40 AÑOS CON, 40 AÑOS SIN

Capital sin transición

Algunos apellidos de la élite económica del franquismo -por título, adicción al régimen o servicios prestados- dieron el salto a la democracia con decisión pero sin rendir cuentas. Nadie se lo pidió nunca. Una porción de sus herederos están hoy bajo la lupa de la justicia.

NÚRIA NAVARRO

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Los apellidos Botín, Villar Mir, De Oriol, Entrecanales, March, Carceller o Benjumea figuran en los consejos del Ibex 35 como sus antepasados -o ellos mismos- nutrieron la lista de las 100 familias más ricas de España durante la dictadura. Muerto Franco, se adaptaron a los tiempos, pero «en ningún momento se castigó el franquismo», reconoce Francesc Cabana, fundador de Banca Catalana junto a Jordi Pujol, su cuñado, y uno de los grandes historiadores de la economía de la época.

«Una buena parte de la élite de hoy son herederos de colaboracionistas y otra, de funcionarios del franquismo», dice el empresario Xavier Roig, citado en el libro El franquisme no marxa, de Lluc Salellas Vilar. Y un buen número de aquellos patronos, según el periodista Antonio Maestre, «usaron mano de obra forzada, otros se aprovecharon de la represión de sus competidores [desafectos] y otros más se lucraron gracias a la cercanía con Franco». Cabana asegura que hasta 1959 la política económica de Franco «fue estúpida y perversa», en especial la marcada en las empresas del INI capitaneadas por Juan Antonio Suanzes. Como los precios de las materias primas y los sueldos eran fijos, «la corrupción era total». Gran parte de las fortunas engordaron a base de estraperlo. Los concursos de obra pública estaban fuera de control -Ferrovial, de Rafael del Pino, por ejemplo, «los ganaba todos»- y a menudo se otorgaban a dedo. «La cosa cambió con la entrada de los tecnócratas del Opus Dei -explica Cabana-; se racionalizaron criterios y se inició un proceso de liberalización económica».

El ejemplo más escandaloso de aquella primera época «perversa» fue la construcción del Valle de los Caídos, adjudicada a las empresas San Román (filial de Agromán), Estudios y Construcciones Molan, y Banús. Las tres, junto a la constructura Huarte y Cía, que se unió en 1952, se repartieron un pastel de 2.421 millones de pesetas sin remordimiento de conciencia por los «20.000 presos republicanos» que trabajaron en condiciones penosas, enumera Rafael Torres en Los esclavos de Franco.

¿Qué fue de aquellos empresarios? La constructora Huarte se fusionó en 1998 con Obrascón, y un año después se incorporó el grupo empresarial Laín, conformando la constructora Obrascón-Huarte-Laín (OHL), una de las compañías que ha conseguido el contrato del AVE de la Medina a la Meca, y una de las que aparecieron en los papeles de Bárcenas como donantes al PP. El presidente del grupo es Juan Miguel Villar Mir -vicepresidente del Real Madrid con Mendoza-, en cuyo expediente figuran el haber sido director general de Empleo (1964) y presidente del Fondo Nacional de Protección del Trabajo (1967).

José Banús, por su parte, construyó barrios obreros para Franco e inauguró en la Marbella de 1970 el puerto deportivo que lleva su nombre. Su sobrino, el promotor inmobiliario Antonio Banús Ferrer (1948) es un premiado bodeguero (El Carabal) y gestor del Hotel Mirasierra Suites

-donde se concentra el Real Madrid- que tuvo que rendir cuentas en el caso Emperador, la red de blanqueo desarticulada que dirigía Gao Ping.

Pero el negocio del Valle de los Caídos no fue el único bochornoso. Las metalúrgicas Múgica y La Maquinista Terrestre y Marítima; las mineras Carbones Asturianos y Minera Industrial Pirenaica o las constructoras Sociedad Constructora Ferroviaria o Ibérica de Construcciones y Obras Públicas se beneficiaron de mano semiesclava. Un abuso que no ha sido mentado por los sucesores, ya impecablemente demócratas, José Manuel Entrecanales, de Entrecanales y Távora (Acciona) o Gonzalo Ferré, de ADIF.

