testigo directo

Incógnitas y verdades del cine X

La industria del porno mueve unos 57.000 millones de euros. Solo los vídeos generan más dinero que los ingresos de las franquicias del fútbol profesional, el béisbol y el baloncesto juntos. La española Amarna Miller (Madrid, 1990), actriz porno aclamada en el sector, explica los entresijos del negocio y pone el foco sobre sus abusos. Ella, licenciada en Bellas Artes, se introdujo en el gremio porque, asegura, siempre ha sido «exhibicionista» y le ha «interesado explorar las fronteras de la sexualidad». Pero solo hace lo que le gusta y con quién le apetece. En estas líneas, llama a los trabajadores sexuales a unirse para resolver problemas comunes que van desde la gestión de las emociones hasta los derechos laborales.

de calle.  La actriz Amarna Miller toma un capuchino en Madrid, en un alto tras varias semanas de rodaje.

de calle. La actriz Amarna Miller toma un capuchino en Madrid, en un alto tras varias semanas de rodaje.

AMARNA MILLER

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Estoy en Lanzarote, recostada sobre una roca lisa de color oscuro en mitad de la playa y luchando por no sucumbir al sueño. Sigo dando cabezadas hasta que decido tumbarme junto a Linda y Nick, que están a mi lado ya medio dormidos.

Está siendo un día largo. Nos hemos levantado a las 6.30 de la mañana para poder venir hasta la Playa Blanca antes de que los turistas, lugareños y curiosos hagan aparición. Aunque estamos a principios de diciembre, el tiempo es lo suficientemente bueno como para poder retozar desnudos sobre los guijarros negros sin morirnos de frío, y hemos aprovechado que el cielo ha escampado, después de cuatro días de chaparrón, para coger las furgonetas y plantarnos en este lugar paradisiaco dispuestos a rodar dos vídeos de sexo explícito sobre la orilla.

Hace un par de horas que he acabado mi escena de hoy: un lésbico romántico y un tanto empalagoso con la pelirroja Linda Sweet en el que paseamos por la playa ondeando al viento telas de fantasía mientras nos besamos al ritmo de las olas. Aún con los ojos entrecerrados por el sueño, puedo vislumbrar al equipo de grabación al otro lado de la playa, haciendo la que será la introducción de la otra escena que tienen que grabar hoy: Rosaline Rosa caminando sobre las piedras mientras la espuma del mar baña sus pies descalzos. Mientras tanto, su compañero de escena, el escocés Nick Wolanski, descansa a mi lado después de haber acabado la parte de sexo. Linda viene de la República Checa, como la gran parte del equipo, y apenas sabe hablar inglés. Tiene la cara surcada de pecas y con tan solo 21 años ya es famosa en la industria por hacer triples penetraciones anales. Pero hoy no toca grabar sexo extremo. Nuestro vídeo culmina con un par de orgasmos reales sobre las piedras del acantilado, todo grabado a cámara lenta.

La estética cuidada y el alto nivel técnico de esta producción son dignos de SexArt, la compañía pornográfica norteamericana que se vanagloria de ofrecer a sus usuarios «el arte de la experiencia sexual». Nada más y nada menos que calidad cinematográfica aplicada a la grabación de escenas sexuales. El equipo lleva viviendo en la isla algo más de un mes mientras rueda su última producción: 85 escenas de sexo que serán publicadas a lo largo del año en la página web de SexArt.

Aunque hemos hecho algún rodaje en exteriores, la mayoría de los vídeos se graban en la villa alquilada para la ocasión: un chalet blanco y gigantesco donde se alojan las ocho personas encargadas de la grabación (tres operadores de cámara, un fotógrafo, el técnico de sonido, la maquilladora -que hace las veces de cocinera-, la jefa de producción y el director) y los actores y actrices, que venimos en grupos de nueve personas durante periodos de cinco días. Si estáis haciendo números, os daréis cuenta de que la cifra es astronómica: 36 actores y actrices han pasado por esta misma casa, permitiendo que no se repitan las parejas y haya más variedad de participantes en las escenas. Yo pertenezco al último grupo: cuando nosotros nos vayamos se habrá acabado la producción, y todo el equipo volverá a Praga en las dos furgonetas que han traído repletas de cámaras, trípodes, pantallas y reflectores.

El ambiente de la casa me recuerda al de los campamentos de verano: hay risas, juegos comunes y cada uno se dedica a leer, dar paseos por la playa y bañarse en la piscina hasta que le toca rodar. Un par de chicas juegan a las cartas en la terraza de arriba, otros están reunidos en el salón mientras ven Guardianes de la Galaxia. Yo estoy en el jardín leyendo a Thomas de Quincey mientras me pregunto cómo narices ha llegado mi vida hasta este punto.

