Con el baúl de la Concha Piquer a cuestas

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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Concha Piquer (1906-1990) no fue una ciclista sino una de las más importantes artistas del siglo pasado, que llevó la copla entre sus baúles, inmensos, mientras se movía por medio mundo. En una época donde la gente en España no viajaba como ahora, sin vuelos de bajo coste y sin plataformas donde puedes coger un hotel minutos antes de ocupar la habitación, el mito de los baúles de Piquer se aplicaba a cualquiera que se desplazara más allá de la visita veraniega a su localidad de origen.

El maletero de un coche de la Vuelta sea el de un seguidor o el de un equipo se llena de maletas y muchas veces es refugio de bolsas, antes de plástico y ahora de tela, con la ropa sucia, porque lavarla se convierte en todo un hito.

Hace muchos años, cuando no había nacido ninguno de los participantes de la carrera y sus padres, con alguna rara excepción, eran unos chavales, los corredores llegaban a la habitación de su pensión y lavaban su propia ropa de competición en el baño. Las ventanas de la habitación, el balcón o la terraza, si había, se convertían en una especie de tendedero de ‘maillots’ y ‘coulotes’ que se secaban sin problemas cuando la noche era cálida.

Maletas abiertas

Ahora dile a un corredor que debe lavar la ropa a mano, aunque hay algún ciclista que tiene la manía de no querer que sus prendas vayan a una de las lavadoras instaladas en los autobuses del equipo. Tadej Pogacar, por ejemplo, desea que se ocupe de ello uno de sus masajistas.

Lo peor ocurre cuando cambia el tiempo de repente y casi sin avisar. Los aparcamientos de los coches acreditados instalados en la zona de meta de las etapas se llenan de maletas abiertas en el suelo donde se busca el auxilio de un chubasquero o unos pantalones cortos, si el cambio es del frío al calor.

El calor de los masajistas

Los ciclistas tienen cada uno de ellos su maleta, el baúl de los corredores, que encuentran perfectamente colocada por los masajistas en la habitación que les corresponde en cada etapa. Los masajistas son algo así con los padres de adopción de los ciclistas en la Vuelta. A ellos confiesan penas y alegrías, y no sólo de la carrera, antes de que se queden medio dormidos en la camilla mientras el auxiliar trata de recuperar sus músculos para el ejercicio del día siguiente.

Las maletas de los corredores se agrupan junto a la de los directores y se colocan en el camión mecánico que viaja con los baúles de un hotel a otro sin pasar por la ruta ciclista, a la caza del camino rápido que marca la autopista de turno.

Pero los coches se llenan de bolsas, con las mochilas de los ciclistas, con las neveras llenas de botellines, con cajas de barras y geles, que se reparten entre los ciclistas cuando uno de los corredores se rezaga y baja hasta el coche. Hasta se está perdiendo la costumbre de que sea el gregario, antaño doméstico, el que se emplee en esta función porque ahora, si se acerca al coche, al líder no le duelen prendas a la hora de refrescar a los compañeros.

Tres semanas de movimiento

Los baúles de la Piquer se agrupan cada mañana en los hoteles ocupados por los miembros de la organización; uno de sus compañeros, el encargado de la furgoneta correspondiente, los coloca en el interior del vehículo para ir como el camión de los equipos de hotel a hotel y tiro porque me toca.

Y así cada día, durante tres semanas. Si se les pregunta a los auxiliares de un equipo siempre responderán que prefieren hacer kilómetros extras y estar varias noches en un mismo hotel que moverse de un establecimiento a otro con el reto de hacer más kilómetros que el baúl de la mítica Concha Piquer.

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