Viejas y nuevas familias

Casas de abolengo como la de Alba salieron beneficiadas con la etapa franquista hasta que parecieron demasiado monárquicas. Pero también germinaron las familias nuevas que fundaron empresas de éxito al amparo del régimen o que emparentaron por vía matrimonial con las viejas familias adineradas. Martí Marín, profesor de Historia Contemporánea de la UAB, da ejemplos: «La familia Matutes en Eivissa (turismo), hoy adscrita al PP balear, es hija del régimen; los Fabra de Castellón, y en Catalunya, Valls-Taberner (Banco Popular), Porcioles (de notario a millonario) y Samaranch (de pequeño empresario a La Caixa y el COI)».

La Transición tensionó a la élite. «No lo veíamos nada claro», confiesa Francesc Cabana. Asesinaron a José María Bultó, presidente de la química Cros, en 1977, y a Joaquín Viola, nefasto alcalde de Barcelona, en el 78. Los sindicatos no estaban organizados y había huelgas salvajes, «como la de Bimbo, que duró 40 días y Daniel Servitje, el propietario, se fue a México» (sus nietos han vuelto a comprar).

Llegó el momento de la puerta giratoria, del salto de muchos del sector público al privado. El periodista Alejandro Torrús explica en el artículo Del Valle de los Caídos al Ibex 35, que «de los 119 ministros de Franco, 22 de ellos se sentaron en 29 consejos de administración de importantes entidades bancarias; nueve en bancos oficiales y cuatro en cajas de ahorros». Y sus herederos siguen aquí. Nemesio Fernández Cuesta, hijo del que fuera ministro de Comercio en el penúltimo Gobierno de Franco, ocupó hasta el pasado febrero la dirección de Repsol; y Rodrigo Rato, hijo de Ramón de Rato, hombre de confianza de Millán Astray, fue vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía de Aznar y de Bankia, ahora investigado.

Catalunya, otra cosa

Francesc Cabana asegura que si bien todos los empresarios catalanes firmaron la adicción al Movimiento, «muy pocos eran franquistas de corazón». Y cita a Mariano Calviño, uno de los 40 de Ayete [consejeros de Franco], que fue presidente de la Sociedad de Aguas de Barcelona (1963), y a Francisco Godia, de Iberpistas y Cros, y «hasta su muerte tuvo una foto del testamento de Franco enmarcado en el despacho». Hoy su hija Liliana, accionista de Abertis, es una de las mujeres más ricas de Catalunya. Otro franquista virtuoso fue Demetrio Carceller(1884-1968), fundador de Campsa, ministro de Comercio de Franco (1940 y 1945) y colaborador de Hitler. Su hijo Demetrio presidió el Banco Comercial Trasatlántico y su nieto, «absolutamente demócrata», es el dueño de Damm.

Hubo también los que hicieron de puente entre el franquismo y el empresariado catalán, una especie de facilitadores, como Andreu Ribera Rovira, que unificó las cámaras de comercio de Barcelona en 1967. «Iba a menudo a ver a Franco y, a la vez, era íntimo del abad Escarré».

Y tras el hundimiento del textil en 1968, la alta burguesía se quedó con el patrimonio, pero el poder cambió de manos. «Si repasamos la lista de las primeras 25 fortunas de Catalunya, solo siguen en pie cinco», señala Cabana. Los Fainé, (La Caixa), Oliu (Banco Sabadell), Gabarró (Gas Natural), Alemany (Abertis y Saba) y Brufau (Repsol) ya son directivos puestos por el accionariado. Y sus agendas, a diferencia de las de los directivos de Madrid, «no tienen teléfonos directos de ministros ni secretarios generales».