CIENCIA

Los relatos salvajes de Jane Goodall

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Alma es una nueva manera de hablar de lo social. Con actitud y optimismo. Desde la diversidad. Y a partir de las historias de la Obra Social La Caixa

Jane Goodall viaja por el mundo 300 días al año pidiendo a la gente que acude en masa a escucharla que cuide de su entorno. Científica, activista y una de las mayores expertas en chimpancés del mundo, Goodall cree que aún estamos a tiempo para devolver a nuestros hijos la tierra que les hemos cogido prestada en mejores condiciones de las que está ahora. Cada pequeño gesto cuenta y las decisiones individuales conscientes son la clave que nos ayudará a conservar la belleza de la biodiversidad terrestre.   

Jane Goodall, con casi 85 años, viaja, incansable, explicando la importancia de respetar nuestro planeta y a todos los seres vivos con los que lo compartimos. “¿No os parece raro que la criatura más intelectual que jamás haya pisado este planeta esté destruyendo su única casa?”, nos interpela. Esta mujer menuda hace llorar de emoción a su audiencia.

El pasado 13 de diciembre Jane Goodall volvió a visitar CosmoCaixa y nos habló de sus 58 años de investigación de los chimpancés en África. Niños y mayores tenían los ojos fijados en ella, mientras contaba su vida como una retahíla de aventuras, descubrimientos, amor y suerte.

Los descubrimientos de Goodall

Goodall es lo más parecido a una estrella de rock que tiene la ciencia. Dice que se le cansa la voz, que a su edad algo tenía que perder, y también nos recuerda que es una especie de desesperación la que no le permite dejar de rodar por el mundo con su activismo, acompañada siempre de Mister H, su chimpancé de peluche. La doctora Goodall tiene claro que no puede retirarse hasta que el mundo esté a salvo.

Cuando era pequeña, la londinense llenaba su cuarto de tierra cuando invitaba a los gusanos del jardín a pasar un rato con ella. Su perro Rusty fue el primero que le enseñó que los animales tienen emociones y una vez, con cuatro años, se escondió en un gallinero, armada de paciencia y sigilo, hasta que vio como una gallina ponía un huevo. A Goodall le fascinaban las vacas, los caballos y los cerditos. Ella vino al mundo con este amor por los animales y su curiosidad hizo el resto. Estaba naciendo una científica. Y ya nunca jamás dejó de devorar libros de animales y de Tarzán, y de pasearse por el Museo de Historia Natural de Londres.

Ya en África, su empeño y conocimiento práctico junto con su don con los animales convencieron al paleontólogo y arqueólogo keniano Louis Leakey de que aquella mujer de 26 años que nunca había pisado la universidad y que no sabía qué era la etología —el estudio del comportamiento animal— era la persona adecuada para investigar la conducta de los chimpancés en África y descubrir si veníamos de un ancestro común. Y, aunque los primeros meses fueron muy frustrantes, porque los primates huían al verla, poco a poco le perdieron el miedo, y empezó a ponerles nombre (David Greybeard, Goliath, Gigi, Flo) en lugar de asignarles un número en sus estudios.

Goodall probó a la descreída comunidad científica de su tiempo, gracias a las grabaciones de Hugo Van Lawick, que los chimpancés, igual que los humanos, crean herramientas para abastecerse de comida. Descubrió que ellos también tienen personalidad y son capaces de tener pensamiento racional y emociones como la alegría, la tristeza o la ira. Observó abrazos, besos, palmadas en la espalda y cosquillas, como evidencia de las relaciones afectivas entre miembros de una misma familia o comunidad. Sugirió, en definitiva, que no somos tan diferentes. “Fueron los días más geniales de mi vida. Podía pasarme horas sola en la selva. Fue cuando empecé a aprender que toda la vida en la selva está interconectada”, cuenta Goodall.

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