Dos chicos y siete chicas de entre 18 y 28 años, todos trabajadores sexuales, esperando a nuestro turno para entrar en el cuarto que corresponda y grabar una escena de sexo tórrido y pasional con alguno de nuestros compañeros. Contra todo pronóstico, cuando acaba el rodaje impera un aura de colegueo estudiantil, en vez de la orgía de cuerpos jóvenes con hormonas desenfrenadas que estáis imaginando: ponemos toda nuestra energía en las escenas así que, cuando se apagan las cámaras, no tenemos ganas de más. Personalmente, el dedicarme a una industria en la que tengo sexo casual casi a diario hace que detrás del objetivo busque otro tipo de interacción: las caricias, el calor humano, los cuerpos abrazados. Y también el sexo, claro. Pero siempre desde el punto de vista de la conexión emocional, no solo carnal. Para eso ya tengo el porno.

Cada noche, el director cuelga con un imán en el frigorífico la lista de vídeos que tenemos al día siguiente, con los horarios y las escenas que debe hacer cada uno. A las 8.30, maquillaje; a las 9.30, fotos; a las 10.30, una pausa para desayunar; a las 11.00, un trío lésbico con Linda, Kari y la rusa Gina Gerson. Perfecto. Abro el frigorífico y me cojo un yogur.

Sin embargo, los rodajes no son siempre de color de rosa, en especial cuando te llaman para rodar desde la capital del porno europeo: Budapest. Y es que la ciudad húngara se ha convertido en el epicentro de las grabaciones explícitas del continente, con más de 10 escenas simultáneas rodadas cada día, a veces más, dependiendo de la época del año y las condiciones de la industria.

La cantera de chicas del este (especialmente húngaras, checas y rusas, físicamente espectaculares y que acceden a grabar por una miseria) provee de actrices a un negocio que mueve millones y necesita caras nuevas cada día. Otras, las menos, venimos de rincones más lejanos, principalmente España, Francia, Holanda y Reino Unido.

El flujo de modelos es controlado de forma prácticamente dictatorial por dos únicas agencias, que se encargan de poner en contacto a las compañías con las chicas. Trabajar como freelance en Budapest no es posible (yo misma lo intenté infructuosamente durante un tiempo, hasta que al final cedí y también me puse bajo las órdenes de un agente) y las productoras se niegan a contratarte si no tienes un mánager que lleve tu imagen. Se crea así un monopolio mafioso en el que las agencias tienen el control absoluto de la industria, y tú como modelo pasas a ser un trozo de carne comercializado al mejor postor. Las actrices se hacinan en apartamentos controlados por el agente de turno en los que cada una paga de 15 a 20 euros diarios por tener una cama y sitio donde dejar su maleta mientras ruedan durante el día. Aparte, hay que pagar un 15% de las ganancias de tus rodajes. ¿Y cuánto se cobra por escena? Un vídeo heterosexual permite a la chica embolsarse un mínimo de 450 euros, que se reducen a 300 euros en el caso del chico. Los pagos y tarifas, sin embargo, dependen muchísimo de la empresa con la que estén trabajando, dónde se grabe, cuáles sean las prácticas y cómo de famosos sean los participantes. Lamentablemente, prima la desinformación y hasta el último momento (probablemente la noche antes de la grabación) no sabes qué tipo de escena tienes ni para qué compañía.

Por desgracia, la única opción posible si quieres trabajar con las grandes productoras es ceder a las presiones de la industria. No son raros los casos en los que te contratan para una escena y en el último momento te avisan de que lo que tienes que hacer es algo completamente diferente.

Los abusos existen, y en muchas ocasiones las relaciones de poder te ponen inevitablemente en una situación de inferioridad respecto a la agencia, el productor y la compañía. La solución directa es acudir a los rodajes estando siempre alerta y pendiente de que no te intenten engañar, siempre con un «no» en la punta de la lengua. Aprender a rechazar los trabajos que no encajan con la dirección que quieres que tome tu carrera es uno de los principales pasos para empezar en esta industria. Pero si no tienes esto claro desde el principio, acabarás haciendo anales, gangbangs [sexo con varios hombres a la vez] y bukakes [numerosas eyaculaciones sobre una mujer] en tu segunda escena instigada por el despotismo de las compañías y la agencia.

Personalmente, opino que este negocio sería infinitamente más seguro si existiesen convenios y leyes que regulasen el trabajo sexual y protegiesen a los actores y las actrices de los atropellos. Yo propuse, sin muchos resultados, la creación de un grupo de apoyo entre actores y actrices porno que nos permitiese como mínimo encontrar solución a los problemas e interrogantes que todos los que trabajamos en este negocio sentimos y padecemos: ¿Cómo gestionar un rodaje complicado? ¿De qué forma se puede mantener una relación estable cuando trabajas vendiendo tu cuerpo? ¿Cómo protegernos del desamparo legal? ¿Después de dedicarte a la pornografía, las relaciones sexuales que tienes en tu intimidad han cambiado? Esas y otras tantas preguntas se quedan en el aire sin nadie que pueda encontrar una solución. Tal vez vaya siendo hora de que los trabajadores sexuales nos unamos y dediquemos nuestro esfuerzo a resolver los problemas comunes. Porque si no nos ayudamos entre nosotros, no lo va a hacer nadie, y esta es la única forma que tenemos para luchar por nuestros derechos.