El Tour que ya no sigue Bahamontes

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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Fue en 1994. Hacía 35 años que había ganado el Tour y sacó de su tienda la bici con la que conquistó París en 1959. Fermina, la mujer, estaba en el mostrador del comercio, a lo suyo, sin darle mucha importancia a su marido y acostumbrada a que de vez en cuando un periodista se interesase por las gestas de un ciclista al que llamaron el ‘Águila de Toledo’. De verdad, este domingo pasado se me rompió el corazón cuando alguien colgó, con motivo de su 95 cumpleaños, una foto de Federico Martín Bahamontes, el protagonista de esta historia, con el jersey amarillo del Tour, con unas piernas esbeltas y con la musculatura perfecta. La vejez, siempre, es muy injusta.

“Qué, Federico, volvemos al Tour”, se lo dijo un vecino de Toledo cuando lo vio pasear hacia el Parador con la bici a cuestas. “¿No te subes?”. “Desde que me entró la pájara en el Aubisque y abandoné el Tour sólo me he subido a la bici en contadas ocasiones para dar un paseo por una calle porque me daban un homenaje”.

El equipo de La Casera

Desde entonces llamé muchas veces a Federico, el que descubrió uno de sus amores, al margen del ciclismo. “Sabes -me dijo una vez- tengo prohibida la entrada a la mitad de los bares de Toledo cuando juega el Barça contra el Madrid. Son los bares madridistas, por supuesto”. Terrible, pero terrible, ver un partido del Barça con Federico cuando va perdiendo su conjunto azulgrana del alma.

Pero este Tour no lo está siguiendo. El primero que se pierde desde que se retiró, desde que dirigió a su amado equipo de La Casera, sabor a gaseosa, con Pedrito Torres como corredor más destacado, y el que obsequió a Federico con la única victoria de etapa en la ronda francesa.

El cumpleaños

Federico cumplió 95 años el domingo, pero su salud se va apagando. Ya no sigue el Tour. Y qué más quisiera que discutir con sus compañeros de residencia que él había sido el más grande, qué como son los ciclistas de hoy en día, Pogacar incluido, que atacan a un kilómetro de meta; él que lo reventaba todo cuando la línea de llegada estaba a kilómetros y kilómetros, para ganarse en 2016 el honor de ser distinguido por la dirección de la ronda francesa como el mejor escalador de todos los tiempos.

Se acercó a los Pirineos, que le habían puesto AVE de Toledo a Madrid y avión a Toulouse, donde un coche del Tour lo recogió y lo condujo a la meta para tomar un tentempié con los periodistas españoles y volver a disfrutar de sus historias, de su leyenda, ¡vamos Federico!

La muerte de Fermina

Ahora está ingresado en Valladolid porque desde que murió Fermina se vino abajo y ya no volvió a ser el mismo, ni a conducir su Mercedes, ni a tomar el vermut con las aceitunas y los amigos, ni a enfadarse porque alguno de los chavales, no tan chavales, como Delgado, Induráin o Contador, no le enviaban a tiempo una de sus bicis para colocar en su museo.

Fermina y Federico formaron un matrimonio que quiso el destino que no hubiera hijos hasta que un día saltó la noticia. Federico tenía gemelas. Aquello produjo un revuelo en Toledo, porque Federico era muy Federico en el ciclismo y en muchas cosas, y las mujeres que crecieron en la España de la posguerra guardaban para sí disgustos y sinsabores, sin que trascendieran sus silencios. Eran otros tiempos.

Los recuerdos de 1959

Si llegaba un periodista se ponía traje y corbata y mostraba el reloj de oro que le regalaron cuando ganó el Tour, cuando la gente se lanzó a la carretera, entre Toledo y el Palacio del Pardo, porque en una España a la que algunos quieren volver, más en negro que en blanco, no hubo alegría mayor que ver a Federico ganar el Tour de 1959 y nada menos que un 18 de julio para que en la embajada española se presumiera de que preparaban la mejor paella en honor al ‘Águila de Toledo’, aunque ahora ya no sea el telespectador que escuche a Perico, tal vez el heredero de Bahamontes del que más orgulloso se ha sentido, porque para él no hay mayor corredor que el que escala montañas como si fuesen autopistas llanas.

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