EL TOURMALET
Cuando se necesita un máster para ducharse

Tourmalet por Sergi López Egea


Sergi López-Egea
Sergi López-EgeaPeriodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. He seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Ahora que parece que tras la tempestad en Catalunya vuelve la calma a la Vuelta permitidme poner los puntos sobre las íes en dos aspectos que enloquecen a cualquier enviado especial que recorre media Europa al son de las bicicletas. No hay nada peor que se desprogramen las tarjetas de las habitaciones de los hoteles o el auténtico examen de doctorado que supone encontrar el agua caliente en la ducha. ¿Por qué no habrá una unificación de criterios?
Hace muchos, muchos años, cuando Miguel Induráin era un aspirante al Tour de Francia o un ciclista que quería destacar en la Vuelta uno llegaba a un hotel en cualquier capital de provincia y le entregaban una llave que pesaba lo suyo, acompañada casi siempre de una especie de peluca donde estaba inscrito el número agraciado. La llave se colocaba en la cerradura, la de toda la vida, se giraba y aleluya ya estabas dentro del refugio donde uno podía descansar, aunque no hubiera wifi, sólo un televisor que, ahora, permanece apagado mientras el ordenador lanza chispas hasta que se cierran los ojos.
Desprogramadas
La llave nunca fallaba y era imposible olvidarla porque ocupaba lo suyo. Ahora los hoteles tienen tarjetas, como si fueran de crédito que abren las puertas de las habitaciones por arte de magia. Ojalá fuera así, ya que fallan casi siempre como escopetas de feria. Es entonces cuando tienes que coger el ascensor, bajar a recepción y pedir una tarjeta de recambio. Y hasta parece que muchas veces te den la culpa por haberla colocado al lado del móvil, artilugio maldito que anula las llaves de las habitaciones y que te hace perder un tiempo de oro entre que te cabreas porque no abre la habitación, respiras profundo y te acercas a la recepción con cara triste y cansada, cogen la tarjeta de turno, la colocan en una especie de chistera y te dicen que no te preocupes, que regreses al ascensor, subas a tu piso y con un poco de paciencia en pocos minutos ya estarás tumbado en la cama pensando en la etapa del día siguiente y el posible vencedor.
Pero es que cuando te levantas medio dormido a la mañana siguiente empieza la clase en la carrera universitaria para descubrir cómo narices funciona el agua caliente. El tema se complica si el hotel ha apostado por la sofisticación. Recuerdo lo que ocurrió una vez, tampoco hace mucho, en el Giro de 2020. La ducha tenía todo tipo de luces y el propietario, que te acompañaba a tu habitación, te hablaba de la cronoterapia como relajación a la hora del baño.
La temperatura idónea
Muy bonito la verdad, pero cuando estás bajo la ducha, que si la luz roja, la azul o la amarilla, lo que quieres es encontrar el mando del agua caliente. Es entonces cuando llega la desesperación. La ducha va cambiando de colores, fantástico, pero tú te estás pelando de frío.
Siempre acabas encontrando la temperatura idónea, aunque tengas que perder el tiempo hasta que llega el acierto. ¿Por qué no hay una unificación de criterios? Sucede en España, en Francia y en cualquier país que visites, ahora al son de la Vuelta, o de vacaciones, cuando las bicis hayan empezado a cumplir su jubilación para dar el paso al año siguiente a las nuevas, que parecen fantásticas porque brillan, pero que, en realidad, pocas novedades aportan. No hay nada que hacer.
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