Naturae), la aragonesa deduce: "Si no piensan en la muerte, no piensan en nosotros; que en el fondo es lo mismo". Están ahí. Sin juzgar. Exhortando al amo a vivir ajeno al gran final. Eso, siendo un octogenario, es de agradecer. Y rizando el rizo, los perros representan una mirada al mundo desde más abajo y, a la vez, más arriba. Un ángulo que exploró Franz Kafka en 'Investigaciones de un perro' y que siempre le ha venido bien a toda ficción.  

Pero, pese a que los citados científicos japoneses juran que solo los perros procuran tanto beneficio, están los partidarios de los gatos. El poeta simbolista Jules Laforgue decía que los perros son "planos, sirvientes, panaderos", y los gatos –como su amado Mürr– eran "profundos, brahmanes y espadachines". Encabezan el bando del maullido Ernest Hemingway, que llegó a tener una treintena de felinos, entre ellos Dillinger, Hermano Solitario o Casa de Pelo; y T. S. Eliot, dueño de Patitas, Noilly Prat y Jorge Matadragones, cuyos versos inspiraron el musical 'Cats'. Le siguen Julio Cortázar, que rescató uno negro de un basurero provenzal y le llamó Teodor W. Adorno; y Fernando Sánchez Dragó  y su inseparable Soseki, minino decapitado por él mismo al activar un montacargas.

LOS RARITOS

Y están los que prefieren animales raritos. Virgilio se enamoró de una mosca y gastó en su funeral el equivalente a un millón de dólares. Gérard de Nerval paseó una langosta por París (sí, le encerraron en un sanatorio en 1841). Charles Dickens eligió a un cuervo, Grip, como mascota. Los Bowles, Paul y Jane, compraron en Costa Rica un loro poco locuaz, Budupple. Y Dorothy Parker acomodó a dos crías de cocodrilo en su bañera para horror de su asistenta. Todo por la escritura.